Antes, para salir en la televisión, debíamos cumplir una serie de requisitos. Principalmente, se debía tener algo de talento, y sí, palanca. Muchos se quedaron toda la vida en sus casas siendo el payaso en sus fiestas familiares, porque nadie los descubrió.
Hoy casi todo el mundo tiene una audiencia. Tenga o no tenga talento. Ello tiene de bueno que, ese talento oculto, no se muere sin ser descubierto, y de malo, que el mundo se ha inundado de contenido basura. La verdad es que siempre ha habido contenido basura, así que ese no es el principal problema. Lo que me asusta del panorama es la megalomanía. Para quienes no saben, se trata de un trastorno sicológico en el cual la persona que lo padece está delirante de grandeza y poder, tiene un ego exacerbado que degenera en narcisismo, creyéndose el centro del mundo, y llevándose por delante a otros. De hecho, creen que los demás viven en función de ellos y sufren de delirio de persecución, o creen que todo es una conspiración. Además, se rodean de personas que las adulan desmedidamente, reafirmándose así en sus errores, son aclamados por audiencias acríticas, enamoradas de un falso carisma que oculta tiranía.
Suele decirse que la megalomanía es la enfermedad por excelencia de los políticos, aunque hoy en día parece que está en todas las esquinas. Solo basta entrar a una red social y notar al menos que el 5 % de tus contactos, están ahí, todo el día, hablando de sí mismos. Preocupa esa tendencia en la que los jóvenes no quieren ser sino “influencers”, sin volverse expertos en algo, sin estudiar previamente un tema a profundidad. Desde niños, están frente a la cámara y creen que cualquier cosa que dicen, debe ser aplaudida, y los padres, solemos cometer ese error y hacerles creer que son relevantes. Luego, facilito se consideran estrellitas de las “pantallas de celular”. A esto le sumamos ese positivismo tóxico, esa cantidad de “coaches” de vida con mensajes sobre la importancia de auto reverenciarnos, auto disculparnos todos los errores, sin mea culpas sinceras, olvidándonos del otro. Hemos reducido la humanidad a un asunto del “yo”.
Hoy te regalo un libro y un espejo. O mejor, un libro espejo. Al leerlo vi todo lo que hemos hecho mal, y lo feo que somos. Cadáver Exquisito de Agustina Bazterrica, mi recomendado de hoy.
Lee mucho, y cuando tu mente sea lo suficientemente crítica, ve al espejo. Quizá puedas verte con ojos honestos, y nos regales privarnos de ti, o se recrudezca tu narcisismo, es que a veces el remedio es peor que la enfermedad. No, mentiras, lo que realmente quiero es que podamos ser capaces de ver nuestros errores y trabajar en ellos antes de mostrárselos al mundo. No es que se deba estar libre de defectos, pero si trabajemos por ser autocríticos, empáticos y pensar más en los otros. Definitivamente eso de “que no te importe la opinión de los demás” lo hemos llevado a extremos preocupantes, así como que nos gobiernen megalómanos.
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