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De tragarme un vidrio invisible me preocupa, más que morir, expulsar coágulos de sangre por los orificios de la nariz. Casi no pienso en la muerte. Me inquietan más mis deudas. Si anduviera pensando en la muerte seguramente no saldría a la calle. Cuando no salgo, es por las deudas. En serio, tengo muchas.

Hay mil maneras de morir. Un amigo se suicidó, por ejemplo. A otro lo atropelló un bus. A Jaime Garzón lo mató un sicario. A Diego Felipe, por la espalda, un policía. El novio de mi prima solo dejó de respirar. Ella creía que hay vida después de la muerte y que el Chupacabras existe.

Si yo tuviera una enfermedad incurable, y me doliera mucho alguna parte de mi cuerpo, optaría por el suicidio. Lo haría al estilo de Les invasions barbares: sobredosis de heroína. Si yo no tuviera ninguna enfermedad, ni nada, pero me diera la gana de chutarme, me chutaría. Para qué prolongar una vida de mierda.

Me acordé de Nuit de l’enfer (Noche del infierno), el poema de Rimbaud. El poeta alucina de una manera genial después de tomarse un trago de veneno. Se le retuercen las tripas de la irritación. Cuando pienso en la cosa concluyó que no le tengo miedo a la muerte, sino a morir.

Además de Nuit de l’enfer y de Les invasions barbares recomiendo Mar adentro, otra cinta que habla del derecho a morir. Pero es mucho más buena Les invasions barbares. También recomiendo un poema de Fernando Pessoa: Se te queres matar, por que não te queres matar?

Sería bonito escoger cuándo y bajo qué circunstancias nacer, como cuándo y cómo morir. Yo volvería a nacer en mi casa, con mi mamá como mamá y mi familia como familia, pero en otro lugar, lejos, donde no descuarticen campesinos. Donde la educación sea gratuita y el servicio militar voluntario. Donde los presidentes no sean narcotraficantes. Donde no mueran de hambre los niños. Donde no maten periodístas. Donde la Justicia sea justa. Donde no haya Libertad y Orden, sino Libertad y ya. Donde no haya tanto ñero. Donde los policías sean bachilleres, al menos.

 

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