Me acuerdo exactamente de cuántos años tenía, lo que llevaba puesto, lo que pasó antes, durante y después. Me acuerdo perfecto de lo que sentí. Me acuerdo, incluso, de lo que le dije a mis amigas y claro, de lo que entonces escribí en mi diario. Todo eso y más hizo mi primer beso.
Hubo otros “primeros” después, especiales, pero nunca tan particulares como el primero de todos. Es uno de esos momentos de la vida que a uno no se le olvidan nunca.
Por bueno, o por malo o por extraño. Pero es así. O, ¿quién no tiene una historia que contar alrededor del primer beso?
Por lo general, sucede en un momento de la vida en el que uno se está descubriendo, y está empezando a entender cómo funciona su cuerpo, cuál es la conexión de las sensaciones físicas con las emocionales, cuáles son las reacciones apropiadas y cuáles no.
A eso se le suma el susto de saber o no cómo se da un beso. Qué se debe y qué no se debe hacer. Con qué se siente uno cómodo y con qué definitivamente no. Qué espera la pareja, o que se quiere entregar y qué no.
Es además un momento muy personal porque se decide, consciente o inconscientemente entregarle a otro algo de intimidad.
Por eso las impresiones que genera. Es un momento de vulnerabilidad donde hay vergüenza, o miedo, o ganas, o emoción, o sorpresa. Y a veces todas juntas o combinadas.
Por eso me llamó tanto la atención el reciente reporte sobre el primer beso de Millie Bobby Brown en la revista Interview. Esta joven británica de 12 años se ha convertido en una sensación gracias a la serie de Netflix –Stranger Things– que se emite desde septiembre.
En la entrevista, la niña contó que se había dado su primer beso en el set de grabación actuando para una de las escenas de la serie. Según dijo a la publicación: “al final del día es solo actuación. Y yo haría lo que fuera por el show”.
El comentario fue replicado luego en televisión y prensa, y fue ampliado con chistes y videos. Importantes presentadores de shows nocturnos invitaron a la actriz a sus programas en donde explotaron la experiencia de la joven burlándose de los hechos con algo de cinismo y varios sarcasmos.
Así, el primer beso, su primer beso, quedó reducido a la más banal y ordinaria expresión. Quedó convertido en una más de las tantas triquiñuelas de mercadeo que usan los shows para promocionarse. Uno de los tantos productos con los que se nutren las grandes empresas.
Y con seguridad ella no lo sabe.
Ella no sabe que trivializó uno de los momentos más especiales de la vida. Ella no sabe que vendió un pedazo de su inocencia. Ella no tiene ni idea que esa fama que ahora le nubla la vida le robó un trozo de existencia. Uno fundamental para el desarrollo y la maduración de la personalidad.
No son pocas las experiencias que conocemos de niños actores que se pierden en el camino de la fama porque con frecuencia se saltan etapas de la vida necesarias para afianzar su autoestima. Niños que se convierten en adultos a destiempo, desprovistos de madurez y adictos a la validación externa, acostumbrados a justificar su existencia según los ratings, los likes.
Eso es lo que veo en la prostitución de este primer beso, tan celebrado y descrito en los medios.
Ojalá me equivoque. Lo dudo.
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