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Mis dientes eran individualistas y, en vez de pensar en grupo, cada uno creció ubicándose donde le venía en gana; usaba unas gafas tan gruesas como las de La Venganza de los Nerds; el corte honguito de mi pelo era vergonzoso.

Todos estos ingredientes, al parecer de forma, no sólo hacían de mí un patito feo, sino también un ave sin vuelo, perdedora, condenada a caminar en la tierra y no a conquistar los cielos. Mis padres, en vez de decirme que me amaban, comentaban que me habían aprendido a querer con el tiempo. Yo le rezaba a Dios por las noches y le preguntaba: «¿De verdad soy tan feo?». Él me contestaba: «Sí, querido hijo, pa’ qué te voy a decir mentiras».

 

Dientes torcidos

La boca era mi mayor pena. Yo no sabía qué era peor a la hora de reírme: mostrar a esos anarquistas dientes o taparlos con la mano. En el primer caso hubiera sido un irrespeto con quien tuviera la mala suerte de verme frente a frente; la segunda opción era una desconsideración contra mí mismo porque hacía evidente lo acomplejado que era.

Practiqué miles de risas y sonrisas, en todos los ángulos e intensidades de carcajadas, a ver con cuál me iba mejor. Llegué a la conclusión de que mi única salida era usar siempre la expresión de La Monalisa.

Vino la ortodoncia, pero no en el colegio. Ese fue otro martirio, porque una cosa es aguantarse la vergüenza de los brackets en el bachillerato -donde todo acaba pronto- y otra cosa es soportarlo en la Universidad, porque allí se da esa importante transición del adolescente al hombre adulto, con todos su éxitos e inseguridades, además de ser un escenario en el que se espera un aumento significativo del número de ‘rumbeos’ y parejas sexuales.

Además de lo terrible que se veían los dientes torcidos en medio de los vistosos brackets, me pusieron una especie de paladar. Es decir, no sólo era molesto verme, sino también resultaba insoportable mi dicción. Recuerdo que -para colmo de males- ese semestre tuve clase de radio y me vi en la obligación de hacer informes. «Thi, companenos de da metha de dabajo; loth thaludo denthe da platha de than vintonino…». Alguien decía que hablaba igualito al ‘lengüisopa’ gato Silvestre («me pareció oír a un lindo gatito»).

 

Gafas ‘culo de botella’

Tenía miopía. Los ojos se veían diminutos a través de esos gruesísimos cristales que mis tíos llamaban ‘culos de botella’. Me los quitaba para las fotos, aunque no era suficientemente cuidadoso y siempre se alcanzaban a ver las gafas en mi mano izquierda. Mi mirada nunca encontraba la cámara fotográfica. Mientras todos los de la foto dirigían sus ojos con precisión al lente, yo me descachaba por cinco o siete milímetros y parecía el ciego del grupo.

Usar gafas era un ejercicio de miseria. Con frecuencia se caían los tornillos que unen los lentes con las patas del marco. Yo, que nunca he tenido estilo ni para comer fritanga, arreglaba el desperfecto atando hilos en donde debía ir el tornillo. Llegué incluso a ponerles algún tipo de masilla a esas esquinas, de manera que se veían dos grandes bolas a los lados (haga clic aquí y vea que es cierto).

Varias veces se me perdieron. No hay peor tortura. Si miraba hacia el piso, veía borroso a partir de la altura del ombligo. Para usar el computador tenía que aproximarme a 15 centímetros de la pantalla.

¡Coger bus era un parto! Esperaba que se acercara lo máximo posible, intentando leer en vano los letreros. Arrugaba los ojos, queriendo hacer la imagen un poco más nítida. Solo podía confirmar si era mi ruta cuando lo tenía a cuatro metros de distancia. En ese momento levantaba súbitamente el brazo, agitándolo con desespero, implorando para que se detuviera, pero ya era demasiado tarde. El conductor no me alcanzaba a ver. «Qué busetero tan ciego», pensaba. Al final, pedía ayuda a otra persona en el paradero.

 

Peinado ‘vaginal’

Así lo llamaba mi abuela. Se refería a la definida línea que yo marcaba con excelente pulso en la mitad de mi cabeza, dividiendo el pelo en partes exactas. Mi corte era el honguito, que entonces estaba de moda. Yo veo esas fotos con horror y me digo a mí mismo: «Menos mal cambié de dealer«. Lo absurdo es que ese peinado me hacía sentir el tipo más sexy del mundo, el Johnny Depp colombiano.

Durante la Universidad, ‘reaccioné’ y cambié el peinado ‘guiso’ por uno ‘ñero’. Mi mal gusto seguía intacto. Lo que hice, con el pelo igual de largo, fue echármelo hacia adelante. Me mentía a mí mismo -y a los demás-. Juraba que me parecía a Paul McCartney, hasta que un día mis amigos me bajaron de la nube: «Deje de ser tan convencido; usted así es igualito a Yoko Ono. ¡Madure!» (haga clic aquí y compruebe que ellos tenían razón).

Era un intento desesperado por hacer que no se fijaran ni en las gafas ni en los brackets. En realidad, lo que hice fue convertirme en el perfecto feo. Sumen estas imágenes de abajo a arriba: boca de Terminator, ojos de nerd y el pelo del ex vicepresidente Francisco Santos (quien, según Antonio Caballero, tiene peinado de señora gorda) (haga clic aquí para ver el parecido). Casi que parecía Betty la fea, pero sin flequillo (también conocido como ‘capul’, tal vez la burrada idiomática más popularizada en Colombia).

