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«Del afán no queda sino el cansancio», dice el refrán popular.

El partido político de la FARC atraviesa hoy por un momento difícil, donde la ciudadanía masivamente muestra indignación por sus candidaturas a Presidencia y Congreso, pese a un acuerdo de paz que dio vía libre para sus propósitos democráticos.

Dicha situación solo muestra una sorpresiva ingenuidad de la nueva fuerza política exguerrillera, pues se precipitó en una decisión que pudo haber sido más prudente. Al «poco» tiempo de haber soltado los fusiles, salir a darle la cara a los colombianos y pedirle el apoyo en las urnas parece un hecho producto más de la inocencia que de la osadía.

Una cosa es firmar políticamente la paz, y otra muy distinta conseguir el perdón de la ciudadanía. Este último, como coinciden profesionales de sociología y psicología, es un acto que cada individuo decide con el tiempo hasta convertirse en una tendencia social que permite la reconciliación colectiva. Un proceso que no se da de la noche a la mañana.

Una gran porción de los colombianos no estamos listos para verlos dictar discursos en las plazas hablando de transformación social. Muestra de ello son los resultados de una reciente encuesta de Invamer: «más del 85% de los colombianos no ve con buenos ojos a la FARC» y «más del 70% tiene una imagen negativa de Timochenko».

Ahora bien, el afán de salir en las urnas puede ser también interpretado como una medida desesperada -y poco sólida- ante un escenario político que, dependiendo de los resultados de las elecciones presidenciales, puede cambiar o no las garantías de los acuerdos a los que llegó las FARC con el Estado.

En todo caso, la posición estrecha de un movimiento que abanderó tantos momentos de dolor para un país, no resulta prioritaria para un pueblo estrecho de pensamiento.

@EstebanAlvaran

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