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anto

“Eres mi causa, yo seré tu luchador”.
De ‘Mi sol’, canción de Dr Krápula

Mi Anto, mi guerrera:

 

Hace varios meses decidí hacer un blog. Un espacio que será tuyo cuando crezcas si así lo deseas, o que dejará de existir si esa es tu decisión. Claro, no deja de inquietarme que muy pronto me reclamarás haber pasado por encima de tu autorización para contar tu batalla valiente de la única forma que sé hacerlo: escribiendo.

¿Por qué lo hice? Porque para mí, para tu mamá y para tu hermanita, este espacio ha significado esperanza. Un resquicio donde podemos desfogar todas esas sensaciones cruzadas que llevamos en el alma desde aquel 29 de mayo.

Pero también ha significado esperanza para otros. Porque me han escrito, hermosa. Personas que, como tú, han sentido el mismo dolor, recorren el mismo camino y encuentran en ti y en tu pequeña-gigante lucha, el impulso para seguir adelante.

También por ese molesto inquilino que te acompaña desde que naciste. Pocos los conocen, pero miles lo sufren. Imagínate a cientos de niños en este, tu país, sintiendo esos mismos dolores intensos que te atormentan, pero sin saber por qué. Sin entender de dónde salen y cómo se controlan. Por eso, decidí contar tu historia, nuestra historia. Porque es hermosa.

Apareciste por sorpresa. No te esperábamos. Y claro, sentimos un enorme miedo. Pero poco a poco, al mismo tiempo que crecías en la barriga de tu mamá, lograbas que se encogieran nuestros temores.

Y cuando por fin te presentaste ante este mundo, tu primera acción fue apretar duro la mano de tu Majo, de tu hermanita. Y desde ahí se unieron, no físicamente, sino en espíritu. Y el último de nuestros temores desapareció. Tú y ella son muy diferentes, increíble y exquisitamente opuestas, pero basta sentirlas cerca para ver cómo brota el amor cómplice.

Y creciste, hermosa, dulce y muy adelantada. Caminaste rapidísmo, hablaste antes que cualquier chiquito a su edad, unías ideas de una forma increíble y tus ojos, siempre inquietos y observadores, parecían querer devorarse el planeta. Sin miedo, te acercabas a lo que fuera, tanto que desarrollaste una fascinación por los perros -así te tripliquen en tamaño- que Majo y yo, recelosos con los de 4 patas, aún admiramos.

Pero, amor mío, aprendiste que todo poder tiene un par en una limitación. Una gran fuerza es equilibrada por un gran punto débil. Y entonces apareció esta AIJ. De la nada, sin ser invitada. Fastidiosa, peligrosa e indeseada.

No te miento, su llegada me ha afectado. A veces flaqueo, me dejo vencer por el miedo, por la paranoia, por la desesperanza. Y me desespero, me da rabia, bronca, sentimiento de culpa.

Por eso, empecé a devorar todo lo que encontraba sobre nuestra enemiga que no es enemiga, porque es parte de ti. Y todo en ti es bello y tiene una razón.

También he buscado a otros que vivan esta misma zozobra. Y cuando los veo y los descubro bellos y fuertes (bueno, bellas porque este mal ataca más a las mujeres), puedo visualizarte en 10, 20 años: hermosa, poderosa, fuerte, realizada y arrolladora. Porque estás destinada a brillar, de eso no me queda duda alguna.

Y he tratado de absorber tu fuerza. Cuando me duele algo, cuando tengo una queja la retiro de inmediato y trato de pensar en todo ese dolor de mierda que has soportado y pese al cual levantabas la cabeza para sonreír o te parabas, tambaleándote, de la cama para jugar y correr, mientras me mirabas como diciéndome: “Tranquilo, yo puedo correr, yo puedo hacer todo”.

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Porque estoy convencido de que hacías ese esfuerzo para quitarme la tremenda cara de culo que volví parte de mi vestuario durante esos días gris oscuro en los que estuviste hospitalizada (no recuerdo ni uno solo con sol). Y lo lograbas. Y a partir de entonces nos conectamos y desarrollamos una simbiosis especial. La sentí por primera vez en un día de llanto desesperado de medianoche, tú en la clínica con tu mami y yo en casa, solo (Majo estaba con sus lelitos).

Me llamó Joha desesperada con tu llanto. Dolor, fiebre, todo estaba en su pico. Yo a lo único que atiné fue a tomar una foto tuya. Me senté en tu cuarto, la abracé, cerré los ojos y te pedí que te calmaras. Te dije que desde casa te abrazaba, que escucharas mi corazón. Que yo también lloraba y que juntos saldríamos de esta. No sé si fue eso o qué, pero te calmaste. Algo especial debe haber entre ambos.

Hoy, tu y yo nos reímos a la par que peleamos. Eres mi maestra en valentía y yo trato de serlo en la vida, con las herramientas que me dan casi 40 años de presencia en estos lares. Compartimos el sentido de la ironía, del humor negro, de cierta picardía feliz que nos hace sentir política (y dichosamente) incorrectos.

Ahora te estoy viendo renacer. Suelo decir que has vuelto a ser Antonia. Pero no. No es así. Lo correcto sería decir que estás volviendo a nacer. Eres una Anto nueva. Mudaste, a tus dos años, de piel. De alma. De percepción de la vida. Eres una tormenta en un cuerpo pequeñito. Eres voluntad pura en empaque pequeño.

Anto, tu futuro es brillante: vive, ríe, viaja, corre, lucha, disfruta, pero sobre todo inspira. Sé fuente de inspiración para otros que quizá se pierdan en el camino que tú ya estás recorriendo. Y para eso, si lo decides, siempre estará este, tu espacio.

Yo, por mi parte, trataré de renacer. De seguir aprendiendo lecciones de ti. Sí, mi Anto, a veces luzco cansado. A veces (cada vez menos) me vuelve la cara de culo a la indumentaria diaria. Pero miro atrás, veo el camino recorrido, veo la batalla y me renuevo. Soy tu soldado más cercano. Seré tu mano derecha en esta batalla así dure uno o 100 años. Lo seré siempre.

¿Cómo me recargaré? Me bastará con que pases tu mano por mi cara, como lo haces siempre, como lo hacías acostada en el hospital y con la pocas energías que te quedaban por culpa de la fiebre. Ese, mi Anto, es mi combustible. Y mientras lo tenga, te juro que ganaremos esta batalla. Quizá en ella mi espada se parta, pero jamás se doblará.

Te amo
Tu papi

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