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Quién viva en Bogotá y tenga niños, de seguro habrá oído hablar de Divercity, un lugar en donde los niños juegan a ser grandes, mientras estos últimos cumplen el papel de acompañantes responsables

Mientras observaba sentada, – al igual que muchos de los adultos que estaban allí atentos a cada movimiento de sus infantes -, cómo cientos de ciudadanos de entre 80cm y 1.20cm de estatura en promedio iban de un lado para otro, cambiaban de empleo y personalidad tan rápido como las filas de espera en cada empresa allí presente lo permitían, pensaba en la ironía que encierra un lugar como este.

Yo misma he defendido en diferentes ocasiones, la importancia que los niños vivan su infancia sin asomo de adultez, a su ritmo y con las consideraciones que solo correspondan a su etapa infantil. Y ahí estaba, y debo confesar que no era la primera vez, asombrada nuevamente de este complejo proyecto empresarial en el que de un sopetón, muy amigable, creativo y pedagógico, pero de un sopetón, se lleva al niño a pensar como adultos.

Pero en realidad ahí no está la ironía. Ésta no la encontré en el sistema ni la filosofía del lugar, sino en los adultos reales que lo invadimos.

Es increíble cómo llevamos a nuestros hijos a un lugar como éste para que aprendan valores como el civismo, la importancia de soñar en ser alguien que aporte a la sociedad, el valor del trabajo-diversión, no como carga impositiva, pero al mismo tiempo terminamos sacando a flote «lo mejor» de nosotros como ciudadanos: allá una madre que se empeñaba en guardar el turno a su hija que estaba en otra actividad, cuando claramente hay indicaciones de que es prohibido guardar turno; en otro lugar un señor con dos hijos en la mano volándose sin ningún asomo de sonrojo todas las cebras para cruzar las calles, pasando por frente del carro de bomberos en pleno movimiento y ni que decir de la joven que acompañaba a una niña y todo el tiempo se quejaba por la demora en cada una de las filas, contagiándole su propio stress a la pequeña.

Y la mejor perla. Yo y muchos otros sentados mirando seguramente similares escenas, pero calladitos y «analizando la situación». ¡Que vergüenza!. Lo que éramos en ese instante es lo que somos aquí afuera, con toda seguridad. Y eso es lo que le estamos heredando a estas nuevas generaciones.

En alguna ocasión hablé de un virus llamado el «virus de la adultez» («se busca vacuna contra el virus de la adultez», miércoles 1 de julio 2009), del cual ahora estoy segura que no solo nos dejamos contagiar, sino que no nos ponemos el tapabocas para evitar continuar propagando esa extraña patología.

Los siguientes son los síntomas para todo aquel que quiera mirar si los padece:

* Fiebre de apariencias. Se deja a un lado la autenticidad infantil para lograr «lucir bien». Esto implica no defender lo que queremos en realidad por temor a no ser aceptados

* Baja de sueños. Los sueños de bomberos, astronautas y cantantes, se dejan a un lado para dar paso a los grandes proyectos y planes de negocios porque eso si es rentable. Soñar con absurdos es para desocupados y sin oficio

* Fractura de alas. Si no hay sueños para que se necesitan alas…* Deficiencia de magia. Los cuentos de hadas no existen, ni el príncipe azul, ni la princesa soñada.. en su lugar están los amantes incondicionales y las parejas adecuadas

A esos he agregado uno nuevo

*Abundancia de «tengorazoncismo». Todo lo que yo hago está bien si me ayuda a mis propósitos, yo tengo la razón y de seguro una buena razón, para incluso violar normas, siempre y cuando no se den cuenta de lo que estoy haciendo.

Que rico continuar llevando a nuestros niños a jugar roles de adultos desde una mirada responsable, creativa y constructiva… pero que delicia sería que a la par de un lugar como Divercity, existiera otro en donde nuestros niños nos invitaran para que volviéramos a recordar cómo vivíamos cuando, como dijo nuestro Nobel » éramos felices e indocumentados»..

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