Tirar la piedra para caer en cualquier lugar del mundo. Porque así se intente tirar con precisión, la piedra es imperfecta, caprichosa. También la superficie del piso, las líneas de la rayuela. Un juego que simboliza el destino, definido por la suma de pequeñas decisiones y el trazado a pulso de la vida misma. Poderosa alegoría que escogió Cortázar para su magna obra. Una novela atemporal, que plantea una visión a contrapelo de lo sencillo y lo maravilloso.
Que recorre ese París bohemio que conquistaron los latinoamericanos a mediados del siglo pasado. Que desafía los paradigmas de la lengua y la fonética y hasta de la sagrada ortografía. Que invita a extraviarse en la lectura como Oliveira se pierde en las callecitas de Buenos Aires. Que permite al lector decidir el orden de la lectura, que no reconoce ningún hilo conductor. Que nos recuerda que de alguna manera todos somos errantes en la búsqueda de algo que no sabemos que es. Que el vino y el mate sirven para asentar la noche. Que la esperanza es la vida misma defendiéndose. Que respiramos por el deseo de encontrar nuestro propio Kibutz. Que no conoce principio ni final, solo el tiempo que como un bicho solo sabe andar y andar.
La primera vez que intenté leer Rayuela me perdí en su laberinto de páginas, historietas y tramas. Ahogado en ese mar de erudición, abandoné su lectura por muchos años hasta que decidí darle una segunda oportunidad. Esta vez abordé la historia leyendo cada pasaje al azar y de un solo tirón, con la independencia de las piezas de un mosaico.
En español, francés, gíglico o lunfardo, el mensaje es el mismo. La interpretación es única y depende del prisma a través del que se mire. Del camino escogido por el lector. Desde las obsesiones más nimias hasta los temas más trascendentales. Con magia de sobra y sin tantas pretensiones, la obra lo abarca todo sin tratarse de nada.
To be or not to be, como una hamaca de palabras en esta compilación se ensayan todas las dicotomías. La lucha por remover todas las costras mentales, de emprender el voyeur que nos plantea la vida. La misión poderosa de las letras desde la barrera de la inacción. Imágenes, detalles, construcciones, que a veces nos causan un gran impacto o pasan desapercibidas. Una hoja seca en un tubo de dentífrico, una piedrecita para llegar al cielo, la precariedad de la existencia, la resaca al concluir, en fin, la vocación de la novela como una gran metáfora. Todo para llorar y reír o volver a empezar.
twitter: @alfrecarbonell
Por el contrario, yo lo leí a los 16 años, en el colegio, y no tuve ningún problema para entender Rayuela y para disfrutarla. No quedan muy bien parados los jóvenes de ahora, que sólo tienen comprensión de lectura para twits y msm. Más de 100 caracteres y ya no entienden. Lindo el futuro que le espera al país…
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