¿A quién se quiere más, sino a los hijos. Son la prolongación de la existencia (Canción colombiana: El camino de la vida)
Siempre se ha dicho que queremos más a los nietos que a los hijos. Sin embargo, a pesar de que adoro a mis nietos, mi corazón siempre le ha pertenecido a mis hijos. Aunque las caricias y la tierna complicidad se las he prodigado a mis nietos; tal vez porque los años nos vuelven más sensibles y porque la situación económica ya no es tan dura como cuando comencé con mi esposa ese refugio que se llama hogar, y tampoco la responsabilidad que tenía con ella y mis hijos. Ahora, con mis nietos, ese deber queda delegado en sus padres. Sólo me queda la obligación moral, física, económica y sentimental con la mujer que siempre estuvo a mi lado, en las buenas y en las malas. Porque yo decidí que mi esposa no trabajaría, para que estuviera al lado de mis hijos criándolos como las personas de bien que son hoy. Nunca he estado de acuerdo con el famoso 50 y 50 que deben aportar el hombre y la mujer, pues estoy convencido de que quien debe proveer de todo a su mujer y sus hijos es el hombre. La crianza de los hijos es más que el 50 %, que, dicen, debe aportar la mujer.
A pesar de que mi situación económica no fue un camino de rosas por lo que ya conté en otro texto de este blog, en mi casa nunca faltó lo esencial. Mis hijos tuvieron una infancia feliz. Yo trabajaba desde la mañanita, llegaba a almorzar y con las mismas salía al otro colegio donde trabajaba. Instituciones privadas que no pagaban lo que un docente merecía. Salíamos los fines de semana que podíamos y a donde podíamos, contando siempre con la compañía de los abuelos de mi esposa, porque mis padres y hermanos no vivían en la misma ciudad donde yo he vivido desde cuando me casé, pero siempre nos visitábamos y nos visitamos los que quedamos vivos.
Pero el tiempo se va volando y mis hijos, sin darme cuenta, crecieron, se graduaron de bachilleres, se volvieron adultos, profesionales, se casaron, se volvieron padres, me convirtieron en abuelo. Un abuelo consentidor con mis nietos, pero con un nostálgico vacío porque mis hijos se me crecieron muy rápido y no pude darles ese cariño que hoy les doy a los suyos.
Ahora, cuando ya llegamos a la vejez, sólo le pido a Dios que la mujer que escogí como esposa esté conmigo hasta la hora que Él decida. ¡Qué su bendición siempre esté con nosotros!
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