Una historia Taoísta cuenta sobre un hombre viejo que accidentalmente cayó en los rápidos del río dirigiéndose a una alta y peligrosa cascada. Los curiosos temían por su vida. Milagrosamente, salió vivo e ileso río abajo en el fondo de la cascada. La gente le preguntó cómo se las arregló para sobrevivir: «Me acomodé al agua, no el agua a mí. Sin pensar, me permití ser moldeado por ella. Muy profundo en el remolino, salí con el remolino. De esta manera es como sobreviví.

Muchas veces, cuando llegan cambios inesperados a nuestra vida, e incluso los propiciados por nosotros mismos, es normal sentir que tenemos por delante una zona que podría asemejarse a la peligrosa cascada en la cual se sumergió el hombre de nuestra historia y que nos preguntemos ¿cómo sobreviviré?

El cambio se origina en el momento mismo en el que somos empujados de una zona cómoda que ya conocemos y nos hemos adaptado a ella. Hay una ruptura y nos vemos en la necesidad de volver a construir. Un retiro laboral forzado, la ruptura de una relación amorosa, una crisis económica general, la muerte de un ser querido cercano o la decisión propia de hacer un ajuste radical en alguna área de nuestras vidas, son solo algunos ejemplos.

¿Por qué nos cuesta tanto salir de la zona de confort, aunque nos sintamos estancados en nuestra comodidad? Porque la zona de confort o status quo cubre dos de las necesidades básicas del ser humano. La primera es la necesidad de control: en la zona de confort tenemos la sensación de que podemos predecir y no suelen gustarnos las cosas que no son predecibles.

La segunda es la sensación de significancia: nos sentimos importantes porque controlamos o dominamos algo. Salir de esa zona de confort es olvidarse de esas necesidades y entrar una nueva en donde a lo mejor hay que partir de cero y aprender nuevas competencias. Ante ello, podemos tener la sensación de perder la identidad, y eso nos da mucho miedo.

Allí es donde llegamos a la zona de incertidumbre en donde no podemos percibir porque tenemos los sentidos fijados en otra parte. Es una zona en donde nos concentramos en los peligros que nos acechan, donde prevalecen preguntas como ¿seré capaz? ¿por qué a mí? ¿ qué hice mal?¿y si no lo logro? y en cualquier momento nos disparan de forma brusca hacia un abismo de miedos e inseguridades.

¿Cómo salir de allí y lograr avanzar hacia la adaptación de ese cambio? El primer paso es aceptarlo, y la aceptación viene acompañada del aprendizaje. No podemos dejar el pasado atrás si no hemos aprendido de él . Para ello es importante tomarnos un tiempo para conversar con nosotros mismos, escucharnos, valorar aquello que hicimos bien y tomar la decisión de ajustar lo que no funcionó. ¿Qué ocurrió en el pasado?¿Qué aprendí de ello? ¿ qué puedo hacer diferente ahora?

A partir de allí es importante concentrarnos en el momento que más nos ayudará: EL PRESENTE. Ver con claridad lo que tenemos, de lo que somos capaces hoy, con lo que contamos es fundamental en este camino. Dice Spencer Johnson en su libro titulado precisamente El Presente: aún en las situaciones más difíciles, concentrarnos en lo que está bien en el momento presente nos hace más felices y nos da la energía y confianza necesarias para enfrentar lo que está mal hoy.

Una vez tomado el aprendizaje del pasado, viviendo en el presente, es importante no dejar de lado el futuro, pero no como una fuerza incierta, sino como un motor. ¿Cómo? Definiendo nuestro propósito de vida, lo que nos impulsa. ¿Qué es aquello realmente importante en mi vida? Una vez detectado, la planeación de lo que voy a realizar será más sencilla y cada cosa que realice toma una real dimensión.

Y en todas estas etapas es fundamental cuidar de las conversaciones que estamos teniendo con nosotros mismos. Qué pasa por nuestra mente. Una conversación en la que predomine la auto crítica y el temor poco ayuda, nos bloquea y llega a impactar de forma negativa incluso a quienes están a nuestro alrededor. No es sencillo, seguramente habrá caídas, lo importante es levantarnos y volver a retomar el rumbo.

Decía el matemático, filósofo y premio Nobel de literatura Bertrand Russell, en un coloquio en el que le preguntaron si podía dar algunos consejos de filosofía de la vida: “Puedo dar tres: tener el valor de aceptar resignadamente las cosas que no se pueden cambiar; tener la obstinación suficiente para cambiar aquellas que uno puede cambiar, y tener la inteligencia indispensable para no confundir las unas con las otras.”

 

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