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¡Cuál voto a la brava, ni qué ocho cuartos!

Siento gran admiración por la señora columnista de la revista Semana (edición impresa), pero discrepo de cabo a rabo de su percepción o apreciación que tiene sobre el voto obligatorio, por ello, me sumo a unas pocas voces, no sé si calificadas, que proponen su aprobación para los comicios electorales que se celebren en el territorio colombiano, sin incomodarme su transitoriedad o permanencia, pero con absoluta seguridad de sus grandes aportes a nuestra democracia en aras del interés general.

La obligatoriedad del voto, como deber y participación ciudadana y máxima expresión del constituyente primario en cualquier democracia, jamás se le puede considerar como atentatorio a la libertad de expresión o al libre albedrio, ya que no se obliga a escoger a un candidato determinado. Error considerar la abstención como un derecho a una de las formas de protesta aduciendo que éste hace parte de las democracias, olvidando que sólo por el mecanismo del voto se hace real y medible la protesta generando situaciones jurídicas concretas, como es el caso del “voto en blanco”, que no es otra cosa que la expresión de rechazo a unos candidatos y, por ende, a un sistema que representan.

El abstencionismo es un bálsamo analgésico para evadir una responsabilidad sagrada que tienen todos los asociados con un sistema democrático, con repercusiones adversas para la misma sociedad, por cuanto esa posición permite que una minoría decida por una mayoría inerme y perezosa en asuntos trascendentales como lo es el escogimiento de Presidente de la República, de miembros a Cuerpos Colegiados, de Gobernadores y Alcaldes. El voto obligatorio no invierte la carga de la prueba ni cambia la lógica de las cosas, al contrario recae aquella sobre los que se “quemaron” por malos candidatos y se impondría ésta con los mejores en la elección popular o forzaría a la repetición de los comicios con nuevos aspirantes.

En Colombia sobran las razones para imponer el voto obligatorio. Primero que todo el ejercicio de la política recuperaría el espacio perdido en su filosofía e ideología y exigiría que su mandato se centrara en una legislación seria y de bienestar general para todos sus representados, empezando a borrar de paso esas empresas privilegiadas y corruptas que cada uno de los politiqueros de turno tienen apoltronando en las diferentes regiones y que les facilita establecer contubernios ignominiosos con grupos o personas al margen de la ley, nadando así en aguas turbulentas y en otras mansas.

Esta combinación político-criminal no sólo sucede en Córdoba o Sucre o La Guajira. No, se da en todo el territorio nacional. En Caldas, por ejemplo, no es que esté muy bien maquillada, es conocida y es de verdad sabida y buena fe guardada, pero goza de una impunidad impartida por las altas cortes, la fiscalía o la procuraduría y por el silencio cobarde de la gente. Si bien es cierto que la política o, mejor dicho, los politiqueros son la causa del expolio de los recursos para satisfacer las necesidades básicas de la comunidad, también lo es que la responsabilidad recae en los órganos de control y de investigación quienes se hacen los de la vista gorda, siendo esta la causa para que tengamos un Congreso corrupto, débil y amordazado por unos procesos administrativos o penales.

Si el abstencionismo fuera un mecanismo de protesta la realidad tan apabullante que vivimos hubiese desaparecido de mucho tiempo atrás. El voto obligatorio termina fortaleciendo la democracia y erradicando la mayor parte de la corrupción que, sin duda alguna, está en la política y de esta salen los hacedores de las normativas y los gobernantes. Con el voto obligatorio y con malos candidatos se forzaría a depositar el voto en blanco, y es aquí en donde la protesta o descontento se refleja y obligaría a nuevas elecciones, y tendríamos la opción de elegir a los pulquérrimos, inmaculados y mejores legisladores y gobernantes, quienes procurarían que las otras instituciones estatales fuesen a su imagen y semejanza.

¿El voto obligatorio a quien puede coaccionar u obligar a votar por un liberal, conservador, de la U, polo o del rebaño de Uribe? A ninguno, esos son sofismas de distracción que entorpecen un análisis profundo de esta figura que puede ser el gran paso hacia una verdadera transformación del país, empezando por los partidos políticos que si no cambian los empezamos a desestabilizar con el voto en blanco.

Se han esgrimido otros argumentos insulsos y estultos para atacar la figura del voto obligatorio, en caso de aprobarse traería consigo ciertas reformas lógicas y razonables. Como un ejemplo, y partiendo de la base de que las elecciones fueran por suscripción departamental o municipal, en caso de ganar el voto en blanco no se tendría derecho a recibir ninguna suma de dinero como reposición de votos o se recibiría una suma muy exigua como castigo al mal candidato, y otras reformas que habría que analizar en detalle y que no son del caso para este tema, porque aquí se trata de mostrar los beneficios a futuro.

La no aprobación del voto obligatorio solo beneficiaría a la clase política corrupta y a los perezosos. Ya se empezaron a sentir voces, esas sí descalificadas, de oposición a la iniciativa por parte de la bancada del partido Conservador y de la U., sienten pasos de animal grande con la introducción de la mencionada figura, porque saben a ciencia cierta que esa clase política que ellos representan a lontananza se vislumbra su aciago porvenir.

El menor indice de abstención se presenta en los estratos 1, 2 y 3, porque es la población más sensible y propensa para corromper por su bajo nivel educacional, lo que facilita la práctica ignominiosa de la compra-venta del voto, situación que se atacaría con la obligatoriedad del voto.

Mientras en este país se siga alcahueteando el abstencionismo y considerándolo como un derecho a la protesta lo que va en contravía de un deber ciudadano como lo es el de votar, seguiremos sumidos en el oscurantismo y sumergidos en barrizal de la corrupción.

Marco Aurelio Uribe García.
Manizales, octubre 9 de 2014.

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