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Foto: Mateo García / Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO
Uno
Las afueras del edificio de ETB, en el centro de Bogotá, son una galería urbana. Retratos, paisajes, caricaturas, y hasta arte abstracto, hacen parte de este lugar que, desde hace más de 20 años, se convirtió en el refugio de artistas que llegan allí para pintar, dibujar, hacer retratos a los transeúntes y vender sus obras.
—No hermano, hablando con usted no hay plata. Dígame, ¿qué gano yo si hablo con usted?—, dice un hombre que acaba de entregar a una mujer un retrato de una pareja dándose un beso.
—La verdad, nada.
—Exacto, usted no me va a dar para pagar el arriendo y darle de comer a mis hijos. Hagamos una cosa, se sienta, me hace las preguntas y me paga los $30.000 que yo cobro por hacer el dibujo.
—Mejor otro día. Muchas gracias.
Era sábado de agosto de 2017. Era mediodía y en las afueras del edificio había pocos pintores. Unos cinco, tal vez. Un escenario diferente al que se puede observar en semana.
Dos
Fueron tantos artistas los que llegaron al edificio que ya no había espacio para más. A los nuevos les tocó buscar otro escenario para trabajar. Y fue así como se trasladaron cerca de la avenida Jiménez. Allí abrieron otra galería en la carrera Séptima, con Calle 12. Uno de ellos es David Hoyos.
—Buenas tardes, ¿cómo está?
—Muy bien. A usted ¿cómo le ha ido? Cuénteme en qué puedo ayudarle.
—Bien, gracias. Estoy conversando buscando artistas de la carrera Séptima. ¿Le molesta si lo acompaño un rato?
—Para nada, pero nos va a tocar movernos, porque va a llover.
Tres
David Hoyos nació en Bogotá hace 61 años y lo único que ha hecho en la vida es pintar. No se imagina haciendo algo diferente que arte, aunque alguna vez, cuando tenía 16 años, quiso volar, pero su estatura no lo ayudó para convertirse en piloto: “Me rechazaron por ser tan chiquito”. Quizás ese rechazo fue una señal de la vida para que siguiera pintando.
Y es que desde que estaba en el colegio se dio cuenta de que lo suyo no eran ni los números ni las letras. Lo suyo era el dibujo y eso era lo que debía hacer toda la vida. Por esta razón ingresó a estudiar Artes Plásticas en la Universidad Nacional, porque está convencido de que el talento no sirve de mucho si no se estudia.
Cuatro
Se fue por la vida del artista. Esa vida lo llevó a recorrer el mundo y a vivir 20 años en Viena, Austria. Allí se dedicó a pintar y a vivir de su trabajo. “El arte te ofrece la posibilidad de vivir en cualquier parte del mundo. Cualquier persona en la calle te puede comprar una obra y con eso vivir”, cuenta.
Pero volvió a Colombia para estar con sus padres, además es un admirador de los paisajes colombianos. Dice que lo que hay en el país no está en ningún otro lugar del mundo.
Cinco
Hace más de 10 años llegó a la carrera Séptima a exhibir sus obras y a dibujar a los transeúntes. Él solo sale los fines de semana, los demás días trabaja en su estudio su obra personal.
Los cuadros que vende en el Centro son pinturas en óleo y retratos de las personas, que son en carboncillo. Los óleos, que la mayoría son de paisajes, pueden costar entre $50.000 y $90.000, mientras que los retratos tienen un valor de $20.000. En muchos casos, son extranjeros quienes compran.
Ese es el lado comercial de su trabajo, porque de algo tiene que vivir. Sin embargo, constantemente trabaja en su obra personal, en la que expresa su pensamiento, lo que siente, lo que quiere. En esa faceta sus obras reflejan su vida.
Las ventas tienen sus días. Hay días buenos y malos, días donde no hay ventas y días donde puede vender hasta ocho de sus obras.
Seis
Estudiar, mirar, comparar, no tragar entero. Esa es la clave para todo joven que desee dedicarse al arte, dice David. Además, cuenta que cuando alguien pinta, es porque tiene algo por decir, de lo contrario, no hay arte. Él no sería capaz de pintar si no quiere expresar lo que siente.
Epílogo
La lluvia era suave pero constante. Cualquier contacto con su trabajo podía arruinar las obras. Se protegía de esta, protegía su obra. Ahí, en la espera, reflexionaba sobre Bogotá: “La Séptima hace que la gente se encuentre el uno con el otro, hace que seamos más sociales. Esto hace que la ciudad sea muy cosmopolita, eso enriquece el arte en la ciudad”.
Cuando el agua cesó David cogió sus cosas y volvió a ubicarse en el punto de trabajo a la espera de un cliente, de alguien que quisiera sentarse frente a él y observar cómo plasmaba la realidad e inmortalizaba el momento en una hoja de papel.