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Esta es la segunda entrega de la crónica sobre mi experiencia como jurado de votación.

5:40 a.m.

Ida

Acordé con otros dos jurados que tenían que trasladarse al mismo puesto de votación para que nos fuéramos juntos, salimos de mi residencia a eso de las 5:40 a.m. tomamos la carretera en un día cargado de neblina, seguramente como un coletazo de Matthew. Después de recorridos catorce kilómetros tuvimos que buscar un montallantas para hacer una calibración. Teníamos la cita a las 7:00 a.m. y la calibración de las llantas nos quitó unos minutos; eso y el estado del tiempo que amenazaba lluvia.

Por fortuna la carretera no estuvo tan mal, solo algunos pasos que debimos pasar con cautela luego de bajarnos del carro y analizar cuál era la mejor opción. En otros momentos logramos avanzar con un poco de mayor velocidad y decenas de codornices que corrían presurosas delante del vehículo se robaron un par de mis sonrisas. Aves de todo tipo a nuestro paso, en cuanto sentían el sonido del vehículo se alejaban. Pasamos cerca de una casa y vimos un pavo real, me acordé del haikú de Juan José Tablada. Pavorreal, largo fulgor, / /por el gallinero demócrata /pasas como procesión…

La imagen estaba en un cruce de caminos que nos conducía al corregimiento.

Llegamos hasta un cruce de caminos en el que había una virgen, esa era una referencia que nos habían dado para llegar al corregimiento. Cuando arribamos a la institución educativa que sirvió de puesto de votación eran las 7:15 a.m. aún no había llegado nadie.

Fuimos recibidos con la amabilidad propia de la gente del campo, algunas personas salieron a saludarnos y al momento llegó la delegada de la Registraduría.

Instalación de mesa.

Salón

La delegada de la Registraduría llamó al Inspector del corregimiento, una figura de autoridad civil quien nos permitió el ingreso y nos señaló la mesa en la que deberíamos llevar a cabo nuestra función. Solo había dos mesas, en la nuestra votaban los adultos mayores, había cerca de cuatrocientas cédulas inscritas, en la otra mesa había unas doscientos cincuenta cédulas. El conductor de la delegada y del material electoral nos comentó que durante la jornada de votación no iba a haber más de cincuenta votantes pues como no se trataba de una elección de Presidencia, Senado, Gobernación o Alcaldía, sino de un plebiscito la gente no iría a las urnas y menos cuando no había habido dinero de por medio, es decir, cuando la compra de votos no se había hecho. En ese momento pensé que la jornada estaría alejada del clientelismo y soñaba con que por primera vez el ausentismo no fuera protagonista.

Ese mismo señor nos comentó que algunas personas que eran residentes del corregimiento fueron asignados como jurado de votación en los lugares más remotos del municipio, al cual se llegaba luego de atravesar cinco municipios y más de cuatro horas de viaje. Y yo que consideraba que el sorteo había sido inadecuado porque tuve que trasladarme cerca de cuarenta kilómetros quedé pasmado cuando me lo contaba. Sigo pensando que es inadecuado el procedimiento de elección del lugar para el jurado, nuestros municipios con relación a sus corregimientos y veredas no son equidistantes y sus vías de acceso no son buenas.

Jornada de votación.

lugar-de-votacion

Conocimos a los otros jurados de votación que llegaron a tiempo. Revisamos el material electoral y todo cumplía los requisitos. A las 8:00 a.m. empezamos oficialmente la jornada y no pasaron más de diez minutos antes de que llegara el primer votante, un señor muy mayor que no tenía canas y que tampoco sabía leer, pidió que se le señalara qué decía en cada recuadro y fue al cubículo a marcar su elección, depositó el tarjetón y me preguntó cuántas personas más habían votado.

El día empezó a solearse y me alegré porque la amenaza de lluvia no sería la excusa para no ir a las urnas. Efectivamente las personas que venían a votar a nuestra mesa eran adultos mayores y muchos de ellos en su cédula tenían la nota de NO FIRMA, eso me obligó a leerles la pregunta y las opciones antes de pedirles que marcaran su elección en el cubículo. Vi a muchos de esos octogenarios llegar felices, me llamó la atención uno que preguntó en voz alta: ¿acá es el sí? Noté que algunos de ellos estaban esperanzados y expresaban su intención de voto por el Sí, ellos que han vivido la crudeza de la guerra demostraban su esperanza y no puedo negar que yo me sumé a esa esperanza. El ver esas sonrisas, esas canas y la nobleza de sus manos ajadas me llenó el corazón de una ilusión que nunca antes había sentido.

El puesto de votación fue custodiado por un grupo de soldados que tuvieron que pasar toda la jornada bajo las inclemencias del sol que superó los 34 grados centígrados, aunque la sensación real era más alta por efectos de la humedad. Al medio día habíamos tenido más de cincuenta votantes y ya habíamos superado la expectativa. La temperatura bajó un poco pero no la asistencia a las urnas, seguían llegando ancianos que venían de lugares muy alejados, soportando viejas dolencias pero que deseaban cumplir con su derecho y su deber.

Conteo.

Durante los últimos diez minutos de la jornada nadie más asistió. Cuando fueron las 4:00 p.m. iniciamos el protocolo de conteo, no tuvimos inconvenientes, las cuentas dieron, no hubo votos de más tampoco de menos. En nuestra mesa el Sí obtuvo 108 votos, el No obtuvo 22 votos y tres personas no marcaron los tarjetones. En la otra mesa hubo menos votantes pero la tendencia fue la misma.

Regreso.

Carretera

Emprendimos el viaje y comentamos las incidencias de la jornada, compartíamos la alegría de los resultados que se habían dado en nuestro centro de votación, la esperanza crecía, se trataba de un lugar fuertemente golpeado por la guerrilla, por la barbarie del paramilitarismo y el olvido del Estado. Buscamos una emisora para escuchar los boletines de la Registraduría. Nuestra esperanza flaqueó con los resultados y el silencio y la tristeza nos acompañó durante el resto del camino. Los números eran claros. El No había obtenido la mayoría y había que aceptarlo. Al final entendimos que llevamos a cabo una labor rigurosa e importantísima y más allá de lo que consideramos como prejuicios o ideologías, propias y ajenas, había que aceptarlo. El pueblo habló, esa era también una posibilidad, por eso hacía parte del plebiscito, porque decir no también es una respuesta.

Casa del corregimiento

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