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Empeño fútil por cuantificar las desventajas de una cultura basada en el atajo.

En artículos pasados reseñé brevemente los inconvenientes que acarrea la cultura del atajo en el desarrollo de la sociedad, e ilustré con algunos ejemplos las manifestaciones de dicha cultura. El atajo como filosofía de comportamiento, forma parte integral de la mentalidad criolla colombiana y no se lo considera una conducta reprobable sino más bien una manera válida de interacción. Se evidencia pues, la magnitud de la empresa que nos espera a los quijotes que queremos sacar a este país del oscurantismo al que nos ha condenado el sistema imperante basado en el atajo. En lo sucesivo nos referiremos con el término avivato, al agente activo de dicho sistema, es decir, el colombiano promedio, principalmente en el ejercicio específico de la avivatada.

Entre las diferentes formas de organización social que la historia ha conocido, encontramos un espectro bien amplio de alternativas que van desde la cruda y efectiva ley del garrote aplicada por los cavernícolas de antaño y los de ahora, hasta la sociedad basada en el civismo y el respeto. En algún punto del rango de posibilidades está la cultura del atajo. Todos los sistemas son válidos si consideramos como válido el hecho de que representan soluciones de los grupos humanos al problema de relacionarse mutuamente cuando se ven abocados a compartir un espacio común. La pregunta es: ¿lo que tenemos se compadece con lo que queremos? Es posible, y así pareciera a juzgar por la contumacia que caracteriza a algunas personas a la hora de defender el comportamiento del avivato o a la hora de desconocer lo nocivos que pueden ser para la convivencia. Prueba de ello es el sitio de honor al que ha sido elevado el avivato, lo que se refleja en expresiones tan nuestras como: «Papaya dada, papaya partida», «No sea pendejo, aproveche», y otras más suaves que si bien no ensalzan la avivatada abiertamente, al menos reflejan pusilánime connivencia, tal «Si no lo hago yo, alguien más lo hará». Encontramos otros indicios, en el encumbramiento de modelos de comportamiento descritos en la figura de la viveza criolla y su prima hermana la malicia indígena.

Cuántas veces hemos oído el cliché contenido en la frase: «El colombiano no se vara en ninguna parte». Y efectivamente gran parte de nuestros compatriotas expatriados han logrado un modo de vida digno en otros países a base de esfuerzo y, por qué no decirlo, grandes dosis de ingenio. Pero ese mismo ingenio, del que nos preciamos tanto, otras muchas veces es empleado en su versión más oscura y virulenta, que no es otra que la avivatada. Y ésta se nota más, así que no nos sorprendamos por la creciente ojeriza con que nos miran en el extranjero. Yo sostengo una tesis peregrina: Todos los recursos mentales que empleamos los colombianos para elaborar sofisticadísimos métodos de expoliación y destrucción, puestos al servicio de causas constructivas, habrían posibilitado el arribo de Colombia al primer mundo hace rato. Puestos al servicio de la trapaza, han neutralizado los esfuerzos por procurar el desarrollo, porque los que construyen país honradamente tienen que remar a contracorriente. Eso es como subir una cuesta en bicicleta aplicando los frenos.

Es posible que la comunidad colombiana esté conforme con el sistema basado en el atajo. Yo me resisto a creerlo y en consecuencia con esa convicción elaboraré algunos argumentos que puedan servir de herramienta para convencer a los más contumaces. Sobra decir que todos estamos contaminados en mayor o menor grado debido a que en un sistema generalizado de irrespeto, quien se empeñe en observar las reglas de buen comportamiento está en desventaja.

Como de costumbre, los ejemplos harán mejor trabajo que la retórica, al menos inicialmente. Hagamos unos ejercicios prácticos en forma de pregunta y respuesta:

PREGUNTA:

¿Qué haría usted si accidentalmente choca otro vehículo en un parqueadero y nadie se da cuenta? Supongamos que el choque es muy leve y apenas deja un rayón en la pintura del otro vehículo.

RESPUESTA:

Si usted está en un país civilizado y no es colombiano, o lo es, pero ha asimilado los estándares de comportamiento social, esperará al dueño del otro vehículo, o dejará un escrito indicando sus datos para que el perjudicado se comunique con usted y por supuesto, usted responderá por los gastos de la reparación.

