Los colombianos tenemos la pésima costumbre de pedir encargos cuando algún compatriota viaja. No podemos resistir que alguien salga del país sin encargarle algo. Está tan arraigado en nuestra cultura como decir «¿me regala un tinto?» aunque vayamos a pagar por él. Como que está en los genes.
Hagamos el ejercicio: ¿cuántas veces han pedido encargos? Entiéndase eso como «ay, Carlitos, ya que vas para Argentina, ¿me traes unos alfajores? Esos los venden ahí en Corrientes. En cualquier lado«. «Marica, ¿va para Miami? ¿Se puede traer unos converse? Es que acá no los venden, además el dolar está carísimo«. O por el otro lado: «Uuuuy, ¿en serio va a Australia? Venga, es que tengo un primo allá y hace rato no come arequipe. ¿Le lleva tres tarritos?». Pedimos que nos traigan o que lleven.
Y si lo pensamos desde este lado del tiquete, no hay viaje sin que nos encarguen algo, y nuestra maleta termina llena más de encargos que de compras nuestras. Uno llega a la oficina diciendo «les habría traído cocosettes a todos, pero es que la licuadora con 50 velocidades que me encargó Susana pesaba mucho y ni modos«.
La primera vez que noté esa pésima manía fue hace unos años, en un viaje a Panamá, en plan vacaciones para alejarme del caos de Bogotá (ya era caótica antes de Petro… imagínense ahora) y disfrutar de la playa, la brisa y el mar. No a mucha gente le comenté que iba y no es porque no quería que mis amigos supieran, sino porque… no quería que mis amigos supieran.
La primera vez que tuve la oportunidad de salir de Colombia tomé la decisión tres días antes. ¡TRES DIAS! No tuve tiempo de contarle a casi nadie; en mi familia sabían mi mamá y aquellos a quienes ella les contó. Nada más. Y algunos amigos, entre ellos Juan David, el co-creador de «Le pasó a un amigo», y que además me ayudó a conseguir los tiquetes. Claro, también sabía la amiga a la que iba a visitar a Buenos Aires. Ella me iba a dar posada. Creo que conté con suerte porque no sabía que si más amigos se hubiesen enterado, habría sido peor. Para ese viaje, de ida tuve que llevar: varias mudas de ropa de invierno para mi amiga (aquí en Colombia no tenemos estaciones así que la misma ropa nos sirve para todo el año), un par de libras de café, harina para hacer arepas, un par de cajas de aguardiente antioqueño y un Playstation. Sí señores, cómo no. Un PlayStation, con juegos y controles incluidos. Ni siquiera conocía al dueño de dicho aparato pero allá fui a dar con el «encarguito». El man era roommate de mi amiga, y pues… si me van a ahorrar lo del hotel, lo menos que podía hacer era llevar el aparato ese. ¿De vuelta? De vuelta vine con varias botellas de vino y pisco chilenos y fernet. Varios DVDs y CDs (en ese entonces pocón de música por streaming) y un montón impresionante de alfajores «comprados por Corrientes, en Havanna que son los más ricos, mijo«. Imagínense uno de colombiano, primíparo en eso de subirse a un avión, con el musgo en los talones, pasando por inmigración en otro país con una bolsa de harina blanca.
Para el viaje a Panamá cometí el error de decirle a varias personas, aunque recordando la pasada experiencia, tampoco fueron muchos; incluso creo que les dije más a los que no les tengo confianza que a los otros. Bueno, esta vez no viajé sólo sino que fui con una amiga, y entre los encargos que nos hicieron a ambos estaban:
– Un computador portátil o laptop.
– Un reloj.
– Tres perfumes.
– 4 Camisas. «Allá te encuentras tiendas Lacoste por toooodo lado, cómprame unas camisitas, por favor»
– Una sudadera.
– Unas camisetas.
– 3 pares de tenis. No uno, ni dos, sino tres.
Y eso que les dijimos casi sobre el tiempo. ¿Imagínense si les damos tiempo de pensar? Cuando regresé, al otro día una amiga me dijo «aaaaay, no aproveché para encargarte…«. En las oficinas tienen la costumbre de traer algún detalle cada vez que alguno viaja, entonces súmenle los kilos de dulce que nos empacamos esa vez. Lo más… «simpático» del cuento es que para la mayoría de encargos ni siquiera tuvieron la delicadeza de darnos la plata: «Cómpralo que yo aquí te pago, ¿Cuándo es que vuelves?«, «Tranquilo, eso no cuesta más de trescientos mil pesos, no es problema«. ¿Será que tengo cara de millonario? ¿Será que tengo un «Bancolombia» en la frente? Al menos un banco cobra intereses. Y bien altos.
