Es domingo 6 de diciembre del año en curso, hace un tenue sol en la capital del país y es medio día. Le extiendo la mano a un taxi, el conductor hace caso a mi señal y me recoge.
El trancón es monumental, para usar una frase de cajón, y el taxista me entabla conversación.
«Como ahora no se puede andar, nos toca a 50, por eso se hacen estos trancones. Y hay ciclovía por todo lado. Es que una ciudad sin alcalde no hay caso».
Interpelo: «Yo le escribo a Claudia todos los días y ya ni me contesta, seguro me bloqueó. Lo primero que le reclamé fue cuando propuso que las mamás de los hombres del Esmad y de los manifestantes hicieran acompañamiento, me pareció ridículo, luego cuando comenzó a ‘patrasiarse’ de todo lo que dijo en campaña y después cuando le dije que tenía a Canal Capital apagado».
El taxista interrumpe: «Yo también le escribo a diario (me muestra su WhatsApp), pero también me deja en visto. Nosotros los católicos deberíamos unirnos para cambiar esto, no tengo nada contra ella, contra su vida personal, pero una ciudad no se puede manejar así. Tiene gente en el gabinete que no da la talla, como el de movilidad, quien vivía en Argentina y hace poco llegó a Bogotá».
Aprovecho una pausa de mi interlocutor y opino: «A mí solo me parece bueno el Secretario de Salud, que lo trajeron de Medellín, los demás son muy buñuelos».
Mientras avanzamos hacia mi residencia, para mis adentros pienso que conozco esa voz y esas canas, pero no estoy seguro que esa persona sea la que yo creo.
El taxista continúa su disertación: «Si no se aplica la ley de chatarrización esta ciudad va a colapsar, se lo he dicho a la alcaldesa, pero nunca me contesta».
Interrumpo: «Cuando estaba en campaña, Claudia nos llamaba a los periodistas para que le publicáramos todo y ahora nos ignora. Así son».
Ya cerca de mi casa el taxista se me parece más a quien yo pienso que es. Hemos hablado en esos 40 minutos de todo lo bueno, malo y feo de Bogotá y de Claudia y coincidimos en todo, menos en el tema de Uber, el cual tratamos con amplitud. Al escuchar su posición acerca de ese tema más se me parece a quien yo creo que es.
«¿Cuánto le debo?», le pregunto al llegar a mi domicilio.
«Son 18 mil», me contesta con voz firme y en ese preciso momento lo reconozco, justo cuando por el espejo retrovisor veo cómo su tapabocas se le resbala dejando al descubierto su rostro.
«¿Usted es Hugo Ospina?».
«Sí señor», me contesta orgulloso.
Y cuando me entrega los dos mil de vueltas exclama: «Usted es Giovanni Agudelo Mancera¨, el periodista, lo estuve llamando para aclararle cosas que escribió de mí».
Le dije: «Pues Hugo, le explico, dije que era el Zar de los taxistas y de hecho lo es, lo que uno no cree es verlo conduciendo un taxi de gama baja y menos un domingo. Dije que era un agitador y así se ha mostrado en los medios, pero hoy lo veo conciliador. Dije que le tiraba duro a Uber y no se metía con otras aplicaciones, y es verdad, por el camino solo ha hablado de ellos».
El guarda de mi edificio se acerca para ver si todo está bien porque tanto Hugo como yo tenemos voces fuertes, pero le aclaramos que, como dice el Pibe, «todo bien».
