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Se cierne sobre las mentes inquietas un vago temor por lo que pueda pasar con la IA. En cuestión de segundos su conocimiento sobre ti, el mundo, y la posición que juegan, es abismalmente más grande que el de sus creadores, por eso a simple vista es ridícula la pregunta de si tiene alma la IA. Ya es común que las grandes empresas que se benefician con las mejoras en la “productividad”, a partir de la velocidad con la que analizan inmensas cantidades de datos, minimicen sus riesgos.
¿Temer por la IA?
El premio nobel de física Geoffrey Hinton, padre de la IA, y ex trabajador de Google, dijo en una entrevista que le hizo Brook Silva- Braga para CBS News, que «La mejor forma de entenderlo es que somos como alguien que tiene un cachorro de tigre muy mono, a menos que puedas estar muy seguro de que no va a querer matarte cuando crezca, deberías preocuparte”, y también estimó entre un 10 % y un 20 % el riesgo de que la inteligencia artificial acabe arrebatando el control a los humanos. El referente de ciencia ficción que tenemos en el recuerdo lo narraba así, y por eso es difícil imaginarse otro tipo de escenarios. Sin embargo, los hay, y el mismo Geoffrey los ve, plantea que la IA transformará la educación, la medicina, e inclusive los problemas el cambio climático, y yo deseo que así sea.
De todas formas, soy prudente en mi relacionamiento con ella. No quisiera que me conociera más que a mí misma. Es inaudito que el trabajo que nos lleva toda una vida descubrir sea resuelto en un par de segundos. Quiero ser desconocida para el resto, y que los demás sean un enigma a resolver por mí, también. Quiero poder seguir intentando develar los misterios de conocer a alguien y no terminar conociéndolo bien nunca, descifrar la razón de ser del “azar”, de los “encuentros” de los “tropiezos” de lo que jamás podremos entender muy bien. No quiero que me lo digan, quiero descubrirlo en los tiempos de la vida, que van, vienen, se revuelven, y pasan, como los torbellinos, siempre dejando una estela.
¿Qué es el alma?
Crecí entre monjas y una familia muy católica. Mientras, la abuela con la que vivía repetía con vehemencia, “cuando te mueres, muerto quedas, no hay más allá ni más acá. La vida es lo que ves”. Platón divide el alma en tres partes: la racional (ubicada en la cabeza, responsable del pensamiento y la razón), la irascible (ubicada en el pecho, responsable de las emociones y el coraje) y la concupiscible (ubicada en el abdomen, responsable de los deseos y pasiones) me seguía pareciendo muy materialista, aunque Platón no lo fuera, e inclusive creyera en la reencarnación. Pues bien, alma no se refiere específicamente al espíritu, se refiere al lugar de nuestro interior y nuestras emociones.
Al mejor o al peor estilo de la serie Black Mirror, así como hay historias de horror frente a lo que pueda pasar, como el primer capítulo de la actual temporada, en la que la tecnología empeorará la visión mercantilista de la vida y del ser, así también hay referencias sobre las posibilidades de crear un universo donde puedan borrarse las limitaciones impuestas por el mundo físico, sin desconocer, que son posibilidades costosas y no al alcance de otros, pero al fin, posibilidades inmensas y transformadoras.
Al menos un acto de amor
El documental La singular vida de Ibelin, premiado en diferentes festivales, me reveló, desde una visión mucho más positiva, cómo la soledad y aislamiento devenido de enfermedades como la atrofia muscular, pueden encontrar un antídoto en el mundo virtual, en el cual, el paciente puede correr verdes campos y encontrar personas igualmente solitarias, con un inmenso corazón que compartir y, solo, en la virtualidad, (bajo anonimato) se sienten con la confianza de hacerlo. A ese corazón le llamo alma, y en el caso de Ibelin, pudo desplegarse en la virtualidad, y nosotros conocerla después de su muerte, especialmente su familia, gracias a las maravillas de la IA. Mírenlo, especialmente mis excompañeros de la Universidad, en donde compartimos con dos hermanos con la enfermedad de Duchenne y que tras conocer los pensamientos de Ibelin, entiendo por qué se sentían tan incomprendidos.
Creo que el alma de Ibelin, devuelta al mundo con IA quedó en el código para recordarnos que la tecnología también puede ser un acto de amor.
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