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Durante Semana Santa viajé a Valledupar capital del departamento del Cesar, en mi caso llegué por tierra, parte de la travesía me llevó por la vía de Plato Magdalena, y me conectó con Bosconia en el Cesar para luego llegar a la Ciudad de los Santos Reyes, nombre extenso de la capital del vallenato que le fue dado por los tiempos de la Colonia. El tramo de la carretera desde Bosconia está en buenas condiciones y se consigue gasolina económica. El paisaje es muy colorido, seguramente se debe a la humedad que llega desde la Sierra Nevada de Santa Marta, grandes extensiones de pastos que sirven de alimento a ganados caprinos y vacunos.

Si el interés del viajero es ir a disfrutar del Festival Vallenato es necesario que haya adquirido con anterioridad el hospedaje o un plan turístico ya que es la máxima festividad y con ella se da la ocupación total. Es más, se dice que las reservaciones para dicha fiesta del folclor se hacen con más de un año de anticipación. Pero si la visita es para otra época del año, la ocupación hotelera es más amable con el turista.

El tráfico en la ciudad es sencillo, las calles son algo estrechas pero no tan caóticas como en otras capitales de departamento, me llamó mucho la atención el tamaño de las glorietas ya que son pequeñas, casi tan estrechas como para un solo vehículo. El alumbrado público no es suficiente y recién cae la noche muchas calles quedan en la absoluta penumbra, cosa que de entrada no me causó temor o incomodidad. Me hospedé en el centro histórico de la ciudad, fácil de recorrer tanto a pie como en carro, hacen falta más parqueaderos para no tenerse que ver obligado a dejar el carro por ahí haciendo estorbo. Entré a más de una tienda y vi que los valduparenses perpetúan conversaciones alrededor de una cerveza mientras las oleadas de viento frío refrescan continuamente la ciudad. Ya había escuchado de los beneficios de la Sierra y su impacto en el clima de la ciudad, pero el haberlo vivido me convenció de la agradable vida que se puede llevar allí, ese viento maravilloso recuerda a cada instante la conexión mística que la Sierra tiene con el Valle, la interconexión infinita con el mundo aborigen, de la esencia, de la cepa.

Las calles del centro de Valledupar conservan elementos de la Colonia, paredes blancas, puertas de madera, buganvillas multicolores, casas muy grandes con uno o dos patios. Construcciones que se resisten al cambio; en ellas uno se imagina grandes parrandas vallenatas, como diría el gran Gabo, en las que poco se baila. Pero la ciudad es pequeña y se recorre con rapidez. Hacía el Río Guatapurí las calles se hacen más anchas, más arborizadas y las casas más grandes y más ostentosas.

La visita al río Guatapurí es obligatoria. Sus aguas frías bajan desde la Sierra Nevada. La recomendación es visitar el balneario Hurtado, se debe ir en taxi, en este lugar hay varias propuestas para comer y pasar el día. Lo de ir en taxi es por la inseguridad, últimamente se ha incrementado el índice de atracos. Los ladrones se ensañan con las mujeres solas o con las parejas, intimidan siempre con atacar a las mujeres; eso lo supe tiempo después de haber llegado, varias personas se refirieron a que no debía caminar por calles solas y oscuras, lo mejor era hacer trayectos en taxi y evitar portar elementos de valor. Lástima porque el fresco de la ciudad no se puede disfrutar en la noche debido a la oscuridad y al poco alumbrado público que ahora sí era un problema, empezó a causarme temor el dejar que el azar me indicara la calle por la que debía seguir. Es tan alto el índice delincuencial que la misma ciudadanía ha empezado a tomarse la justicia por mano propia y las consecuencias desencadenan en balaceras furtivas.

Llegar hasta Valledupar y no escuchar Vallenato debe ser como llegar a Buenos Aires y no escuchar tango. En mi breve visita al Guatapurí quedé encantando con la maravilla natural que es el río y la metáfora hermosa de la existencia del tiempo. Ver un río siempre me indica una conexión con el tiempo, lo eterno, lo presente y lo deleznable. Imaginaba cuánta agua había pasado bajo el puente y cuánto ríos había sido y será ese río, de pronto, el sonido del acordeón me obligó a salir de mis divagaciones. Los lugareños hacían una parranda en pleno río, una muestra natural del Folclor. Entonces, empecé a ver que la parranda también era como el río, eterna y deleznable.

Llegué a Valledupar con el interés de pasar unos días y conocer la única capital de la costa que desconocía, a pesar de la inseguridad y la tristeza que produce no poder caminar con tranquilidad en sus calles, como si uno no pudiera caminar tranquilo por su casa, fueron más los atractivos que descubrí.

Cada turista hará su balance y contará la historia según como le haya ido en su paseo. El mío es así: en Valledupar se encuentran muy buenas artesanías y a buen precio, recuerdo que a las afueras de la catedral encontré un vendedor de escapularios e imágenes religiosas, que además vendía partes del cuerpo para que fueran santificadas en misa, se trata de una creencia de Semana Santa con la que la gente pide por la mejora en la salud, en una suerte de collar, había piernas, cabezas, brazos, narices, bocas y senos de metal a la espera de la consagración. La gastronomía de la Semana Mayor es rica en dulces de todo tipo y excepto por un mal servicio en uno de los restaurantes del centro de la ciudad, un restaurante con nombre de canción, puedo decir que la comida es buena. De Valledupar me enamoró su maravilloso clima, me dejó triste la inseguridad y la escasez del agua, eso último habla muy bien de la gravedad del calentamiento global que ya ha acabado casi por completo con el pico nevado de la Sierra.

Muchas gracias por su lectura.

 

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