Un barrio de corrientes
Enmarcado por la Gran Vía, la calle Fuencarral y la calle Princesa, existe el barrio que mejor define el extrovertido carácter madrileño. Plazas y calles que resumen el pasado y el presente de la ciudad.
En este inventario sentimental no puede faltar El Café Comercial, próximo a reabrir después de un año cerrado y que por supuesto será objeto de una entrada. Yo recomiendo unos churros y un café para adentrarse el barrio que la cadena colombiana Creps&Wafer ha escogido para montar su restaurante insignia, pues como afirma su encargada Goyi Baena, a pesar de tener dos restaurantes más en Madrid no se sentían en la capital y querían un supersitio para cautivar con una carta donde se nota el sabor y hacer de la cocina artesana. Doscientos metros cuadrados llenos de jardines colgantes, grandes ventanales a la céntrica calle de Manuela Malasaña y una cocina abierta dan la bienvenida al visitante de un barrio que a pie o en bicicleta es como dama misteriosa que enseña solo parte de sus encantos.
En los años 70 sus calles y garitos vieron pasar la romería de jóvenes cansados del franquismo. En sus bares sonaba el rock and roll y en las calles se cantaba La Internacional, el Asturias Patria Querida y el Himno del soldado vasco. Ira, rebeldía y violencia: empezó el consumo masivo de drogas pero allí se gestó la nueva libertad de una ciudad gris a la que le habían arrebatado la calle y sus fiestas.
Los castizos almacenes de ultramarinos fueron desapareciendo, las salas de baile y los gritos de una barrio adornado de balcones con barandillas forjadas. Los años de la Movida lo sacaron de su letargo.
En el recuerdo de muchos de esos jóvenes no existían ya las imágenes de los saraos en los años 20 en la calle Andrés Borrego, donde los danzantes se apiñaban en los balcones de la sala Los Bailes del Panadero, más tarde conocida como el Dancing Ideal Club. El final de a Movida, dejó a Malasaña a merced de la noche y sus baretos rockeros. El movimiento comercial que empezó en Fuencarral fue extendiéndose por todo el barrio, especialmente en las calles de Espíritu Santo, Barco, Dívino Pastor o Valverde, hasta conseguir que otra vez el Malasaña sea un mosaico de tendencias, y que en estos tiempos de crisis viva en constante idilio con la belleza y el arte. Como explicaba Carlos Osorio en su libro Malasaña, este es un lugar que ha sido palaciego en el XVIII, artesanal e industrial en el siglo XIX, conventual en el siglo de oro y en la actualidad de diseño y cultura ciudadana.
Ya no están los colmados, pero si un montón de espacios que construyen la nueva historia. En la esquina de la plaza Dos de mayo con Ruiz, está Viva Bicicleta para recuperar el gusto por los modelos Orbea, BH o Raseza que enamoraron a Ruben Murillo y Paloma Mazuelos. Aquí se recuperan hierros y cuadros de Bicis dándoles con sus habilidades una segunda oportunidad. Es quizá el único lugar que mientras te tomas una caña en el bar del frente vigilas como va el arreglo de tu máquina
A la vuelta de la plaza Dos de mayo, en la calle Divino Pastor, Laura Cobo y el colombiano Ferén Barrios, decidieron montar su librería. En sintonía con los tiempos lentos ellos acercan al lector a libros cosidos a mano y a otros transportados en sus maletas desde Medellín. La historia de amor que empezó en Bogotá tiene su continuación en esta Agonía, que es como han bautizado su experimento en honor a la calle novena de Bogotá donde se conocieron.
Aunque a partir de los setenta empezaron a desaparecer los ebanistas, carpinteros panaderos, la vida del taller está cada día más viva. Poco a poco se han ido recuperando espacios para los nuevos oficios del siglo XXI. Lo más bonito de Malasaña es su vocación “hecho a mano”. Para vivirlo hay que sentarse en la barra de La Cervecería Maravillas a degustar una cerveza artesanal, o visitar la papelería de Cristina en la calle Palma donde los dibujos y objetos salen de la mano inquieta de esta madrileña que ha hecho de esta tienda un hogar para el papel, o en las tiendas de TriBall, ubicadas entre Gran Vía y la calle Ballesta. Inquietante sector en el que todavía se observa la oferta de prostitutas en medio de locales llenos de color y propuestas de diseño.
Más agitada es la vida en plaza de San Idelfonso, donde se ha asentado con mucho éxito La bicicleta Cicling Café. Después de visitar sus exposiciones rotatorias que tienen siempre como eje central la bicicleta, y contemplar desde su espacio abierto el rum rum de la calle, hay que pasarse por La Ardosa, en la calle Colón. Detrás de su fachada roja, en la barra y los toneles se sirve vermut de grifo y la tortilla española, merecedora de varios premios, que la hacen ostentar con orgullo el calificativo de ser la mejor de la ciudad
Para conocerlo en profundidad hay que amararlo sin miedo. Al desdoblarse encontrarás karaokes en sótanos que recuerdan las películas de David Lynch, tiendas que tienen en sus perchas delicadas prendas que solo la curiosidad y el azar te permitirán conocer, fachadas azulejadas, palacios y espacios de teatro y cabaret que se ven con fervor, talleres donde se recuperan guitarras, y rincones donde pervive un restaurante griego, ruso o el invento de librería de segunda mano donde además se aprende ingles ¡Universo Malasaña!
Soy más admirador de la magia que hay en Lavapiés y La Latina.
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Para gustos los barrios. Ya le daré una alegría cuando hable de esos espacios poéticos y distintos que también tienen un lugar en mi corazón.
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