Si usted está en Colombia, se hará el pendejo. Y no me venga con el cuento chimbo de que respondería por los daños. Si lo hace, será un ingenuo irredimible, y sí, gente así hay en Colombia pero no son ni el uno por ciento. El problema para ellos es que en caso de ser la víctima, nadie responderá; entonces esos mártires de la honradez estarán quebrantando el equilibrio, pero en su contra. Quizás les quede el consuelo de haber obrado correctamente, pero en lo económico estarán en clara desventaja.

PREGUNTA:

¿Le prestaría una cantidad significativa de dinero a un amigo, aceptando su palabra como única garantía de devolución?, en caso de haber cometido tamaña insensatez, ¿cree usted que el dinero le será devuelto en el tiempo pactado sin ningún esfuerzo de parte suya?

RESPUESTA:

No me voy a tomar el trabajo de responder esa pregunta. Me limitaré a decir que he perdido menos amigos, y menos plata, desde que decidí cortar por lo sano y declararme insolvente cada vez que alguien me pide dinero prestado. De nuevo, usted podrá decir «Eso será usted, porque toda la gente que yo conozco es gente de primera». Típica respuesta de candidata a reina de belleza que quizás le ayude para conseguir la corona en Cartagena, pero que en la vida real tiene poca aplicación a menos que usted quiera ingresar al mundo de los desposeídos.

La intención de estos ejemplos es demostrar la extensión que ha alcanzado, entre nosotros los colombianos, el sistema imperante basado en el atajo y sus múltiples variantes (el incumplimiento, la mentira, etc.), y hasta qué punto todos estamos contaminados. Ahora recurriré al clásico ejemplo de la fila, mecanismo en que me he apoyado antes, para intentar demostrar con números, por qué es más eficiente en términos de beneficio general el sistema basado en el respeto.

Supongamos que usted vive en una comunidad de diez personas. Las diez personas tienen que ir todos los días a las diez de la mañana a hacer fila en una oficina X para un trámite Y. La ventanilla de atención al público abre únicamente cuando están las diez personas formadas en la fila y cada trámite demora diez minutos. Es un ejemplo de laboratorio así que no repare en absurdos. Supongamos ahora, que no hay una preocupación especial por llegar antes que los otros a la fila, entonces cada persona comenzará la fila en cualquiera de las diez posiciones de forma aleatoria. El que llega primero será atendido a los cero minutos a partir del momento de apertura de la ventanilla; el que llega décimo lo será a los noventa minutos. Con el transcurrir de los días, cada persona gastará en promedio cuarenta y cinco (450/10=45) minutos de su día haciendo fila.

Supongamos que una de esas personas es un colombiano avivato y busca la manera de llegar de último pero siempre colándose en el primer lugar antes de la apertura de la ventanilla. El promedio de espera del colombiano será de cero minutos. El promedio de espera de TODAS LAS DEMÁS personas aumentará a cincuenta minutos (450/9=50).

Ahora supongamos que a una persona de la comunidad se le salta la piedra con la situación y decide emigrar, dejando disponible su lugar en la sociedad, el cual es ocupado por un recién llegado, que para infortunio de la comunidad, también es colombiano. Resulta que este nuevo habitante, como era de esperarse, es un avivato redomado y decide que «yo no voy a ser tan pendejo de hacer esa h.p. fila». Entonces saca a relucir su repertorio de técnicas para colarse. No sé cómo habrán logrado ponerse de acuerdo los dos colombianos, pero lo cierto es que ahora cada uno de ellos gasta en promedio cinco minutos haciendo fila, suponiendo que se pusieron de acuerdo, lo cual es bien improbable porque si tuvieran esa capacidad, en primer lugar se habrían adaptado al sistema desde el comienzo. Otro escenario quizás más probable para estos colombianos, es que uno de los dos sea más vivo o más fuerte que el otro y entonces el más vivo gastará cero minutosy el otro diez minutos. No importa. El aspecto importante de este nuevo escenario es que ahora TODOS LOS DEMÁS habitantes tendrán que gastar en promedio cincuenta y seis (450/8) minutos haciendo fila.

Podríamos seguir la progresión hasta completar el escenario patológico en el que todos los habitantes sean colombianos y el acceso diario a la ventanilla se convierte en un pandemonio inimaginable. Mejor dicho una Colombia a pequeña escala.

