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@JaimeLuisPosada

No sé si antes había menos enfermedades mentales o si es que ahora son más visibles. En las conversaciones actuales se hace imposible omitir el asunto: ‘¿Cuál es tu psiquiatra?’ ‘¡Ay yo también estoy medicado! ¿Qué pastilla tomas tú?’ ‘Lo siento, no puedo acompañarlos, debo ir a visitar a mi amiga que está en el psiquiátrico…’ Cada vez más las personas son conscientes de que deben cuidar a su salud psicológica de una sociedad que contamina sin misericordia la pureza del espíritu.

Hoy es muy claro que hay mucho de físico en los trastornos mentales y mucho de mental en los trastornos físicos. Nadie puede negar que un ataque de ira pudiese terminar en un derrame cerebral o en un infarto, que el estrés sostenido es susceptible de conducir a afecciones gastrointestinales, o que el cáncer es capaz de desencadenar una fuerte depresión. Así que aquellos que insisten en desacreditar a los psiquiatras y psicólogos deberían mejor callarse y respetar a quienes ya hemos aceptado que necesitamos tratamiento.

Y si hay alguien que cree que estas palabras les son ajenas, déjenme informarles de manera somera acerca de las psicopatologías contenidas en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, en su cuarta versión (ya está disponible la quinta, aunque únicamente en inglés).

Además de las tradicionales paranoia, demencia, esquizofrenia, depresión, bipolaridad, anorexia y ansiedad hay un nutrido catálogo en el que de seguro todos nos encuadramos. Nadie creería que el tartamudeo es un trastorno psicológico. Pero sí. Lo es. Al igual que la dependencia de personas o cosas, el arrancamiento compulsivo del pelo propio, la incapacidad de controlar los impulsos agresivos y hasta los viajes repentinos e inesperados lejos del hogar o del puesto de trabajo. Pero la lista no acaba ahí. El déficit de atención, la hiperactividad, el negativismo desafiante, la masticación excesiva de los alimentos o la excreción de heces u orina en lugares inadecuados también son desequilibrios psíquicos.

¿Alguno de ustedes ha sentido falta de deseo sexual, aversión a los encuentros eróticos, disfunción eréctil, eyaculación precoz, falta de orgasmos o dolor genital durante el coito? ¿Tiene algún fetiche particular que dispare su libido tal como el sadismo, el masoquismo, el travestismo o el voyerismo? ¿Le gusta excesivamente el juego? ¿Roba compulsivamente? ¿Se siente incómodo cuando no es el centro de atención? ¿Sufre de insomnio o somnolencia? ¿Lo aquejan ataques de sueño irresistibles? ¿Tiene pesadillas o es sonámbulo? Si alguna de las respuestas es afirmativa, felicitaciones. Usted también tiene un trastorno mental.

Pero no se preocupe. Todos lo tenemos. Es cuestión de aprender a convivir con él y procurar que no interfiera con nuestra funcionalidad existencial. El primer paso es aceptarlo, después se hallará la manera de hacerlo útil y de encausarlo a la construcción de la personalidad.

Es cierto que los psicoterapeutas no son los únicos capaces de aliviar una mente atribulada. Hay quienes ponen sus apremios en iglesias, en los deportes o en disciplinas de la nueva era. Esto está bien. Lo relevante es que se acepte que no es posible subsistir sin un punto de fuga, sin un guía que extraiga el oprobio de nuestro sistema. ¿Cuál es la necesidad de creer que es factible desatar todos los nudos sin ayuda? No hay falacia más grande que esta. Ni nacer pudimos solos.

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