Los correctores de textos somos gente muy fastidiosa: nuestro trabajo consiste en buscar defectos en los actos de otras personas, y a nadie le resulta agradable que le anden diciendo que hace las cosas mal, aunque mis clientes me pagan por tan extraña tarea (ellos sabrán…). Para encontrar esas imperfecciones, mis colegas y yo tenemos que contrastar con un modelo aquello que creemos que está mal escrito, un modelo que en muchos casos es proporcionado por la Real Academia Española. Sin embargo, a veces el defecto tiene tanto éxito que acaba convirtiéndose en modelo, de tal manera que algunas de nuestras críticas y enmiendas pierden el sentido que un día tuvieron. Por ejemplo, yo ya no podré meterme con nadie por usar el verbo cesar como transitivo.
Durante los once años que trabajé como corrector en un periódico de Tenerife mi mesa era como la mortadela de un bocadillo, envuelta a ambos lados por el medio pan de deportes y el de política local, dos secciones en las que se hablaba habitualmente de entrenadores, concejales y otros individuos destituibles. Y, claro, yo me pasé todo ese tiempo aclarándoles a mis compañeros que el verbo cesar era intransitivo –así lo ordenaba la Academia–, por lo que oraciones como ‘El Club Deportivo Tenerife cesa a su entrenador’ eran incorrectas: en todo caso, el Tenerife podría destituir a su entrenador, y entonces el entrenador cesaría (dejaría de ocupar el cargo). Lo mismo hice hace cinco años en este blog, con un artículo en el que critiqué este uso.
Pero la orden no provenía únicamente de la RAE: se puede decir que todos los manuales de estilo, diccionarios de dudas y artículos que abordaron en su momento el asunto condenaban este error. ¿Todos? No. Un brillante guardián de la lengua ya pidió clemencia en el año 2000 para el uso transitivo de cesar, pero de eso hablaremos después. Ahora, y a modo de ejemplo de lo que opinaba el bando de los inclementes, les copio lo que dice la última edición del Libro de estilo de El País (Santillana) al respecto: «Este verbo es intransitivo, y, por tanto, no se puede usar con complemento directo. ‘Caer’ o ‘entrar’ son también verbos intransitivos, y uno ‘cae’, pero no ‘es caído’ por otro…».
Efectivamente, uno no es caído por otro. ¿Por qué? Porque nadie usa el verbo caer de esta manera, pero ¿qué ocurriría si millones de personas, de forma lenta y espontánea, comenzaran a hacerlo? Entonces habría que ir pensando en la posibilidad de ser algo indulgentes. Eso fue lo que hizo el gramático Leonardo Gómez Torrego en el año 2000 (quince años antes de entrar en la Real Academia) al escribir el artículo «Cesar a alguien», que el Centro Virtual Cervantes tiene colgado en su web. Allí nos decía el maestro que «la realidad es que el uso transitivo de cesar es ya frecuentísimo en los medios de comunicación, por lo que habrá que admitir que está arraigando en la norma culta». En similares términos hablaba en su libro Gramática didáctica del español (Ediciones SM).
Sin embargo, la Academia seguía erre que erre y, cinco años después de que fuera escrito ese artículo, nos advertía en su Diccionario panhispánico de dudas que «en la lengua culta formal, este verbo es intransitivo en todas sus acepciones». Sorprendentemente, la propia Academia –humana y no divina, como ya hemos señalado en ocasiones anteriores–, hablando de determinados sustantivos en su Nueva gramática de la lengua española (Espasa), decía en 2009 que el verbo cesar da lugar a la palabra cese y, entre paréntesis, añadía que su uso es «válido para la acepción transitiva y la intransitiva de cesar». ¿Se trató de un desliz? ¿O era su velado reconocimiento a un uso ya imparable, aunque en esos días aún ilegal?
Sea lo que fuere, lo cierto es que, como en tantos otros casos, y pese a las advertencias de libros de estilo y manuales de dudas, el triunfo del verbo cesar como transitivo ha sido tan avasallador que la Real Academia Española dio su brazo a torcer en la vigesimotercera edición de su diccionario, publicada en 2014, en la que a las acepciones ya conocidas del verbo añadió esta: ‘Destituir o deponer a alguien del cargo que ejerce’. Por lo tanto –y no es la primera vez que lo hago–, retiro lo escrito, y no como acto de sumisión a la RAE, sino porque comparto su cambio de postura. En otras palabras, me doy por vencido y declaro de manera solemne el cese definitivo de mis hostilidades contra todos aquellos que han convertido en modelo lo que en su día fue defecto.
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