El Tao siempre tiene sus razones y el hombre sabio deber ser flexible como el bambú, escribe José Ovejero sobre la filosofía oriental en su libro ‘China para hipocondríacos’.

Simplificando la cosa, el tema es, más o menos, pensar en no oponerse al universo, sino aprender a entenderlo, a aceptarlo y tratar de transformarlo con paciencia y dedicación. Es saber que es inútil batallar contras dificultades que no podrás cambiar jamás, sino interiorizarlas, aprender lo que puedas de ellas y buscar salidas que te permitan retomar la paz, la tranquilidad y la buena vida. Suena bastante simple, como a manualito de autoayuda, pero vaya usted a aplicarlas en la realidad.

Así es cuando aparece en la vida una enfermedad crónica (llámese Artritis Juvenil, Lupus, o la que sea). Al principio se pide a gritos, se ruega, que desaparezca para siempre. Que haya un milagro curador. Pero luego, por la razón o por la fuerza, hay que asumir la realidad. La AIJ no tiene cura. Esta es una lucha de por vida. El gol es la remisión del mal. Y a eso le apostamos.

Sin embargo, nada garantiza que luego de que se declare la remisión, el mal desaparezca del todo. Puede que vuelva a aparecer en algún momento de la vida. Nada garantiza, tampoco, que lograr la remisión sea cosa de semanas, o meses.

Puede que el tratamiento que se tiene hoy no sea suficiente y haya que escalarlo. Es decir, que entren al escenario medicamentos más fuertes y con más efectos secundarios.

Nada de esto lo podemos predecir. Es algo que sólo el tiempo puede resolver. Y es ahí donde entra la flexibilidad. Ser juiciosos, persistentes en el tratamiento, en la actividad física y en la buena alimentación. Poner todo el esfuerzo en el asador pero, al mismo tiempo, entender que el enemigo al que enfrentamos puede ser impredecible. Y asumir que hay que prepararnos y saber responder a cada contragolpe de la enfermedad.


Y así ha sido la cosa…

Esa ‘flexibilidad’ la han comenzado a comprender, por ejemplo, mi mamá y mi papá. Y por ello se han tomado en serio el aprendizaje sobre la AIJ. Hoy, son asiduos asistentes a los encuentros y talleres que realiza Care for Kids, la organización ‘mentora’ de quienes padecen o cuidamos a pequeños guerreros con AIJ.

En uno de esos eventos, mi madre se desahogó. Habló, en medio de lágrimas, del dolor que le ha producido la enfermedad de su nieta adorada. De cómo cuestionaba a la vida, a Dios y a todos, por enviar este mal.

La respuesta del experto pareció de una sencillez abrumadora. “Sí. Es duro. Pero piensa, ¿qué te ha traído de bueno esta enfermedad?”

Tras unos segundos de duda, mi mamá lanzó esta respuestas: “me unió más con mis nietas y fortaleció el vínculo de apoyo con mi esposo. Ahora, siento que estamos juntos apoyándonos por sacar adelante a Antonia”.

Hoy, un viernes cada 15 días, la ‘lelita’ asume el cuidado de Majo y Anto. Eso incluye el tema de darle las pastillas, quizá el momento más duro de la semana. Y los papás salimos a respirar, a comer algo, a cine (¡ya vemos películas de grandes!).

Por supuesto, muchas veces no se tiene éxito y la chiqui no se toma su medicamento en medio de lágrimas y escándalos. Nada que hacer, tenemos que devolvernos de nuestro plan y darle la medicina (toca ser flexibles como el bambú).

Estoy convencido de que parte del éxito que hasta el momento ha mostrado el tratamiento obedece a ese apoyo familiar. A esas visiones optimistas que acompañan a mi chiquita. Lejos de dramas y de tragedias. Siempre con la luz del optimismo por delante.

Y todo ese avance parte de ese principio que parece simple, casi infantil: “¿Qué te ha traído de bueno esta enfermedad?”

Nos vemos la próxima semana…

 

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