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Hace unos días empecé a oír “The Other Latif”, un podcast que cuenta la historia de un periodista que descubre que tiene un homónimo preso en Guantánamo. A lo largo de 7 capítulos, Latif Nasser, el periodista, trata de entender lo que hay detrás de la detención del otro Latif Nasser, un supuesto experto en explosivos asesor de Osama bin Laden.

El podcast, más allá de exponer esta curiosa situación, cuestiona lo absurdo que puede ser el sistema de justicia de Estados Unidos: las maniobras que los abogados deben hacer para lograr un juicio con condiciones justas y los prejuicios raciales por los que tiene que atravesar un detenido. Uno de los episodios cuenta la historia de la cárcel de Guantánamo: lo que tuvieron en cuenta para instalarla allí, cómo tratan a los detenidos e incluso la forma de nombrarlos. La conclusión del episodio solo puede ser una: Guantánamo es un lugar pensado y ejecutado en un limbo, allí todo puede pasar, y nada de eso existe.

La cárcel de Guantánamo, una de las más caras del mundo, fue construida en tiempo récord después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y respondía a una serie de políticas estadounidenses que en su momento se llamaron “guerra contra el terror”. Cuando se planteó tener un centro de detención fuera de Estados Unidos, una de las apuestas estaba en las bases aéreas en Alemania, pero esto implicaba la lupa de la Unión Europea sobre lo que allí pasara, algo que no se ajustaba al tratamiento que querían dar a los detenidos.

Así nació la idea de levantar el centro en la bahía de Guantánamo: lejos de estar cubierto por la legislación cubana y fuera de tierra estadounidense. Era justo lo que buscaban, una tierra de nadie. Desde este momento, las instalaciones se fueron llenando con algunos de los hombres más buscados del mundo, que para todos los fines se denominaban como “combatientes enemigos ilegales”. El no llamarlos prisioneros de guerra implica que las convenciones internacionales no aplicaban para ellos por lo que podrían esperar su juicio eternamente, no tendrían derecho a la defensa jurídica y, como es bien conocido, eran víctimas de un sinfín de técnicas de tortura que llevaron a confesiones erróneas y desinformación por parte de los detenidos.

En un famoso discurso de Barack Obama sobre la cárcel de Guantánamo el expresidente se pregunta si Estados Unidos no debería ser más que un país que busca un lugar remoto en el mundo para torturar tranquilamente, si tiene sentido tener un lugar así a costa de “la tierra de la libertad”. Sin embargo, todavía hay 40 personas privadas de la libertad en esas instalaciones.

Guantánamo es un lugar pensado sobre lo que no existe, lo que no tiene nombre, y se han esforzado por que así permanezca. Los periodistas que viajan a la bahía pasan por estrictas revisiones de material para que no enseñen lo que pasa tras las rejas y la poca información que se conoce de los detenidos se conoce gracias a wikiLeaks.

Cerrar Guantánamo, como pretendió hacerlo Obama y ahora promete Joe Biden, no es una tarea fácil, entre otras cosas porque implica reconocer que tienen encerradas a personas hace años sin cargos ni juicio, y lo que no existe no es fácil de resolver desde lo administrativo. Que Estados Unidos se reivindique como una nación excepcional implica ser coherentes con los principios de libertad que pregonan y reconocer que los derechos como las leyes también son para todos, hasta para quienes no existen.

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