Para Jose, porque la adversidad no somete la dignidad
Por estos días se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Cartagena, una selección de dibujos y poemas de niños del campo de concentración de Terezín, República Checa, denomina «Siempre volveré a vivir». Un testimonio conmovedor del arte como catarsis y expresión libertaria en medio de la opresión y el encierro, pero también documento histórico de realidades que se cuentan a medias y que cobran voz mediante los trazos o las metáforas de los que se vale el autor para gritar lo que su voz calla y decir lo que no se le permite, o simplemente, como ventana a la esperanza, refugio de la ilusión, proyección de la vida coloreada entre paredes grises.
La violencia nos pone de frente la transformación del ser y su necesidad de contar su tragedia, asegurar la memoria y ser reparado de alguna forma como mecanismos de justicia. Nosotros, hijos de una violencia histórica, perdonamos pero no olvidamos, porque ya es consabido que la historia se conoce para no repetirla, además como acto de justicia para las víctimas, pero sobre todo, porque una herida por más cerrada siempre deja cicatriz.
La construcción de la identidad humana es un proceso que puede alcanzar niveles casi místicos cuando el dolor trata de despojarnos de nuestra esencia de seres racionales dotados de derechos inalienables.
Es aquí cuando nuestra fuerza interior, que a la vez tiene un contenido de valores universales se eleva ante la crueldad y nos inspira para mantener eterna la idea, los sueños, la memoria; es la prevalencia de la dignidad humana que triunfa sobre los abusos que tratan de cosificarnos por el color de piel, credo o pensamiento.
En tiempos en que opciones de civilidad se abren en nuestro país para superar la guerra, que es tanto producto de la violencia de las armas como del desamparo y la exclusión cotidiana, es necesaria la reflexión sobre nuestra condición en este momento histórico. La exaltación de la vida por los espíritus más nobles en las condiciones más adversas, desde los niños del campo de concentración de Terezín que eternizaron su humanidad vejada por el nazismo, hasta nuestros compatriotas despojados de sus derechos por las mal llamadas razones de estado, es una invitación a un alto a la barbarie y a los privilegios anacrónicos que hacen sufrir a la mayoría de los colombianos. Esta invitación se hace extensiva a la conciencia de todos en el triunfo de esta fuerza del espíritu sobre el terror, expresado y eternizado en esta exposición.
Siempre que exista un verso escrito en la pared de la palabra presa, o que el alma pura de un niño haga inmortal sus sueños en pinturas y texto universales, o que un campesino desterrado y violentado resista con el alma y haga valer la memoria de sus verdades, ni todos los odios y egoísmos podrían borrar el legado imperecedero que va dejando lo más sublime de la humanidad entera, esa estela de amor que es el arte de la dignidad.
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