Soy un completo convencido de la importancia de la educación en los procesos de desarrollo de la sociedad y del individuo, no obstante, noto con preocupación el ascenso esnobista que ha venido adquiriendo lo que denomino la fiebre académica o la obnubilación academicista de nuestra sociedad. Expondré dos situaciones de tal fenómeno, una es la que sucede en algunos colegios y la otra la que se da en la vida profesional y universitaria. Para esta entrada me concentraré en lo que sucede en el colegio.
Desde los años noventa he visto cómo en muchos colegios se ha venido dando un afán desmedido e irreal por motivar a los escolares a forjarse un título profesional como único camino a la felicidad, el éxito y el profesionalismo. Profesores y proyectos pedagógicos inculcan de manera implícita que la consecución de un cartón universitario es la única salida posible, y a veces lo hacen señalando algunas prácticas o profesiones de forma peyorativa. Señalan que tener un oficio de educación no formal o ser artesano, taxista, campesino, celador, obrero, zapatero, carpintero o similar es sinónimo de ruina o fracaso, y claro que puede ser ruina o fracaso si después ya nadie ve tales roles como algo digno, es más, hasta se alude a esas profesiones para estigmatizar y generar matoneo o discriminación por la no obtención de excelencias académicas que tampoco asegurarán el éxito en la universidad.
Cuando conozco un grupo de estudiantes, suelo preguntarles en la consabida conducta de entrada sobre qué sueños y expectativas tienen y me sigue sorprendiendo la respuesta reiterada de: “ser alguien en la vida”, lo cual me lleva a pensar si es que no se sienten como alguien, como una persona, como un futuro ciudadano, como un ser lleno de objetivos, metas y propósitos de vida. A veces la fórmula se modifica por un “ser alguien de bien” e intuyo que el maniqueísmo que profesamos es altísimo y la escala de valores que tenemos está adscrita a una gazmoñería medieval.
Lo que no falla en la fórmula es que para ser alguien en la vida o ser alguien de bien es perentoria la obtención de un título. Nuestros jóvenes en los colegios tienen la falsa idea de aprender una profesión en una carrera universitaria lo cual les daría el éxito laboral; pero en realidad, muchas de las cosas que aprendemos de nuestra profesión se dan con la experiencia que a su vez nos va mostrando un camino un poco más pragmático. Tal vez por eso hay una gran cantidad de profesionales que ejercen en un campo diferente al propuesto por su alma mater y no por eso se sienten frustrados. Está tan afincada esa idea que por eso el rendimiento académico de los estudiantes merma, porque lo que creen realmente importante es lo que les gusta y eso será visto en la carrera universitaria.
Los oficios sin título, o lo que yo prefiero llamar profesiones empíricas, son equiparadas por muchos estudiantes como trabajos para los que no alcanzaron a superar el bachillerato o no tuvieron la oportunidad de ingresar a la universidad. Y tamaño error en el que están. Se han convencido que la excelencia académica les dará un futuro promisorio y los alejará de un volante, un martillo o una pala. Hace unos días vi una imagen en redes sociales en la que se instaba a estudiar más porque un lápiz pesa menos que una pala y no pude dejar de indignarme. ¿Acaso ser campesino o trabajar en el campo o ser un profesional de la agricultura, para ponerle un eufemismo, significa fracaso o tiene menor valía para la sociedad?
Gran parte del magisterio se tiene que enfrentar a diario a unos adolescentes que no quieren estudiar, lo realmente complejo se da cuando intentan seducir la abulia propia de la edad, a la que además se le suma las falacias de las que he venido tratando. Lo meritorio es lograr convencer sobre la importancia que significa el estudio y la dedicación sin afanes esnobistas. Considero que socialmente hemos aceptado dos mentiras, la primera es la de creer que un profesional exitoso es solo aquel que tiene un título universitario y la otra es la de empeñarnos en señalar a las profesiones empíricas como ausentes de excelencia. Deberíamos cambiar de pensamiento, el campo, las artesanías y las profesiones empíricas también necesitan de personas que se cultiven académicamente y tengan como meta la excelencia, porque el desprecio o el señalamiento peyorativo que les hacemos son solo muestra de nuestra mezquindad e ignorancia.
Totalmente de acuerdo. Se genera un gran desvío al pensar solo verticalmente, donde la dignidad y el valor se asignan por escalafón.
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Muy cierto su punto, la dignidad y la excelencia laboral debería ser, en teoría, ecuánime. Desde el campesino hasta el ingeniero. Pero una explicación a la prisa del cartón universatorio o escolar depronto surge con un vistazo a la realidad del país, ¿quien goza de mejor calidad de vida según su trabajo?
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La música de Sabina, la poesía de De Greiff, Baudelaire, et al…y las páginas de literatura son para el día a día; no para ostentar títulos en una pared – como bien lo dice su columna.
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tiene muy buen contenido y hay aspectos que son bastante verídicos ,en general me pareció bastante positiva la columna.
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