Cada quien vive su pesadilla o su sueño. En Venezuela son casi 8 millones las personas que han migrado en los últimos diez años, convirtiéndose en el mayor éxodo en la historia de la región.
Los que se han quedado, en julio despertaron con la ilusión del cambio destruida, y este 10 de enero tuvieron que presenciar que “todo sigue como antes”, o peor. Algunos, entonces, están pensado en cambiar de pesadilla. La desesperanza los obligará a decidir si irse del país, porque empezar de cero parecería una mejor opción que continuar con la vida que tienen. Otros, en cambio, y sin decirnos mentiras, su mejor opción es que las cosas continúen igual, y esto incluye también a algunos “opositores” del régimen que les va muy bien pescando en río revuelto. No estoy desconociendo luchas y proclamas legítimas, pero tampoco se debe ocultar que el caos beneficia a muchas personas.
Me gustaría reflexionar, un poco desde la antropología y no meramente desde el pragmatismo obvio del gustico que implica ostentar el poder. ¿Qué hay detrás de los deseos de perpetuarse en él y de utilizar todos los medios posibles, ortodoxos o non sancto, para no dejárselo quitar?
Las pirámides sociales son estructuras que se basan en la asignación rígida de roles, estatus y derechos a individuos o grupos específicos dentro de una sociedad. Estas estructuras pueden remontarse a comunidades ancestrales.
En la India el sistema de castas surgió con los textos védicos (aproximadamente 1500 a.C.) que definían las divisiones sociales (varna) según ocupaciones, con los brahmanes (sacerdotes) en la cima y los shudras (trabajadores) en la base. Posteriormente, se consolidó con subdivisiones más estrictas (jatis).
En muchas culturas ancestrales, las sociedades se organizaban alrededor de funciones como la guerra, la religión o el comercio. Ejemplos incluyen los nobles y plebeyos en Mesopotamia o los faraones y campesinos en el antiguo Egipto. Esto se reproduce en distintas sociedades y civilizaciones y prácticamente sus características destacables se basan en el nacimiento casi inmutables, asociadas con roles económicos, religiosos y sociales específicos y reforzadas por rituales y creencias culturales, que perpetúan el ciclo de poder. En Colombia se reafirma en “usted no sabe quién soy yo”.
La pirámide social, suele mostrar que la base (los menos privilegiados) son la inmensa mayoría y los de la cúspide, son una “exquisita” minoría. Esta marcada desigualdad que hoy se mantiene, genera profundas divisiones, violencias y discriminaciones. Un día, la base se subleva y toma el poder, el sueño cumplido de las mayorías.
Si históricamente cuesta tanto subvertir el orden, que nos hace pensar que se devolverá el poder al privilegiado tan fácilmente. Nada, toca luchar, sí, para cumplir el sueño de la mayoría, que solo se encarnará en una persona, y en ella, se repetirá el patrón, porque el hombre en esencia es el mismo, nadie quiere vivir mal, ni pisoteado por otro, y la pirámide jamás se va a invertir por cuestiones tan simples como la finitud de los recursos. Para el sueño del ascenso social se necesitan revoluciones que solo logran entregar el poder a otro. No se puede negar que algunos cambios institucionales han favorecido leyes más inclusivas y ampliaron el rango de oportunidades, pero en el fondo, la pesadilla se repite como el cuento del gallo capón. No es tanto el gustico obvio como finalmente dejar de ser el pisoteado.
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