Era el año 1985, yo trabajaba en la emisora ‘Olímpica Stereo’, y ese sábado, día de San Valentín, después del programa de ‘Las 20 latinas’ me di cuenta que me sobraba un bono para reclamar un arreglo floral cortesía de algún almacén de cuyo nombre no puedo acordarme.
Era costumbre entregarle a los oyentes pases de cortesía para bares, almacenes de ropa, tiendas de discos, peluquerías y floristerías, entre otros. Yo era, además de ayudar en la emisión en directo con el sonido y la producción al aire, el encargado de coordinar los invitados, de contestar el teléfono a los oyentes y de entregar los premios después del programa. Los radio escuchas llegaban a la casa de la calle 32 con 15 y reclamaban sus obsequios.
Al ver que ese bono para arreglo floral no tenía dueño, (la orden de Alberto Suárez, director de la emisora, era entregar todo y no hacer uso personal de los premios), pensé, «ya terminó el programa y no tengo a quien entregarlo, no vino nunca el favorecido, lo espero hasta las tres y ya». En ese momento eran las dos de la tarde.
Luego de una hora y de que no llegara el oyente a reclamar el pase, decidí «voy a hacerle llegar ese ramo a mi tía Alicia».
Ella se encontraba internada desde hacía un mes en la antigua Clínica San Pedro Claver víctima de unos cálculos en el riñón, (eso me habían dicho a mi), y a la cual yo no había visitado por estar disgustado con mi abuelita y algunos tíos. Me había enfrentado a la matrona, a la matriarca, a la señora María, dictadora y mandona, (los detalles los contaré en otro artículo), por eso había sido extraditado a la casa de mi hermano Frank. No quería encontrarme en la clínica con ella, ni con los tíos que se pusieron en mi contra, por eso había aplazado la visita a mi tía Alicia.
Ella era, además de mi tía, mi madrina de bautizo, mi amiga, mi confidente, era la docente más hermosa, siempre sonriente y siempre pendiente de mí. Cuando pequeño lo que más me gustaba hacer era lustrar sus zapatos, para que destellara su brillo en el salón de clases, y encandilara a los alumnos, así ellos le preguntarían, «¿señorita profesora, quién embola sus zapatos?», y ella contestaría, «mi sobrino preferido».
Siempre estuve enamorado de ella, desde mis tres años, cuando llegué a vivir a la casa de mis abuelos luego que mi mamá nos abandonara a mis dos hermanos y a mí. Yo soy el menor y nos llevamos tres años de edad exactos.
A ella nunca le dolió una muela, jamás fue al médico, por eso me extrañó cuando me contaron que estaba hospitalizada y que dizque tenía «cálculos en el riñón».
Llamé a la floristería, di el número de la habitación y de la cama, y encargué el mejor arreglo floral que tuvieran allí con una tarjeta que dijera, «para la tía ‘Alicia Adorada’ de parte del ‘Escribidor'».
Cuando pasaron esa novela en la ‘televisora nacional’, ‘La tía Julia y el Escribidor’, basada en la majestuosa obra de Vargas Llosa comprendí que el amor por mi tía sí existía, y era verdadero.
Después de mucho pensar decidí ir a visitarla.
La idea era irme a casa, mientras el ramo llegaba a la clínica, afeitarme y bañarme de nuevo, para disimular la rumba de viernes, y luego para la San Pedro para decirle cuanto la adoraba, con todas las fuerzas de mi alma.
Salí de la emisora como a las cuatro de la tarde, cogí la buseta en la trece hasta la ‘veintidós’ con décima, y ahí la ‘Córdoba’, que me llevaría al 20 de Julio. Luego, caminar hasta ‘Columnas’, donde vivía con mi hermano Franklyn, sus hijas y su esposa, además de su suegra, sus 20 cuñados, con sus esposas y sus hijos.
