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Se despertó a la 1 de la mañana, asustada, con la respiración agitada. Yo abrí los ojos, percibiendo la rareza en el ambiente. «Andrés -me dijo con la voz entrecortada y los ojos llorosos-, acabo de soñar que fuiste a comer con tu exnovia».

Su angustia era tan grande que se podía sentir cómo ocupaba un espacio en la habitación y, de paso, me oprimía el pecho. Me sentí contra las cuerdas. Quedé pasmado. El susto aceleró mi corazón y me alcanzó a faltar el aire. Me alejé de su cuerpo para evitar que sintiera los intensos latidos. Tampoco prendí la luz, porque no era conveniente que viera mi cara de culpable.

No sabía qué decirle, ni en qué tono hablarle. «¿Cómo sería mi reacción si fuera inocente?», pensaba temeroso. «¿Le diría que dejara la bobada? ¿La abrazaría y seguiría durmiendo con despreocupación? ¿Me sentaría en la cama para escucharla con interés? ¿Me reiría y haría un chiste de la situación?». No tuve tiempo para analizar cada posibilidad. Simplemente, abrí la boca:

– «¿Cómo así?… ¿qué soñaste?», le pregunté haciendo un enorme esfuerzo para sonar desprevenido, extrañado, somnoliento, como si no entendiera. La verdad es que estaba prevenido, cagado del susto, más despierto que un niño en una piscina y entendía perfectamente lo que me hablaba.

– «Soñé que entrabas con ella a un restaurante que era como una casa… era un restaurante de nombre francés… como ‘La Table…’ de alguien, de fulanito… no recuerdo bien».

«Por Dios -pensé aterrado-, esta vieja me pilló. ¡Por qué no me morí chiquito! No puede ser… ¿O será que alguien me vio y le contó? No, no, no… ¿Pero pa’ qué se inventa que es un sueño? Si tuviera información concreta, me diría y ya. Aunque… tal vez me vio una amiga que tenemos en común y me delató con la condición de no revelar la fuente. ¿Y ahora qué hago?».

Decidí hacer la típica mirada de quien, a pesar de ser descubierto, miente. Fue una señal inequívoca: arrugué la nariz de manera exagerada, como si acabara de oler un pedo,  y alargué mi respuesta: «¿Quéeee?… Taaan chistooosa…».

En efecto, la noche anterior había ido a comer con mi exnovia. No habíamos terminado en buenos términos y era una cita necesaria para pedir perdón y para perdonar, con cabeza fría, luego de un adiós lleno de insultos.

 

Lo importante es la comunicación… ¡pfff!

¿Por qué no le conté a mi novia? ¡Porque ella tenía demasiada información! Sabía de mi relación pasada; de hecho, me conoció en medio de mi conflictivo rompimiento y había padecido las consecuencias de mi indecisión porque, cuando empezamos a salir, yo no le había dado punto final a lo otro. En otras palabras, llegó a mi vida sin que la ‘ex’ hubiera salido completamente. Es el riesgo que uno corre cuando decide dar un paso al frente, dejando el otro pie atrás.

Mi nueva relación estaba viciada -y me declaro culpable por ello- porque fui yo quien dejó entrar a un fantasma innecesario del pasado. Abrí una puerta sin haber cerrado la otra. Además, acudí a ‘un par’ de mentiras, motivando inseguridades y desconfianza en mi novia. De hecho, creo que superé el tema antes que ella. Es como si yo hubiera enviado ese documento a la papelera de reciclaje de mi computador, pero ella lo hubiera guardado en el escritorio, para verlo siempre en el primer pantallazo.

En conclusión, no le conté para evitarme una mala cara, un lío más que no hacía falta. Claro, uno siempre le pide al otro que sea honesto, que tranquilo, que uno entiende, que fresco, que lo más importante es la comunicación… ¡pfff! Eso no es así, la otra persona ni queda tranquila, ni entiende, ni ‘se fresquea’. La comunicación sabe a cacho.

