Esta es la penúltima entrada de mis estudiantes de Redes Sociales en este espacio. Finalizamos el próximo martes a la 1PM. Hoy la entrada es de Gilmer Londoño, alguien muy inquieto y con muchas ganas de aprender. Su escrito es un relato muy interesante que a su vez denuncia una situación que desconocemos, nos hace reflexionar con la realidad de los conductores del SITP. Bienvenidos.
TIQUETE SEIS-TRES-NUEVE
Por Gilmer Londoño
Sobre las 5:30 de la tarde llegué a la calle 183 con carrera séptima. Luego de bajarme del bus en que venía me dirigí a buscar a Santiago, un muchacho amable con el que dos días atrás había hablado para comenzar con este ejercicio. Como la calle es más larga que ancha no fue difícil verlo desde donde me encontraba, caminé hacia él, esperé a que terminara de hablar y asignar las rutas a los conductores para saludarlo y preguntarle que si se acordaba de mí, con una sonrisa que nunca supe interpretar respondió que sí.
Después de hablar por unos cinco minutos con Santiago, nos decidimos a entrar al parqueadero, un lugar cercado y arenoso en donde se guardan los buses SITP de la zona norte de la ciudad. La ruta 639 fue la elegida debido a su recorrido, era un bus moderno de buen tamaño con gran cantidad de sillas para los usuarios. En un par de minutos Santiago ya había hablado con el conductor, el señor Pablo, quien me saludó y me aconsejó sentarme en el asiento detrás del conductor.
“Únicamente a través del espejo retrovisor pude conocer los gestos y emociones de este personaje a lo largo de todo el camino.”
Apenas arrancó el móvil (de esta forma se le llama a cada bus dentro del sistema) aproveché la soledad e inicié la charla con Pablo. Lo primero que se me ocurrió preguntarle fue que si ese era su primer turno del día, con un tono muy amable y sin perder de vista el frente de marcha me respondió que no. Cada pregunta que hice fue respondida por Pablo manteniendo además de una buena disposición, una concentración implacable con el volante.
En el momento en que el primer usuario había ingresado decidí no continuar con las preguntas que le hacía, debido a que esto para él podía ser motivo de queja o sanción con su empresa. Únicamente a través del espejo retrovisor pude conocer los gestos y emociones de este personaje a lo largo de todo el camino.
El recorrido del móvil era el siguiente: Salía desde la carrera séptima con calle 183 hacia el sur hasta la calle 100, por donde tomaba la carrera 68 para continuar en dirección sur hasta el barrio Santo Domingo.
El flujo de ingreso de pasajeros iba aumentando, uno a uno se iban subiendo a medida que nos alejábamos de la zona norte. Pablo alrededor de cada 15 minutos daba un respiro profundo, dando muestras del cansancio que significaba realizar el segundo turno de una ruta que tiene en cada tramo 35 km. En la calle 127 sucedió el primero de los varios problemas que iba a tener el conductor de este móvil con los usuarios.
Una señora de gabardina café, bolso negro y crespos vino tinto, dijo en tono satírico al subirse “Qué rico usted comiendo oncecitas y el pueblo jodiéndose”. Intentando dar respuesta al retraso de 40 min de la ruta, Pablo respondió: “Mi señora no es culpa de nosotros, los conductores somos uno más en esta cadena del SITP”. Más adelante el tráfico en la calle 100 era insoportable, tal era la congestión que un recorrido que caminando se hace en 10 minutos, desde la carrera séptima a la carrera novena, el bus empleó 30.
“Dando muestras del cansancio que significaba realizar el segundo turno de una ruta que tiene en cada tramo 35 km.”
Gracias a esto, la impaciencia de tanto los usuarios que estaban dentro como la de los que iban ingresando se fue acrecentando. Por momentos, todas las conversaciones entre las personas giraban en torno a las deficiencias del sistema, y sobre Pablo recaían todas las miradas de desesperación, angustia y rabia de los usuarios. Mientras tanto él enfocaba su mirada en un oscuro horizonte colmado de filas interminables de carros.
