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La cuna, Berthe Morisot

La rebeldía de la luz, entre los impresionistas se encontraba la talentosa Berthe Morisot

En una sala oscura del cine, la historia se ilumina. No con efectos especiales de trama calculada, sino con algo más poderoso y menos efímero: la fe. La fe de un puñado de artistas que, hace 150 años, no encajaban y persistieron. Así lo muestra el documental París 1874. La Invención del Impresionismo que nos sumerge en el génesis de un movimiento artístico incomprendido en su tiempo, y que hoy marca la pauta de lo que entendemos como modernidad en el arte.

…Y la silenciada voz femenina

Allí están Monet, Renoir, Degas, Van Gogh… pero hay una presenciaque brilla con una intensidad singular: Berthe Morisot. La única mujer fundadora del grupo impresionista, que pintó lo cotidiano con sutileza y con una honestidad hermosa. Mientras sus colegas hombres eran ridiculizados por la crítica, ella tenía que soportar, además, el peso de ser mujer en un mundo donde el talento femenino se consideraba una excentricidad tolerable, pero no un valor.

Morisot pintaba la infancia, la intimidad, la luz. Pintaba lo que la mayoría desdeñaba por “doméstico” o “insignificante”. Y, sin embargo, lo hacía con una libertad técnica tan profunda que, aún hoy, sus blancos siguen respirando. Fue modelo de Manet, sí, pero más que eso: fue su igual, aunque él interviniera su obra al punto de arruinarla —como lo confesó ella misma en una carta a su hermana. Esa escena, que en el documental se menciona, me estrujó. Porque detrás del pincel de Morisot había arte y una afirmación de existencia. Y él, sin saberlo o sabiéndolo demasiado bien, la invisibilizó un poco más.  Y todavía pasa igual.

¿Terquedad, rebeldía o dignidad?

También el documental deja la marginalidad con la que la sociedad trata a sus genios en vida. Monet no podía vender sus cuadros. Renoir cambiaba comida por arte. Morisot infravalorada por ser mujer. Pero no dejaron de crear. Y esa terquedad o rebeldía me parece de una dignidad fascinante, aunque hay que cambiar esa realidad que atraviesan tantos artistas en el mundo.

Trascender

El arte no se hace para el aplauso. Puede ser un murmullo en medio del ruido. ¿Cuál es el fin de un creador? ¿El éxito? ¿El reconocimiento? ¿O simplemente resistir, incluso cuando todo invita al silencio? Hoy, los cuadros que nadie quiso en 1874 valen cifras obscenas. Pero ellos murieron sin saberlo. Y eso, lejos de ser una tragedia, es una lección: crear no es complacer, es creer.

Un lugar para los locales

El fin de semana en el Círculo de Mujeres conocí a tres escritores locales: María Buelvas Badrán, Qoxahomn y Ana Victoria Padilla. Qué forma de narrar, belleza sin artificios, y aunque lo merecen, aún no tienen su lugar en la historia. Me pregunto si el tiempo los recordará. Me pregunto si entre tanto algoritmo, entre tanta bulla, aún queda lugar para los que escriben como si de verdad importara.

Morisot no esperó permiso. Tampoco los demás. Ellos vieron el mundo de otra manera, y nos enseñaron a verlo también. Tal vez de eso se trate el arte: de abrir los ojos, aunque nos duela la luz.  Por lo pronto vamos al cine, el ciclo de impresionistas se extiende hasta agosto, y esa luz, les revelará más verdades que estas.

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