Me he convertido en ermitaña. Sin una legítima intención me he aislado, reduciendo mi vínculo social a un número que no supera una décima.
He encontrado inmensa paz en el silencio; en la sonrisa de mi hijo; en cocinar para los dos; en las canciones infantiles; en la réplica de sus terapias en casa cuando me transformo en médico; en nuestro lenguaje silencioso pero conciso; en la hora de llegada de mi esposo; en las babas de mi perro y el sonido de sus patas en la madera. Pero sé que de esconderse no se trata la vida.
Siempre he sido algo tímida, pero en los últimos años he perdido habilidades sociales. Ya no sé cómo iniciar una conversación, he tocado tantos fondos que ahora peco por profunda. Me declaro introvertida, confieso sentirme temerosa al rechazo por nuestra condición como familia. Por muchas veces no encontrar nada en común con otras personas…por tanto, nada que conversar.
Sin embargo, mi hijo me aterriza a diario, haciéndome ver que en sus diferencias está su poder, él no sabe de dificultades, él sólo sabe de sus habilidades. Me regala la certeza de su felicidad y las eventuales miradas de los demás no las ve, no las siente. Yo soy la que se quiebra contemplándolas. En ese orden de ideas debo liberarme de mi temor y continuar mi labor de comprender al otro, de sensibilizarlo. Dejar de sentirme valiente socialmente sólo a través de la escritura.
Sé, que de la sensibilidad, de la empatía y la solidaridad hay más! Mucho más de lo que hemos experimentado, y no debemos perder la fe en la humanidad.
En este proceso he aprendido a reconocer. A reconocerme en la luz y en la oscuridad, a pedir perdón, a llevar mi capacidad de reflexión hasta un estado de «recalentamiento». En un periodo de mi vida fui un ser horrible, de esas personas que hoy en día jamás quisiera toparme.
Alguien que más allá de atravesar una etapa de inmadurez, albergaba una mentalidad pobre e insustancial, una familia disfuncional por tanto una educación muy coja, una carencia absoluta de agradecimiento, de misión, de meta. Herí, de frente y de espaldas, y no hay nada que mire con más desconcierto que mi pasado.
Mi hijo definió el sentido, la razón, el talento en mi existencia. Él es toda filtración de luz, y en segundos vuelve trizas mi oscuridad. La del pasado, la del presente y la que humanamente anticipamos del futuro. Él nació y yo con él. Él me dio la vida a mi. Me ha educado, estructurado y forjado, y aquí me tiene. Lista para seguir, no temerosa de su condición, pero si de encontrarnos en el camino seres como mi EX YO. Sin embargo, si pudo transformarme, tengo la certeza que podrá transformar aún más almas.
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