Dejemos algo claro: Cuando viajas de vacaciones es de vacaciones. No a hacerle compras a todos tus conocidos y no tan conocidos. Esa vez llegué más cansado de lo que salí porque el último día se lo dedicamos a comprar los «encarguitos». La última noche nos acostamos tarde, disfrutando del hotel al que acabábamos de llegar (muy buen hotel, el Decápolis, si mal no recuerdo), y madrugamos para salir a Colón que es donde se suele ir de compras porque es zona libre.
No se imaginan lo que corrimos ese día comprando todo y que no se nos fuera a quedar nada. «¡¡Ay carajo, la sudadera de Pepito!! ¿Dónde la compro?«, «¿Cuál fue el perfume que me encargó Susanita?«, «nooo, no me puedo ir sin comprarle los tenis a Camilito«. Qué estrés. Eso era The Amazing Race – Panamá.
Aparte, no hay nada más jarto que comprar algo a ciegas y no saber si le va a gustar al compatriota. Que la camisa le quedó grande, que esa no era la talla del pantalón, que ese color no me convenció, que ese perfume no me gusta tanto, que por qué tan caro si me dijeron que costaba 3 dólares menos. ¡¡¡¡AAAAAAAAAY NOOOOOOOOOO!!!! A ver: eso costaba, eso me cobraron. No me iba a recorrer todo Colón para ahorrarme 2 dólares en una camiseta. Si alguien encarga algo que aquí vale 500 mil pesos y lo conseguimos en 300 y no en 280, pues ya es ganancia, no jodan. Ese día no almorzamos porque no quedó tiempo. Compramos una hamburguesa en Mc Donalds y nos la comimos en el taxi de regreso, y a mí no me gustan las hamburguesas de Mc Donalds. Créanme que no hay nada más frustrante que llegar con la ilusión de entregar los regalos y que los reciban con cara de «¿y eso no más?», «¿No lo tenían en rojo?», «Oye pero esto no es original porque el logo no es plateado». ¡CARAJO!
Yo era de los que encargaba cosas, hasta que un primo me hizo caer en cuenta. Desde ese día me dije: se a-ca-bó. Cuando viaje no traigo encargos, prefiero que me digan «mala clase», «mal amigo», que cuando me vean en la calle digan «allá va el desgraciado ese que no trae encargos». Y cuando alguien viaje no haré encargos tampoco. A menos que sea algo demasiado concreto y fácil de conseguir, que no tenga que ir a recorrer cuanto centro comercial exista y que no sea complicado. Mejor dicho que le llegue al hotel y no pese un carajo. Si alguna vez hago un encargo, los autorizo a mirarme rayado y con desdén. He dicho.
Cartas del lector: Creemos una nueva sección en la que agrego algunos comentarios de lectores, que llegan por fuera del blog. Este llegó vía Facebook y es de Marina:
«Te hizo falta la Glucosamina y las vitaminas porque en Canadá no son chiviadas como en Colombia (eso dicen ellos) y al uno entregarlas le da pena cobrar. Al hacer cuentas el gasto fue grande, o mejor, el regalo salió caro. Al regresar a Canadá le piden chocolatinas, bocadillos, dulces, chitos etc..y al llegar a inmigración le preguntan: «¿trae comida?» cuando dices «SI, solo unos dulcesitos y chocolatinas» de una lo pasan a requisar la maleta, le sacan todito y mientras tanto uno pierde la conexión del siguiente vuelo. Definición: Aprendí a solo avisarle a un miembro de la familia, 12 horas antes del viaje, como por asegurar que alguien lo este esperando en el aeropuerto.»
¿Y a ustedes? ¿También les ha pasado? ¿Qué les han encargado o qué han encargado? TODOS hemos pasado por ahí, apostemos.
Entradas anteriores: «La novia no-modelo«, «Le pasó a un amigo: La tenista«, «Si a Bogotá no hubiera llegado Petro«.
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