Bien, ahora las conclusiones del ejemplo, aplicables sin embargo a todos los escenarios en donde se requiera el acceso de los individuos a un recurso limitado, llámese fila, vías públicas, dineros del erario, semáforo, posesión de la tierra, etc.

– Un sistema civilizado basado en el respeto funciona como reloj suizo siempre y cuando TODOS los participantes sin excepción se acojan a él.

– Ambos sistemas, el del atajo y el del orden respetuoso son válidos, pero el segundo es tremendamente más eficiente y más equitativo.

– El sistema respetuoso exige un sacrificio relativamente pequeño a cada participante, pero la cuota de sacrificio es la misma para todos los actores y así mismo ocurre con los beneficios.

– Mientras menos avivatos haya, estos obtienen comparativamente más beneficios, pero TODOS los restantes individuos de la población respetuosa comienzan a sufrir menoscabo en sus condiciones. A medida que el número de avivatos aumente, el menoscabo será mayor para TODOS.

– Cuando hay más de un avivato, estos competirán entre sí por hacerse a la ventaja, y ya ya que por definición no lo harán organizadamente, habrá una lucha caótica la cual llevará a un atroz desperdicio de recursos de la que serán víctimas TODOS, pero en mayor medida los individuos respetuosos.

Hay un aspecto del ejemplo que he postergado deliberadamente. Al pasar los días, los miembros de la comunidad civilizada se darán cuenta de la ineficiencia del mecanismo en términos de uso del tiempo. Entonces, para ahorrarlo, buscarán alternativas beneficiosas para todos. De común acuerdo se turnarán el orden en la fila en forma secuencial, de tal suerte que a un individuo en particular, le corresponderá el primer turno hoy, el segundo mañana, y así sucesivamente. Esto les permitirá a todos llegar a la hora de apertura de la ventanilla sin tener que preocuparse por conseguir un buen sitio en la fila. Es más, ya no tendrán que hacer fila. Cuando se haya comprobado la bondad del nuevo sistema, se pasará a la siguiente modificación lógica, consistente en cambiar las reglas para que las personas sean atendidas a la hora que le corresponde a cada una, según el nuevo acuerdo, eliminando el requerimiento inicial de que estén todas en el momento de la apertura. Así, cada persona llegará a la oficina justo en el momento en que será atendida. Nótese que esta última solución es de imposible aplicación cuando hay un colombiano de por medio, porque entrará en juego otra de nuestras taras proverbiales: el incumplimiento.

La presencia de avivatos hará imposible la optimización del sistema descrita en el párrafo anterior. Ya puede uno imaginar el repertorio de socaliñas puesto en práctica: guardar la fila en favor de otro o de otros, la colada artera, buscar el favor del funcionario en la ventanilla, la presencia de rebuscadores de oficio que madrugan para vender el puesto, el «señor, guárdeme el puesto que ya vengo», etc. Entonces lo que debería de ser un mecanismo sencillo y eficiente, se convierte por obra y gracia de la estupidez colectiva en una auténtica pesadilla.

Estimados lectores, este ejemplo no pasa de ser una parodia de estudio científico, al final un chiste, pero con la sana intención de explicar una idea poderosa: Las sociedades avanzadas no se construyen con individuos excepcionalmente dotados, sino con individuos ordinarios pero con la capacidad, y más importante, la voluntad, de lograr consensos.

El individuo social debe tener plena conciencia de que está sujeto a una especie de contrato tácito con los demás miembros de la comunidad, que lo obliga a inhibir los apetitos inmediatos en favor de beneficios más consistentes a mediano plazo para toda la comunidad y en última instancia para él. ¿Cómo llegar a ese individuo socialmente apto? Oigo propuestas.

PD: Aclaración de rigor para quienes no hayan leído mis anteriores artículos. No me creo ni mejor ni peor que cualquier colombiano. Yo también he hecho trampa en consonancia con la usanza criolla porque como dije, de no haberlo hecho, algunos trámites se hubieran revelado de imposible conclusión. Pero me he dado cuenta de que esa manera de interactuar es la que nos tiene sumidos «en la inmunda».

 

PIETRO ROCA

LA PIEDRA AFUERA

Correo: pietro.roca@hotmail.com

Blog: http://www.eltiempo.com/blogs/la_piedra_afuera/

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