Tomé la decisión de no resignarme a ser inmundo. Así que ahorré para operar mis ojos y corregir la miopía; soporté el paso por la Universidad usando los brackets y fui disciplinado con el retenedor, incluso en mi primer año de trabajo. Para el pelo, sólo hizo falta un corte de cabello razonable (vea aquí la ‘transición’).

El proceso de ‘transformación’, más que un acto de vanidad, fue un primer paso para recuperar el amor propio. Hoy les puedo dar a un mensaje a los feos del mundo: sí se puede. Tampoco se hagan falsas ilusiones: no llegarán a convertirse en cisnes, pero sí en aceptables y honorables patos, a secas, como yo (haga clic aquí y juzgue usted mismo, pero sin pegarme).

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*Próximo miércoles, desde las 8 a.m.:
‘Si yo fuera empleada del servicio… sería igual de confianzuda’

*facebook.com/Agomoso Twitter: @Agomoso

NOTA 1: Este es un artículo que -hasta hoy- sólo estaba publicado en el libro «A usted también le ha pasado, ¡admítalo!».

NOTA 2: En la encuesta que promoví en mi fan page de Facebook, la mayoría votó para que publicara «Mis amigos de estrato seis juran que son pobres», pero compartí éste por la gracia de las fotos. Mejor dicho… no se queje, a caballo regalado no se le mira el diente. Aún quedan en el libro 18 artículos que no he colgado en este blog -ni colgaré-, así que cómprelo o espere a que lo vendan ‘pirateado’ en la Séptima.

*El libro «A usted también le ha pasado, ¡admítalo!» -de Intermedio Editores- incluye 18 artículos EXCLUSIVOS (vea aquí los títulos). ¡El prólogo es de mi mamita! Está a la venta en Panamericana, Librería Nacional (aquí, compra on-line), Prodiscos, Tower Records y La 14, entre otras.

*Si se lo perdió…

‘Las costeñas me intimidan’ (del libro ‘A usted también le ha pasado, ¡admítalo!’)

‘Si yo fuera taxista… sería igual de atravesado’

‘Celos de madre’

‘Trabajo como ‘independiente’ y… ¡me estoy volviendo loco!’

‘La necesidad tiene cara de olla – Yo hice fila con sobres de Ricostilla’

‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Segunda parte’

‘Malos entendidos entre hombres y mujeres – Primera parte’

‘Chistes tontos de la infancia’

‘Las ‘supervacaciones’ de mi mamá me aburren’

‘Todo nos gusta regalado’

‘Nos fascinan las ‘lobas’, ¿por qué a ellas no les gustamos los ‘lobos’?’

‘La bendita maña de decir mentiras’

‘El amor al carrito nuevo’

‘Cosas que nos pasan a los hombres en baños ajenos’

‘Sudando en el peor puesto del TransMilenio: la puerta’

‘Sobreviviendo a los lectores criticones de mi blog’

‘Almuerzos de mujeres: ideales para entenderlas mejor’

‘Cuando los hijos regañan a sus papás como niños chiquitos’

‘Mujeres que le tienen fobia al motel’

‘El arte de ‘levantar’ en la oficina’

‘Sobreviviendo como asalariado a la reestructuración de una empresa’

Shows de mujeres que hacemos los hombres’

‘Esta es la historia (que me imagino) de unos taxistas que golpearon a un par de pasajeros’

‘¿Cuándo será mi última ‘faena’ entre sábanas?’

‘Si yo fuera celador, sería igual de insoportable’

‘Salí del país, me unté de mundo y ahora soy mejor que ustedes’

‘Querido Niño Dios: te pido que mi familia no me avergüence en la fiesta de Año Nuevo’

‘Que alguien me explique los gozos de la novena de aguinaldos’

‘Manejo como una dulce anciana’

‘Mi tía, la invencible, tiene el superpoder de la intensidad’

‘Muéstrame tu foto de perfil en Facebook y te diré cómo eres’

‘¿Por qué los colombianos nos creemos «la verga»?’

‘¡Deje el resentimiento contra los ricos!’

‘Soy muy cobarde; le tengo pavor a las peleas’

‘Yo no entendía por dónde orinaban las niñas; dudas que muchos teníamos, pero nos daba pena preguntar’

‘Mi abuela es más progresista y liberal que sus hijas’

‘Es cierto y es un karma: los hombres pensamos siempre en sexo’

‘Respuesta masculina a cosas que ellas nos critican en la cama’

‘Carta de un hombre que no ve fútbol, ni le gusta, ni le importa’

‘A mí me tocó aprender a bailar con mis primos’

‘¿Por qué las mamás pelean cuando hacen oficio?’

‘Así es, aún vivo con mi mamá’

‘Si su nombre es ‘guiso’, usted tiene pasado de pobre: att. Jáiver’

‘Salir con… colombiana vs. extranjera’

‘Volví con mi ex… suegra, pero no con mi ex novia’

‘Qué miedo empezar una nueva relación’

‘Me salió barriga; ahora sí salgo a trotar’

‘Así se sufre una temporada sin trabajo, ni novia, ni plata pa’ viajar’

‘Qué difícil ganar una beca cuando no se tiene pasado de ñoño’

‘Mi mamá habla un mal español; mi papá, un pésimo inglés’

‘Sí, soy metrosexual… y usted también, ¡admítalo!’

‘Conquistar a las mujeres de hoy requiere más que sólo actitud; aliste una hoja de vida impresionante’

‘¿Cómo se atreve mi ex novia a casarse?’

 

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