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SANTIAGO VILLADIEGO

@svilladiegom

Viajando uno se puede encontrar miles de personas valiosas. A continuación está la historia de Dinesh, a quien conocí en un viaje por Europa y me dio una de las mayores lecciones de humildad.

Dinesh es un joven nepalés nacido en Kavrepalachok, una provincia localizada a tres horas en bus de Katmandú, capital del país asiático. Me interesé en él por la sencillez y humildad con la que contaba su historia. Sus padres biológicos murieron cuando tenía solo cinco años. Su madre, aparentemente saludable, murió repentinamente de un aneurisma. Su padre, aunque suene increíble, murió gracias al mordisco de una serpiente en la pequeña población donde habitaban. Y lo más inaudito: estas dos muertes ocurrieron en menos de tres meses. Cinco hijos quedaron huérfanos, y los dos más pequeños, Dinesh y Gita, de cinco y dos años respectivamente, fueron enviados al orfanato Bal Mandir en pleno centro de Katmandú.

Portrait Dinesh - Anthony Prencipe

Foto: Anthony Prencipe 

Gita fue adoptado por una familia italiana apenas meses después de llegar al orfanato. A pesar de la intención de Giacomo y Cristina, padres italianos adoptivos de Gita, de también adoptar a Dinesh, no fue posible debido a leyes nepalesas. Los pequeños fueron separados. Casi con lágrimas en los ojos, Dinesh me afirma que aunque tuviera tan solo cinco años, se acuerda el dolor que sintió el día que Gita partió hacia Milán.

Dos años después de batallas legales de Giacomo y Cristina por lograr adoptar al pequeño Dinesh, el orfanato Bal Mandir informó a la familia adoptiva de Gita, el hermano menor, que el protagonista de nuestra historia había sido adoptado por una familia española. Sin embargo, nada de esto era cierto. Dinesh, había quedado condenado a vivir sin el calor de un hogar.

Su vida siguió dentro de la normalidad del orfanato. Cuenta que eran aproximadamente 24 habitaciones con 30 niños en cada una. Vivían casi hacinados. Se despertaban a las 5:30 de la mañana a beber el té. Antes de las 7 de la mañana tenían que tener sus cuartos limpios ya que era la hora del almuerzo (sí, del almuerzo), que normalmente era lentejas con verduras crudas.

Su principal actividad era ver televisión. Con una sonrisa me cuenta que las niñas veían programas de música hindú. En cambio él y el resto de niños preferían ver programas de acción. Quitarles el televisor a las niñas para imponer sus gustos era de las pocas travesuras que les eran permitidas realizar.

Al entrar en cualquier salón, como es la costumbre nepalesa, debían quitarse los zapatos, los cuales estaban en pésimas condiciones. Por esto, cada vez que terminaban cualquier actividad, corrían a los armarios para robarse los zapatos que estuvieran menos peor, y así terminar el día alardeando frente a sus compañeros.

Impresiona que Dinesh al contar cómo transcurrió su infancia, sonríe con cada pequeño detalle. De hecho, me asegura que la travesura de robarse los zapatos le recordaba mucho a Gita, ya que los pocos meses que estuvieron viviendo juntos, él era el encargado de cuidar los zapatos de su hermano, un bebé que ni siquiera podía caminar en aquel momento.

A esta vida y a esos diminutos momentos de alegría estuvo amarrado Dinesh durante 11 años. Solo hasta sus 16 pudo entrar a una escuela privada, gracias a su inteligencia y a la ONG Himalayan Children Charities, con lo cual evitó el destino de miles de niños nepaleses, Terminar viviendo en las calles.

La noche del 7 de febrero de 2011 fue cuando decidió buscar a Giacomo y a Cristina. En años anteriores había intentado enviar postales contactando a la familia adoptiva de Gita, pero tenía la dirección equivocada, nuevamente gracias a la negligencia de los administradores del Bal Mandir. Por obvias razones fueron intentos fallidos.

Aquella noche tuvo un golpe de suerte. Buscó a través de Facebook, donde solo había un perfil creado con el nombre de Giacomo Sacco. Tenía que ser él. Envió un mensaje cerca de las 11 de la noche (hora italiana) en inglés, saludando y explicando la situación. El padre de Gita afortunadamente estaba trabajando en ese momento en el escritorio de su casa localizada en un pequeño pueblo en las afueras de Milán. Inmediatamente entró en su cuarto y despertó a Cristina para contarle lo que estaba sucediendo. A partir de ahí, y por los siguientes ocho meses, estuvieron en contacto casi todos los días. Inclusive, Giacomo visitó Katmandú para verse con Dinesh y conocer al pequeño que 12 años antes habían tenido que dejar en las puertas del Bal Mandir.

Dinesh entró por primera vez en Italia el 15 de octubre de 2011 y estuvo por dos semanas. “Era como un sueño. Un chico de Nepal está acostumbrado a la pobreza extrema y a unas condiciones precarias. Europa era otro mundo para mí”, contó.

En diciembre de 2011 la familia adoptiva de Gita había decidido invitar a Dinesh a vivir con ellos en su casa en Italia. Si bien no podían adoptarlo formalmente ya que era mayor de edad y querían que fuera su tercer hijo (además de Gita, Giacomo y Cristina también habían adoptado a Anita, una pequeña también nepalí).

Nuevamente se embarcaron en un papeleo interminable para que Dinesh obtuviera su permesso di soggiorno, un documento que otorga la embajada italiana para poder permanecer en el país sin ser residente ni estudiante. Finalmente, el 15 de febrero de 2012, un año y una semana después de la noche que le cambió la vida, obtuvo el permiso para estar en Italia y empezar su nueva aventura.

Muchos se preguntarán ¿Y qué pasó con la relación entre Dinesh y Gita? En principio no fue fácil. La noche después de entrar en contacto con aquel joven en Katmandú por primera vez, Giacomo y Cristina le contaron lo sucedido a Gita.

Dinesh, basado en las historias de sus papás, me cuenta que su hermano menor actúo de una manera desinteresada y excesivamente tranquila. Para él, Dinesh era apenas un desconocido que decía ser su hermano. No hablaba su mismo idioma y no compartía sus mismas costumbres. Pero aseguraba que si venía a Milán, él lo iba a tratar como parte de la familia. Y así fue. Poco a poco la relación fue tomando forma y hoy en día sonríe y me afirma “Ahora sí tengo una familia, recuperé a mi hermano. Esto es obra del destino”.

 

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