Llegué a la casa como a las seis de la tarde, después de esa travesía. «Ya mi tía debe estar admirando el hermosos ramo que le envié», pensé, y en una hora estaría en la clínica abrazándola. Solo era cuestión de organizarme rápidamente, tomar un taxi, y llegar en media hora a la Claver, decirle cuánto la amaba. Ignoraría a mis tíos y a mi abuelita, entraría en silencio a la habitación, tomaría una flor del ramo enviado, y se la pondría en su cabello dorado.
Timbré varias veces, durante más de media hora, no tenía las llaves de la casa, nunca me las dieron, (era muy rumbero), todo estaba oscuro, no me abrían y cuando me disponía a tirar una piedra a la ventana del tercer piso, habitación de la suegra de mi hermano, ella apareció desde la terraza, casi en un quinto piso, y me dijo con su acento bien ecuatoriano, «¿usted qué hace acá Giovanni? lo estuvieron buscando sus hermanos por todo lado, lo llamaron a la emisora, pero usted estaba en el programa, todos se fueron para allá, lo están esperando».
«¿Para dónde, doña Emita?», pregunté.
«Pues para la funeraria, su tía lo estuvo esperando para morirse».
Las piernas se me doblaron y quedé arrodillado en el andén, las lágrimas hicieron un charco alrededor de mis rodillas, dejé de respirar por varios segundos y enterré mi frente en mis muslos. No recuerdo cuánto tiempo estuve así.
Las flores llegaron a una habitación vacía y de ahí las reenviaron a la funeraria, mi tía no las pudo ver, ni oler, ni admirar, ni disfrutar, esperó que yo llegase para morirse tranquila, y yo le fallé, como le fallé a mi abuelito ese lluvioso día del padre que nunca le llegué, y al otro día, cuando fui a verlo, él amaneció muerto. Como también le fallé a mi mejor amigo Miguel, al que nunca volví a visitar cuando entré a la televisión, nunca le respondí sus llamadas, y ni siquiera fui a su entierro, luego que él cayera de una andamio en la Primero de Mayo con Boyacá, (no me dieron permiso en Televideo, empresa donde trabajaba y estaba recién contratado); como le he fallado siempre a mis seres queridos, y a todos en general.
En el funeral de mi tía Alicia me enteré que nunca tuvo cálculos en el riñón, era un cáncer en el hígado, el médico le había pronosticado un mes de vida, y exactamente al mes murió, a sus 38 añitos. A mí no me dijeron nada dizque para que no sufriera, y desde ese día no he parado de sufrir un solo segundo, por el remordimiento y la tristeza que me embargan, por siempre.
Pude ayudar a cargar el cajón hasta la última morada de mi tía Alicia, ese fue mi único consuelo. A ella le encantaba que le dijera «Alicia Adorada», como el vallenato del maestro Alejo Durán, quién de seguro está reunido con mi amada tía en el cielo. A mi adorada tía le gustaba la versión de Jorge Oñate.
Ella siempre me dijo, «Sobrinito preferido, vas a ser el mejor periodista», porque no me separaba del viejo radio de mi abuelito, escuchando noticias, desde los tres añitos, a esa edad devoraba EL TIEMPO impreso, absolutamente todo, aprendí a leer con ese periódico y con Plaza Sésamo. Ahora, después de tantos años, solo quiero ser un modesto ‘Escribidor’.
En honor a ella, mi hija se llama también Alicia, como homenaje a esa hermosa mujer quien en vida educó niños para el futuro en el anonimato y por pura vocación.
¡Las flores deben entregarse en vida y no solo en San Valentín!
giovanniagudelomancera
periodista
Tarjeta Profesional #8356 Expedida por el Ministerio de Educación Nacional
síganos en twitter @giovanniagudelo
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Generalmente a todos nos suceden y nos pasan cosas,situaciones y circunstancias parecidas,por eso su acotacion de dar en vida es lo mejor y unico que podemos hacer.
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Muy bn escrito,se parece a uno de los cuentos peregrinos de gabo
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Excelente crónica, a leguas se nota que no fue escrita con la mano si no con el corazón!!!
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Es una muy buena cronica, tan apasionante como sencilla.
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muy buen escrito
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Felicitaciones por su crónica
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