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Estamos tan ocupados mirando hacia afuera, hacia lo que está justo delante de nosotros que no nos tomamos el tiempo para disfrutar de donde estamos (Bill Watterson)

La gente a la que le gusta salir a la calle, viajar a otras ciudades u otros países, siempre dicen que, al morirse, eso es lo único que se llevan. Otros (me refiero a los colombianos que viven en Estados Unidos), siempre dicen: “Es que esto es otro mundo”. Yo, hoy, difiero de estas afirmaciones.

Cuando tenía cerca de 40 años, que todavía tenía juventud, me moría por conocer México, pero faltaba el dinero. Los compromisos con mi esposa y mis tres hijos sólo permitían hacer salidas a ciudades o centros de recreación cercanos, o a mi pueblo natal. No sé si mi familia fue feliz con esas salidas. Yo lo creí así.

Hoy, cuando han mejorado mis condiciones económicas, saldé mis deudas y el vínculo laboral de uno de mis hijos con una empresa de aviación me abarata los costos de traslado a otras ciudades y países, no tengo la motivación, ni me llama la atención subirme en un avión o tomar el carro para ir a ninguna ciudad grande o pequeña. En los últimos años, sólo he ido a las ciudades donde trasladan a 2 de mis tres hijos, en razón de sus trabajos, y a Plato, por la muerte de uno de los pocos hermanos que me quedaban, el pasado mes.

No sé si la felicidad para todas las personas sea ir a otras ciudades o países, como lo dicen muchos. Entre ellos, mi esposa, que sí ha viajado con nuestros hijos a otras ciudades y países. Tampoco sé, si la vida en Estados Unidos es “otro mundo”. He visto y oído diferentes versiones. No es lo mismo el que viaja con suficiente dinero, de paseo, a quienes lo hacen pensando en una mejor vida y se encuentran conque tienen que trabajar en los más humillantes empleos, porque hay que sobrevivir, sin importar el título de PROFESIONAL que mostraban orgullosamente en nuestro país. Ahí, si creo que es “otro mundo”. Sin contar, si la persona entró por turismo y se queda, o por “el Hueco”, va a tener que estar escondiéndose todo el tiempo que esté en ese país; del cual cuentan que no es barato y que hay que buscar varios trabajos para sobrevivir y que el descanso escasea y los fines de semana son para dedicarlos al trabajo personal. Es decir, a lavar su ropa, limpiar el lugar donde habitan y otros menesteres.  Esta situación tiene parecido con la parábola del Hijo Pródigo.

No censuro a nadie. Para mí, no sé si es por mi edad, mi tranquilidad es quedarme en mi casa: viendo noticieros, deportes, series, películas, leer prensa, porque hasta mi pasión por jugar fútbol los fines de semana, tuve que dejarla por sufrir con dos hernias discales en la columna.

Así que tuve que adaptarme a mi nueva realidad y a mi cambio de mentalidad. Esa es mi felicidad. Respeto el concepto de que los viajes “es lo único que nos queda”. Pero pienso que hay otras formas de buscar instantes felices, porque la felicidad absoluta no existe para nadie. Hasta los que acumulan fortunas, se dan cuenta de que el paso inexorable de los años nos lleva, cíclicamente, a como llegamos a este mundo: sin valernos por nosotros mismos. Dependiendo de nuestros hijos u otras personas.

Por eso, respetemos las formas de ser felices de cada persona. Hasta de los que disfrutan la soledad. Algo debe haber en ella. 

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