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Siempre soñé con conocer Buenos Aires y terminé yendo en medio del último mundial de Messi. Del mundial que ganó Messi. Y no, no fue casualidad. Mi mamá se reía cuando le conté que viajaba a ver jugar a la Argentina porque ajá, ella sabía que el partido era en Qatar y no en Buenos Aires. “Para ver televisión se queda uno en la casa y le sale GRATIS”, me dijo. ¿Valió la pena? Ya les cuento.

Les mentiría si les digo que fui a Buenos Aires únicamente a ver el partido de la selección argentina. Quería vivir un verano porteño, tomarme un café en Tortoni, comprar libros en El Ateneo, escuchar “Dieguitos y Mafaldas” de Joaquín Sabina en la Plaza de Mayo, visitar la cancha de River y conocer el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Muchas cosas y sobre cada una podría escribir otro texto parecido a éste. Ahora, tampoco les voy a mentir y sí, la principal razón de mi viaje fue ver el partido de la Copa del Mundo; mezclarme entre la gente, ser uno más por un rato, celebrar entre un pueblo alegre y tratar de encontrarle más razones a mi amor por el fútbol (como si hiciera falta).

Llegué al Aeropuerto Internacional de Ezeiza a las 3:30am del jueves. El partido era el sábado a las 4:00pm. Mi espalda estaba en huelga con mi bolsillo después de seis horas en una silla durísima que no se reclinaba ni un solo centímetro. Llegué vistiendo la camiseta de la Argentina que entonces se refundió entre decenas más. En el carro que me llevó a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires escuché las primeras cumbias y me encontré con dos vallas gigantes de Diego Armando Maradona que decoran una autopista de seis carriles por donde no había casi nadie en la madrugada de ese jueves y en donde serían cientos de miles en la madrugada que días después llevaría la Copa del Mundo rumbo a su nueva casa.

Caminé desde el Congreso hasta el Obelisco a las 6:00am. En las paredes las reivindicaciones feministas, pancartas de la celebración del Día del Militante, los sindicatos hablando y Messi/Maradona como protagonistas entre frases y dibujos. Me hundí en la ciudad por la Avenida 9 de Julio como dice la canción de Callejeros y allá, a lo lejos, el punto de referencia de casi 70 metros de alto de una ciudad referente en tantas cosas para todas las demás. Aproveché la soledad que tiene la mañana para la foto de siempre, pero luego confirmaría que la multitud le da belleza a los lugares que habita y que el Obelisco es símbolo no por el monumento en sí mismo sino por la gente que lo decora cuando hay algo que celebrar.

Foto: www.buenosaires.gob.ar

El día del partido comenzó para mí en una discoteca de Palermo donde espontáneamente la gente reemplazaba las canciones de la fiesta por un cántico de la cancha. Horas después logré estamparle el número 10 y el “Messi” a mi camiseta celeste y blanco y ahora sí estaba listo para los 90 minutos por los que viajé un poco más de seis horas.

Me dijeron que en Buenos Aires había tres “Fan Fest” para ver el partido. Pantallas gigantes, ferias gastronómicas y claro, mucha gente junta. Fui a la Plaza Seeber de los Bosques de Palermo y se sintió como ir al estadio, para mí que llevo toda la vida asistiendo a ese ritual bendito; cánticos afuera, camisetas “truchas”, choripanes de carrito (que aquí son mazorcas casi siempre), requisa a la entrada y en el ambiente al frente del espectáculo una hermandad inexplicable entre quienes visten la misma camiseta y un odio, también inexplicable, hacia todos los demás.

Messi hizo gol a los 35 y lo grité con la locura de quien sabe que no siempre se celebra en la tierra del profeta. Julián Álvarez hizo el segundo a los 57 y Argentina, como en toda la Copa del Mundo, terminó sufriendo para ganar 2-1 y que Buenos Aires fuera, ahora sí, una sola fiesta. Pasé de habitar la “ciudad abrumada” de la que habla Martín Caparrós a estar en la ciudad más feliz del mundo.

Llegué al Obelisco y siendo el mismo, ahora era más imponente. El sonido ambiente dejó de ser el tráfico de la capital federal para ceder a los ritmos de la hinchada argentina. Siempre hay alguien con un tambor por ahí para alcahuetearle el desorden hermoso a todos los que cantan abrazados y allá estaba yo, saltando y alentando como si esa alegría me perteneciera tanto como a todos los demás. Los cinco o seis que tocaban los instrumentos después de cada canción pedían cerveza para poder continuar y por supuesto siempre les daban. Les dábamos. Oscureció pasadas las 8:30pm y me fui a comer pizza a Güerrín porque eso también hace parte del ritual. La fiesta siguió después de eso y hasta hoy, al menos en Buenos Aires, no ha terminado.

Foto: www.elpais.cr

Unos días después de que llegué de nuevo a Bogotá, Argentina ganó la Copa del Mundo y las imágenes las ha visto con mucha admiración el planeta entero. Puedo decir que allá la bandera, y no solo por el fútbol, significa más que en cualquier otro país de Latinoamérica. Su identidad nacional está en sus relatos colectivos, sus ídolos, su memoria histórica y la manera de expresar la pasión que sienten por lo que aman. Cinco millones de personas ocuparon las calles de Buenos Aires para recibir a los campeones del mundo y en el festejo todos los encantos y excesos de cualquier pueblo latinoamericano que tiene una relación inestable, pero natural con la alegría.  La argentinidad es otra cosa y es fantástica.

Así que sí, mamá: ¡CLARO QUE VALIÓ LA PENA!

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Nací en la Bogotá del siglo pasado y eso significa que soy parte de la generación que ha visto, aunque en cámara lenta, la transformación cultural y política de Colombia. Hago videos y también escribo sobre los hechos indignantes que acompañan la cotidianidad de nuestra patria que sigue buscando, a pesar de sí misma, ser un lugar mejor y más digno. Estudié Derecho y sufrí con el lenguaje complejo y rebuscado de algunos profesores así que decidí revelarme y abrazar la sencillez en lo que digo. Hago política y soy un activista de tiempo completo por varias causas, entre ellas el acceso a la lectura y el derecho a la ciudad. Me gusta el café bien negro, mi libro favorito es “El amor en los tiempos del cólera”, curso una maestría actualmente en Estudios sobre Desarrollo, hago videos en TikTok y siempre que llego a un país nuevo visito su principal estadio de fútbol y su principal biblioteca. Léanme y charlemos.

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