Mientras los dirigentes afrocolombianos rechazan su representación en el Congreso, en los premios India Catalina, nos presentan un fenotipo sometido a la reingeniería de las lipoesculturas que reinan en la estética de la mafia. Sí, la pobre y manoseada India Catalina, digitalizada para el lenguaje audiovisual, lucía un cuerpo hecho en el quirófano, por tanto muy lejos de lo que nos cuenta la historia.
Hablar de identidad étnica en la política y en la cultura de masas (sin menoscabo a la protección de la cultura de comunidades indígenas y afro) en medio de la corrupción, la globalización cultural y más de quinientos años de cruces entre reyezuelos y plebeyos, nobles y esclavos, es un chiste anacrónico. Pero como anacrónicas y chistosas son nuestras leyes sigamos mintiéndonos con que generando mecanismos para erradicar la inequidad construiremos un país menos desigual.
Aunque creo que en un país tan mestizado como el nuestro, las acciones afirmativas ratifican el segregacionismo, la autoexclusión y con ello la discriminación, para este caso mi argumento es que mientras la corrupción sea “aceptada” no habrá “buenas intenciones” que valgan.
A los representantes electos por las negritudes los rechazan por no ser negros, aun cuando el color de piel no es condicionante. El debate mediático se ha centrado en que si son blancos, mestizos o “afroconvenientes” no en lo corrupto del mecanismo que los legitima, ni en el transfuguismo, ni en su proveniencia, alianzas, reputación, ni en el mercado de avales que se repite a lo largo y ancho del espectro político, refrendados por la ley y sin derecho a réplica. (Cuando la sal se corrompe). Hay que erradicar la corrupción y eso no se hace con discursos a medias tintas. ¿Qué tal el descaro de la “mermelada”?
Como acto de contrición revisemos nuestras actuaciones, miremos cuántas de ellas son corruptas, si acaso nos “contagiamos” y entramos en la “onda” de elegir el atajo antes que el trabajo, si nuestras ambiciones están cercadas por una moral rígida o blanda, quizá hipócrita.
Luego, revisemos por quién votamos, a quien excusamos sus faltas, cuánta sanción o presión social ejercemos sobre quienes sabemos nos gobiernan corruptamente. Si no asumimos una actitud de cero tolerancia a la corrupción, nada va a cambiar.
Hagamos pedagogía entre quienes como borregos van a las urnas a reelegir las castas políticas que en cuerpo ajeno repiten inmisericordes sus fórmulas clientelares, saqueadoras, perpetuadoras de miseria, reproductoras de borregos. Con los dineros del pueblo la maquinaria anda, y ahí, detrás, los borregos. Pero no es sólo enseñar, el hambre también manda.
La corrupción no tiene color de piel, la pobreza, a veces, no busquemos la fiebre en las sábanas.
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