Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

A inicios del año 2012 escuché por primera vez sobre un paro armado, me encontraba muy lejos del epicentro y me indigné al leer algunas noticias al respecto. Me parecía increíble que algo así sucediera. Ahora, entre marzo y abril de 2016 el paro armado me tomó viajando y aunque había pensado escribir a manera de crónica sobre otros temas las características del suceso me tienen acá.

El 31 de marzo aún estaba descansando en el municipio de Dibulla en La Guajira, y la tranquilidad peculiar del lugar se vio interrumpida por el tránsito de helicópteros que sobrevolaban la playa y descendían en inmediaciones del río Palomino, conté durante el día al menos siete sobrevuelos. Supuse que eran medidas de seguridad para prevenir cualquier situación anómala relacionada con el paro.

El 1 de abril empecé mi viaje a las once de la mañana, ingresé al departamento del Atlántico un poco después de las dos de la tarde, además de prevenir las abundantes cámaras de fotomulta que hay en cada municipio y están puestas de forma tan estratégica que parecen ubicadas más con ardid que estrategia, porque es difícil entender cuál es el límite de velocidad si las señales de tránsito varían cada 100 o 200 metros, pasando de 90 a 70, luego a 50 y alternándose con las de 40 y 30 kilómetros por hora. Por lo demás, todo venía bien hasta cuando llegué a un retén de algunos doce efectivos del Ejército antes de subir el puente de Calamar. Me detuve ante la orden impuesta y descendí del vehículo para la revisión de seguridad. El encargado de la pesquisa me recomendó que al subir el puente no me detuviera ante nadie bajo ninguna circunstancia, la razón: un grupo de facinerosos que intentaban detener a los viajeros con diferentes tretas (lanzando palos o piedras a los carros o atravesándose) para atracarlos. Tuve que agradecerles por la información pero no entendía bien por qué no hacían algo más que informarme. Me dijeron que en cuanto el Ejército hacía presencia en la población los delincuentes desaparecían, sin embargo, sentía que el uniformado se sentía más vulnerable que yo… Subí el puente y de inmediato vi personas que intentaron detenerme, al igual que otros hombres junto a los resaltos que hay a la salida de Calamar. Más que miedo en ese momento sentí tristeza, pensé de nuevo en que más allá de uniformados y delincuentes lo que había era colombianos contra colombianos, más o menos como una ley de la selva o sálvese quien pueda, qué dolor.

Continué mi camino pensando sobre el suceso y llegué a Carmen de Bolívar, todo parecía bien pero noté que desde hacía mucho tiempo la carretera empezaba a notarse desolada, así llegué hasta Sincelejo a eso de las seis y veinte de la tarde, esperaba llegar esa misma noche a Montería, por eso le pregunté a la mujer del peaje que hay entre Corozal y Sincelejo qué novedades había en la vía. Ella no tuvo reparo en decirme que abandonara la ruta, que lo mejor era esperar esa noche en Sincelejo, ella aseguró que a la altura de Sampués habían cerrado la vía y el orden público estaba alterado. Ingresé al centro de Sincelejo, capital de la que no conozco mucho y cuya nomenclatura no me es clara y como era lógico me perdí buscando el hotel, entonces me bajé en un edificio gubernamental que era cuidado por un policía tras unas improvisada barrera y no me dio información sobre ubicación del hotel u orden público en la vía, estaba más preocupado del radio de telecomunicaciones que de mis preguntas. Llegué a una gran estación de policía y me aseguró el sargento de guardia que la vía estaba despejada, que era más temor de la población que cualquier otra cosa, que siguiera mi ruta sin problema.

Arranqué nuevamente y la carretera se percibía más desolada, seguí durante muchos kilómetros a dos camiones del Ejército y al no ver más carros el temor crecía, logré adelantarlos y empecé a ver que los pueblos parecían deshabitados. Era viernes en la noche y todo, absolutamente todo estaba cerrado y apagado, ni siquiera al interior de las viviendas había luces. Tiendas cerradas, estaciones de servicio cerradas, calles desoladas, lo único que había por hacer era avanzar y cuanto antes mejor. En Sampués junto a la carretera hay un CAI, cuando crucé por el frente un policía se cubrió tras el poste y desenfundó su arma de dotación, le produje pánico, de nuevo sentí tristeza y comprendí que el paro no causó temor sino terror. Una nueva modalidad de acto terrorista al que le hemos dado un eufemismo. Empecé a preguntarme qué es lo que se está negociando en Cuba y por qué el interés de un reconocimiento político. Esto que estamos viviendo es la consecuencia de un proceso de desmovilización falso, incompleto o taimado del que Álvaro Uribe no se acuerda y quien a mi juicio no sufre de los riesgos del funesto paro, ni siquiera se manifiesta vehementemente sobre el tema.

Mientras seguía la conducción pensé que hace mucho tiempo no sentía esa sensación de zozobra propia del terrorismo de los noventa. Es sencillamente terror hecho por terroristas. No hay que verlo como otra cosa. Claro que también es la muestra de un vasto poder y de un profundo temor y se convierte en uno de los fenómenos más lacerantes para nuestra sociedad. Pero ante todo es la evidencia de un Estado inoperante, ineficiente y mentiroso. Santos no tiene control del territorio nacional. Llegué a Cereté y también reinaba la desolación y la oscuridad, luego a Montería donde solo me encontré con un par de vehículos que aparentaban afán por llegar a su destino. Ya en el hotel me comentaron que la jornada había empezado sin contratiempos, luego dieron unos horarios para que los estudiantes fueran devueltos, más tarde el comercio fue cerrando paulatinamente cuando la orden se dio de tienda en tienda.

Amanecí con la perpetuación de la zozobra y el dolor patrio y recordé que en algún lugar leí un texto de Borges que decía que ser colombiano es un acto de fe, y sospecho que era el sentimiento que me invadía frente al volante: fe en llegar sano y salvo a casa. La tan anunciada marcha del sábado 2 de abril se pospuso para el domingo ya que el gobernador de Córdoba no dio garantías de seguridad; situación aún más preocupante si se tiene en cuenta que la declaración la dieron luego de un consejo de seguridad en el que estuvo Santos. Terrible que un gobernador no pueda ofrecer garantías de seguridad a los ciudadanos, terrible que parte del país fuera paralizada por un fenómeno que empieza a crecer, el terror, no el miedo o el temor, el terror que únicamente puede ser empleado por terroristas.

Compartir post