Aunque no estaba haciendo nada malo (a excepción de la mentira), me sentía como un prófugo de la justicia. Miraba con desconfianza la ventana del taxi en el que me desplazaba hacia el restaurante, temeroso de que me estuvieran siguiendo. Me provocaba enviar a un grupo antiexplosivos como avanzada, para inspeccionar que nadie conocido estuviera en ‘La Table de Michel’ y así evitar que me estallara la mentira en la cara.

– «Dios, que no vaya a ser tan de malas y me cruce con mi novia en el camino», le rogué al cielo.

– «Nooo, ‘mijo’, yo no acolito mentiras… ¿usted es bobo o su mamá lo peina así?», me respondió Él.

Lo negué hasta el final. Ella dijo que me creía y con los días pareció olvidar el tema. El que estaba intranquilo era yo. Me parecía increíble que mi novia hubiera tenido un sueño tan clarividente.

En el fondo, quería confesarle que tenía razón, que su visión había sido real, que tenía un don. De hecho, intenté hablar del tema varias veces; creo que mi conciencia me presionaba, buscando el momento para decirle la verdad: «Oye, todavía no puedo creer que hayas tenido ese sueño tan chistoso (¡pfff!), cuéntamelo otra vez». Ella me miraba con desconfianza: «¿Hay algo que quieras decirme Andrés?».

 

«Estoy jodido. Si le digo mentiras se las sueña»

Pensé que estaba abusando de mi suerte, así que cancelé el tema y decidí vivir con esa mentira. La invité a almorzar el fin de semana. Me porté como todo un caballero, especial, atento. Tal vez era producto de mi sentimiento de culpa.

Llovía cuando terminamos de almorzar. Le presté la chaqueta para que no se mojara. Le di mi billetera para que pagara el parqueadero mientras yo iba sacando el carro. Se subió y tuvimos un agradable momento de silencio que ella rompió cuando nos detuvimos en un semáforo: «Andrés, cuando pagué el parqueadero se cayó este papel», dijo. Me quedé mirándola con horror. Mis pulsaciones se dispararon. No sé si me puse pálido o rojo. Era la factura de la comida en ‘La Table de Michel’.

Alcancé a pensar en salvarme con otra mentira. Nuevamente, le pedí ayuda a Dios, pero su respuesta volvió a ser negativa: «Pobre huevón», me dijo a secas. No tuve más opción que acogerme a sentencia anticipada y obtener rebaja de pena por colaboración con la justicia. Le confesé todo, con esa cara de derrotado que uno pone cuando no hay manera de defenderse.

Después de unos eternos minutos de silencio, su reacción fue tan inesperada como refrescante: «Andrés, yo entiendo la situación y te creo, pero que esto te enseñe a no meterte otra vez en una mentira como esas, porque te acabo de demostrar que sí puedo ser comprensiva», dijo con cierto tufillo de victoria y satisfacción.

Yo no sabía si alegrarme o lamentarme: «O soy el tipo más de buenas del mundo por tener una novia tan madura… o estoy eternamente jodido porque si le digo mentiras se las sueña».

Semanas después la invité a comer. Quería una cena especial, pero esta vez sin sentimientos de culpa, sin un motivo distinto a tener un momento de romanticismo. Llegué temprano a su casa y encontré la puerta abierta. Ella se estaba bañando. Vi su computador encendido y quise usarlo para confirmar la dirección del restaurante. En la pantalla encontré abierto mi correo electrónico. Me había ‘hackeado’.

Automáticamente, recordé que le había enviado un mensaje a mi exnovia, al día siguiente de la comida, diciéndole que me sentía tranquilo por haberle dado un final amistoso a nuestra relación. Ella me había contestado que ‘La Table de Michel’ había sido un lugar ideal para tener una conversación tranquila.

Inmóvil frente al computador, sorprendido mientras ataba cabos y ella salía de la ducha, alcancé a sonreír. «En efecto -pensé-, mi novia es una bruja». Sin embargo, entendí que me correspondía algo de culpa, porque no la convencí desde el principio de que era la más bella, y la única, de mi reino. Ellas necesitan saberlo, una y otra vez. Espejito, espejito…

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‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’

‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

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‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

‘Salir con… colombiana vs. extranjera’

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