Superando la congestión de la calle 100, en la Av. 68 con calle 68 en una maniobra rápida y precisa eludimos a dos carros, y evitamos lo que hubiese podido ser un gran accidente. Pero estás maniobras, según Pablo “son el pan de cada día, a nosotros muchas personas nos botan los carros encima”. Sus palabras no serían respaldadas únicamente con la certeza que transmitían sus ojos verdes desde el espejo retrovisor, sino también gracias a los 5 taxis y 4 buses de transporte tradicional, que a lo largo del recorrido pusieron certeramente a prueba las habilidades de Pablo al volante.
“Son el pan de cada día, a nosotros muchas personas nos botan los carros encima”
El nivel de presión en él como conductor iba aumentando a medida que el número de pasajeros también lo hacía, además, a esta bola de nieve se le sumaba una Avenida 68 intransitable. La magnitud de la congestión se evidenciaba gracias a que en 30 minutos el único movimiento que hubo fue el de los peatones en las aceras, dentro del móvil las caras reflejaban la desesperación de las personas.
La quietud terminó con un aumento regulado de la velocidad. Asimismo, el flujo de los pasajeros descendió, pero solo por un pequeño tramo del camino, debido a que en uno de los semáforos más importantes del barrio Venecia, al abrir las puertas traseras para que 4 personas se bajaran, un grupo de 15 personas entre adultos mayores, jóvenes y niños ingresaron sin pagar al sistema.
En el espejo observé como Pablo movía de arriba hacía abajo su cabeza con rostro de resignación. A pesar de no haberse opuesto a la situación uno de los jóvenes se le acercó, tocó su hombro y le dijo “buena perro que no se puso de sapo o de lámpara, si no mejor dicho”, en su rostro se demostraba lo acostumbrado que estaba a recibir amenazas como esta.
Iniciábamos el ascenso hacia Santo Domingo, el barrio donde finalizaba la ruta, entre curvas en forma de “s” y paisajes de desolación. Se fueron diluyendo las paradas. Al mirar a mi alrededor, si bien el bus no estaba lleno, el número de personas era alto si se tenía en cuenta que habíamos llegado a la última de las paradas. “Panadería Santo Domingo” era el aviso que estaba pintado en el lugar que nos recibiría como parada final luego de atravesar la ciudad.
“En su rostro se demostraba lo acostumbrado que estaba a recibir amenazas como esta.”
Un tinto fue la excusa para sentarnos a hablar. En ese momento sin haberlo planeado Pablo me comentó la manera en que se separó de su esposa, su adicción al cigarrillo y las amenazas que ha sorteado por ser conductor del SITP. Sobre las amenazas que ha tenido que soportar hablamos un poco más, debido a que entre toda la baraja de situaciones vividas por Pablo como conductor del sistema, dos de ellas eran casos preocupantes.
La primera fue la prohibición que le han hecho los miembros de una red de transporte pirata, acerca de recoger o dejar a algún pasajero en la parada 81 (Av. J. Gaitán C. – Av. Boyacá, barrio San Vicente) de la ruta 639, puesto que este lugar es el corazón de su negocio. La segunda fue las amenazas directas que ha recibido, debido al disgusto de algunas personas de la comunidad del barrio Santo Domingo, en razón a que el frente de la panadería sirve como cabecera del sector sur de la ruta que él conduce.
A las 10:20 pm nuestra charla finalizó. Don Pablo me invitó a lo que según él sería “un vuelo charter en la 639”. Certificando su invitación el bus en el que nos regresamos solo íbamos los dos. Mientras recorríamos los 35 km de regreso entre el olor a cigarrillo, el tufo de un tinto recalentado y el cansancio de los kilómetros recorridos, en mi mente trataba de entender la manera en que muchos de nosotros vemos a los conductores del SITP.
Puesto que, si bien es cierto muchos de ellos con su manera de conducir no nos dejan la mejor de las imágenes sobre su gremio, con historias como la de Don Pablo se puede entender que muchas veces no son ellos los culpables de nuestros reclamos, además de comprender la realidad que tienen que vivir día a día tras un volante.
Gilmer Londoño
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