Luego de apagar el motor del carro, Hugo se despacha con su historia:
«Miré Giovanni, de mí hablan lo que no es, hay mucho mito y mucha ficción. Tengo segundo de bachillerato, soy exmilitar, (mostrándome una herida en un pie y en un ojo). Después me hice taxista, llevo más de 30 años en este oficio. Alguna vez llevé de urgencias a una señora que estaba grave y en el hospital un señor me dio las gracias, me preguntó quién era yo, le dije que yo era inquilino de ella y me dijo que era su hijo y me dio la tarjeta para buscarlo cuando lo necesitara, y ese día llegó: me embistieron con un carro en un trancón mientras el policía daba vía y me tumbaron 4 dientes arriba y cuatro abajo. Desperté en una clínica esposado a la cama dizque porque yo iba a atentar contra el gerente de Distrago, pedí hacer una llamada y me comuniqué con el señor de la tarjeta, decía Personero. Cuando él llegó habían más de 300 taxistas pendientes de mí, pues me conocen en toda la frecuencia, me dicen ‘Piraña’ porque reservo muchos servicios a la vez. El hijo de mi casera me propuso apoyarlo políticamente en su ambición política y crear una Asociación de Taxistas de la cual yo fuera su representante. Así fue y por eso soy su vocero.
«¿Pero usted es abogado?», le interrumpo.
«No soy abogado, pero pregunte lo que quiera», replica.
No pregunto nada y Hugo, al sacar unos papeles de la guantera, me los muestra. «Asesoro a todos los taxistas en sus comparendos y en todo lo que les pasa, me consignan 10 mil pesitos mensuales. En este momento estamos trabajando en el proyecto de ley para cobrar 700 salarios mínimos vigentes a quiénes usen plataformas ilegales y a quienes presten este servicio. El transporte de pasajeros en carros particulares está prohibido en Colombia, esa es la ley, nos guste o no».
«¿Usted fue quien sacó a Uber de Colombia?».
«No fui yo, yo solo me encargué de poner al descubierto ese tipo de servicio ilegal».
Pero insisto, «¿a usted solo le preocupa Uber?»
«Me preocupan las demás plataformas, lo que pasa es que ustedes, los de la radio, prensa y TV, usan Uber, por eso solo hablan de ellos. Vea Giovanni, para tener este taxi he tenido que ‘chatarrizar’ tres y lo estoy pagando. Hoy con lo que usted me paga de carrera, más una consignación de un colega, puedo ‘tanquear’. Ayer mi señora cumplió años y no le pude dar regalo. La otra semana me hacen lanzamiento donde vivo porque no he podido pagar los arriendos. Esas plataformas ilegales nos tienen quebrados a todos los taxistas, los cupos han bajado de precio».
Hugo, pero usted ha sido agitador en los medios, por ahí hay audios suyos invitando a cazar ‘uberianos’.
«Giovanni, los medios y las redes han sacado todo de contexto. Solo he dicho que denuncien a quienes prestan este servicio ilegal. Yo tengo comunicación directa con Duque (está bravo conmigo porque le hicimos paro), con generales, con gente dura y ellos saben que represento a un gremio muy importante, pero el diario vivir es diferente, yo no me he enriquecido con esto, esa es la verdad. Vicky me llamó hace unos días para que le ayudara al expresidente Uribe en un proyecto que tiene de legalizar el 10 por ciento de la flota ilegal de transporte por aplicaciones, yo le dije: ‘¿Sabe Vicky que me están convenciendo usted y Uribe? Pero denme un tiempito que tengo unos amigos ‘jaladores’, que ya han robado unos carros, esperemos que tengan unos 400 para legalizar unos 40. Vicky me colgó».
Suelta la carcajada y sigue.
«Giovanni, es que legalizar un carro de esos es como legalizar un kilo de droga, un arma blanca o un billete falso, la ley es la ley y yo no le jalo a eso».
Ya llevamos más de una hora hablando, el hambre acosa y el cansancio también, entonces le digo a Hugo:
«Hugo, seguimos hablando, déjeme tomar una foto a su tarjetón porque no me van a creer, después hablamos de mejorar el servicio de ustedes los taxistas».
Me bajo del taxi y me despido del verdadero Hugo, según él.
Periodista
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Cierto la ley es la ley, cuando le ponen a uno un comparendo eso es lo que le dicen, pero cuando se trata de aplicarlo ante uber y las demas aplicaciones ahi si no tiene ese sentido.
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