Cuando hay una discapacidad en casa examinamos e indagamos más sobre la muerte. Y no porque las condiciones clínicas necesariamente nos aproximen a ella, sino porque entendemos más de la fragilidad, de la impermanencia. Solo hay que estar vivo para poder morir.
El analizar sobre la muerte no me exime de temerle. De hecho, mis especulaciones acerca de ella son aprensivas. Respeto profundamente la forma de concebirla por parte de quienes la estudian científicamente, espiritualmente, o de quienes prefieren ignorarla.
Yo estoy en el camino de reinterpretarla, de quitarle la connotación del “fin”, de reducir en mi cabeza su poder semántico cuando la escucho, de entenderla como un proceso tal como lo es nacer.
Esto, por fluir sin tanto miedo, por profundizar más en la existencia que se agita tanto entre la complejidad.
Nunca antes me pareció que el cuerpo fuese tan estrecho y limitado para la magnitud del alma. Y es que, concretamente, somos físicamente un simple estado de la materia, pero… ¿y todo aquello que nos compone?
Cuando era pequeña leí lo que jamás he leído de adulta. También, junto a mi padre vi juiciosamente cada capítulo de la serie Cosmos: un viaje personal, de Carl Sagan. Así mismo, una de sus obras traducida al cine: Contacto. Esta última me impactó por que desde ahí entendí que más allá de hechos científicos, hay una gran necesidad humana de crear una propuesta mental y pictórica sobre qué sigue después de la extinción de la vida como la conocemos. Quiméricamente, lenguajes cinematográficos como el de Ridley Scott, sus inquietudes sobre la evolución, las especies, las distintas formas de vida vinculadas a la infinita extensión del espacio.
A nivel teológico-fundamental en donde encontramos ese cálido testimonio del vinculo histórico entre Dios- vida. Pero también, la paz espiritual ante el efecto terminal de la muerte que se gana con Dios mediante.
Yo quiero creer en todo. En todo lo que proviene de la inquietud humana por resolver sus fenómenos.
Amo ser parte del universo y sus manifestaciones, de su composición, de su energía, de la masa en si misma, de su densidad y cantidad de átomos. Me encanta pensar que en vida y muerte seremos parte del universo por siempre. Seremos almas por siempre. Que se transformarán y trascenderán más allá de la materia.
Cuando muera, o cuando mis seres queridos lo hagan, no quisiera que migráramos a un lugar fraccionado como este que habitamos. Me gusta pensar en que podremos componer los colores libres y en transformación de las auroras. Que nos será fácil conquistar la inmensidad del espacio sin necesidad de hacer cientos de méritos académicos sobrenaturales como Christina Hammock que hoy puede levitar en él.
Por ahora, y dejando el ideal romántico postergado, seguiré viviendo con propósito y con misión junto a mi hijo. Seguiré amando la vida, mi forma de vida, la historia de mi vida. Por otro lado continuaré con la tarea de concebir y aceptar la muerte como la única certeza que tenemos.
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