En un correo de cadena (de esos que tanto nos fastidian pero que la mayoría de las veces terminamos leyendo) por fin logré leer algo interesante: Einstein presuntamente vaticinó que el día que la tecnología superara la interacción humana el mundo se iba a llenar de idiotas. A renglón seguido el correo registra unas fotos en las que se ven grupos de personas pegadas al celular en vez de estar disfrutando entre otras actividades, de un almuerzo con amigos, de un día en la playa, de un evento deportivo y hasta de un compromiso íntimo.
Y es que no hay que ser un genio para comprender que si bien los avances tecnológicos han sido la punta de lanza del desarrollo en esta nueva era, el abuso y mala utilización de muchas de estas herramientas está deteriorando nuestras relaciones humanas. Absortos en las nuevas formas de comunicación, estamos sirviendo de cómplices del tiempo valioso que nos roba en nuestras narices el frío mundo cibernético.
Y si quieren echar un vistazo al despeñadero que nos espera, no dejen de verse la película que ganó el Oscar al mejor guíon original: Her. En esa maravillosa película ambientada en un futuro no muy lejano, el protagonista se enamora de un software conversacional tipo Siri, que no solo está programado para solucionarle los problemas cotidianos a sus usuarios, sino que aparenta tener los mismos sentimientos del ser humano. Así el sistema logra simular emociones sometiendo a la pareja a todas las vicisitudes de una relación, pues cada respuesta refleja la inteligencia sumada de un montón de programadores con la dulce e intrépida voz de Scarlett Johansson. ¡Así cualquiera se enamora!
Pero la película es realmente un retrato descarnado de la soledad de un mundo despojado de relaciones interpersonales reales. Al llevar al extremo un fenómeno tan cotidiano, pone sobre relieve el presente y cuestiona nuestra actitud pasiva ante el tigre que antes era de papel y ahora es digital.
Al ya célebre aviso del bar que en una pizarra anuncia ¨No tenemos wifi, hablen entre ustedes¨, en el mundo se le suman movimientos para incentivar las conversaciones cara a cara y evitar el phubbing, (que se conoce como el acto de desairar a alguien en un entorno social por mirar el teléfono en vez de ponerle atención).
En páginas como www.stopphubbing.com se busca visibilizar el problema mostrando toda una serie de estadísticas y cifras contundentes. En un restaurante en Jerusalén ofrecen un descuento de un 50% en la cuenta para quienes apaguen sus teléfonos mientras cenan. En Amsterdam se ofrecen zonas sin wifi que bloquean todas las señales inalámbricas para procurar que los ciudadanos hablen entre sí y en Australia buscan publicitar zonas desconectadas para sacar del paisaje a los texteadores compulsivos y lograr que la gente pueda realmente disfrutar de la naturaleza.
Tampoco estamos ante el fin de la civilización como lo anuncian algunos fatalistas en la web ni se trata de mandar directo al diván a quienes no logran desconectarse de sus smartphones. Pero por lo pronto para que el plan de datos no siga socavando en el resto de tus planes la receta es muy sencilla: basta con conjugar el antónimo de abusar.
Twitter: @alfrecarbonell
Foto: Tomada de google
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