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“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Martin Luther King

 

Actualmente, están presentando en Netflix, la docuserie: Punto de inflexión, la guerra de Vietnam. De la cual, creo, los nacidos en las décadas de los 50, 60 y 70, hemos crecido con la información de películas, series, obras en general que nos cuentan los horrores que se vivieron durante ese conflicto y las consecuencias físicas y mentales que causaron a los que viajaron a un país que no era el suyo, a una guerra que no les pertenecía. A buscar la muerte en una tierra extraña. A regresar a su país, con un trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Hoy, cuando se les ha dado apertura a los archivos clasificados, a las grabaciones telefónicas de la Casa Blanca, nos damos cuenta de muchas cosas que nos ocultan los gobiernos nacionales, los grupos al margen de la ley, los países, que como EE. UU., tienen injerencia en las políticas de esas naciones y las aberrantes prácticas de la guerra de la institucionalidad contra la guerrilla.

A través de los cinco capítulos que tiene la serie, encontramos muchas similitudes con el conflicto interno colombiano. Con excepción del narcotráfico, hay muchas prácticas comunes en las guerras civiles: la mezcla con la población civil a la que toman como escudo, el homicidio y la destrucción de las viviendas de gente inocente, la intromisión de una potencia, en busca de imponer o mantener su hegemonía en muchas partes del mundo, de acuerdo con su ideología. Hay apoyo con dinero, armamento y entrenamiento a las tropas.

Sin embargo, el tener una potencia apoyando no quiere decir que la superioridad militar y económica es garantía de que se va a vencer a las guerrillas como se puede suponer y como se ha creído que en los periodos de Álvaro Uribe Vélez sucedió. Al igual que el acuerdo de paz con una parte de la guerrilla de las FARC, en 2016. Aún no estoy seguro de que dicho acuerdo y lo que pasó entre 2002-2010 fue benéfico para Colombia.

Ver cómo murió gente inocente en Vietnam del Sur, cómo quemaban sus viviendas, cómo abusaron de menores y mujeres los del Vietcong, los del norte y hasta los soldados norteamericanos; lo cual quedó en la impunidad, nos lleva a la guerra eterna que hemos tenido en Colombia, con ínfimos resultados. Porque no podemos llamarnos a engaño: ni Uribe, ni Santos acabaron con la guerrilla, ni con el narcotráfico, ni con el paramilitarismo, ni con la extorsión. Los cultivos de droga han existido desde hace décadas y van creciendo, en la medida en que se extiende el consumo en el mundo.

Al igual que en la guerra de Vietnam, donde perdieron los vietnamitas del sur, parte de Vietnam del Norte y también los EE. UU., hoy en día, la guerra contra las drogas no la perdemos solamente los colombianos, también la está perdiendo el mundo entero, porque el consumo es mundial. Acá, lo peor es la siembra y exportación con los demás males que arrastran, incluida la corrupción política, pero en la gran mayoría de países del mundo se suma uno mayor: el consumo. Porque, es indescriptible lo que vive una familia, que tiene miembros que expenden o consumen drogas. Mientras existan consumidores en el mundo, en países como Colombia y México seguirá la violencia. Además, la guerrilla perdió su ideología política y se acostumbró a la vida con dinero. Pero, tranquilidad nunca tendrán y siempre estarán ocultándose.

Pienso que Juan Manuel Santos no merecía el premio Nobel de Paz, por un acuerdo incompleto, porque quedaron sueltos los del ELN, los de las FARC que no se acogieron a dicho acuerdo, los paramilitares y los demás grupos delincuenciales que existen en Colombia. Santos, más bien atomizó la insurgencia y les dejó un problema a las siguientes administraciones, que por lo que vemos, tampoco quieren la paz.

Como dijo Martin Luther King: no hemos aprendido a vivir como hermanos. Ni aprenderemos.

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