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No querría escribir esta columna, pero noto que sigue siendo necesaria.  Celebrar los 490 años de la fundación de Cartagena, es reconocer, aún luego de revisada la historia, que esta ciudad es por el “descubrimiento” de los españoles.

Cada vez conocemos mejor las evidencias de una cultura que existía y fue destruida con violencia, y suplantada por foráneos que engañaron, asesinaron, despojaron y esclavizaron a los dueños de este territorio que legaron estas tierras de habitantes de más o menos 4.000 años a.C.

 Es cierto que el legado español es parte de nuestra identidad, y que inclusive hoy, nuestra ciudad, es y vive, de las joyas arquitectónicas que aquí desarrollaron los europeos con mano de obra esclaviza, indígena y africana, para construir el valioso patrimonio histórico que hoy, además, nos hace una ciudad turística por la cual se perciben algunas “riquezas”.  Desconocer eso tampoco estaría bien. Somos hijos de todo lo que ha sucedido en la historia de este territorio y negar nuestra identidad es robarnos parte de lo que somos. Pero es imprescindible, para un verdadero proceso de descolonización, llamar las cosas por su nombre, hacer consciencia y resignificar las fechas con una apropiación adecuada de lo que representan.  

Así, realmente el primero de junio no hay nada que celebrar, si  recordar algunos acontecimientos que marcaron la historia de lo que somos, especialmente en el sentido de honrar la vida de una población diezmada y abatida por la ambición del poder.

No estemos tristes, pero tampoco hagamos una oda a la violencia. Aceptemos y reconozcamos lo que somos con todo el orgullo y la dignidad que merecemos. Somos ricos culturalmente, legamos de los europeos, africanos e indios un sinfín de saberes que nos dota como sociedad, y en algunos casos también nos limita, para lo que será importante gestionar acertadamente tanto nuestras fortalezas como debilidades para llevarnos hacia donde deberíamos desear colectiva y no individualmente.

Es una cuestión de identidad y por supuesto de sentido de pertenencia el saber de dónde venimos y hacia dónde queremos ir, son estos dos (identidad y pertenencia) ingredientes básicos y necesarios para construir ciudadanía y forjar la cultura que revalorice lo que somos, para así amar nuestra ciudad, no tratarla más de “ajena” y llevarla al destino que no sólo sabríamos que merece, sino que nos desviviríamos por dárselo al precio que fuera necesario, sin mezquindades ni reservas.  Nuestra historia no es de 490 años, ni sólo de un grupo de “poderosos” que la escribieron y narraron a su antojo por siglos, y además reprodujeron a través de los diferentes aparatos ideológicos del Estado. Nuestra historia se nutre de todas sus vivencias, de su cultura, de su resistencia, del cruce de identidades, de sus violencias, pero también de su resiliencia y de las ganas de renacer a pesar de tantos cañonazos. Son muchos más que 490 años los de nuestra Karmairi, nada que celebrar, mucho si por hacer consciencia para construir con sensatez el tiempo “por venir”, su porvenir.

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