En esta fotografía aparecen el cuerpo yaciente de Frida Kahlo y la pesadumbre de Diego Rivera. Uno como el otro, fueron universos inmensos y complejos. Ambos, una historia desgarradora y única.
Frida Kahlo descansa, no sin antes sufrir la amputación de su pierna derecha un año antes de morir, en 1953. Pérdida que se sumó a las múltiples operaciones y tratamientos que sufrió desde su infancia. Esa fue su vida: una relación cercana, vital con el dolor físico y espiritual.
El primero como consecuencia de la poliomielitis que padeció de niña y el accidente en 1924, cuando tenía 17 años, que la descuadernó y mantuvo en cama durante más de un año, y cerró abruptamente la posibilidad de ser madre. Además, la angustia del enclaustramiento obligado, el no valerse por sí misma, la llevó hacia la introspección personal y creó el ambiente para la lectura, la poesía y la pintura.
Y su otro gran dolor fue Diego Rivera. De los dos accidentes, según la misma Frida Kahlo, su esposo fue el peor. Lo fue, por su irremediable infidelidad y galantería desproporcionada. Por el extraño magnetismo que tenía con las mujeres (especial y significativamente, con su hermana Cristina) y el juego de mentiras y hábitos de cada uno que hacían que el matrimonio estuviese siempre a punto de irse al barranco.
Eran opuestos: él regordete, vestido de trajes oscuros, con su sombrero de ala ancha y el puro en la mano; ella, menudita, flaca, con traje de tehuana, que era el preferido de Rivera. ‘El matrimonio de una paloma y un elefante’, así se títula un cuadro que Kahlo pintó días después de la unión, un 21 de agosto de 1929.
Por otro lado, él fue siempre el primer admirador de la obra de su esposa, ella en cambio, fue su más dura crítica. El juego de amor y odio entre ambos no fue casual sino una faceta de su relación, “tengo el impulso de hacerla sufrir hasta el cansancio”, confesó Rivera. A ella la frase de Tolstoi le encaja muy bien: “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”.
Se puede interpelar a favor de Diego Rivera, que a cambio de sus faltas, fue siempre leal, como compañero, amigo y esposo, como ser humano. ¿Una excusa válida? ¿Un recurso de última hora? ¿Alguna esposa soportaría semejante prueba de amor? No creo. Sin embargo, el único consuelo de Frida Kahlo antes de fallecer fue que moriría antes que su esposo, dolor que sí la hubiese destruido, y no podía siquiera imaginar. Y así ocurrió, descansó en los brazos de su esposo, un final idílico.
Frida conoció a Diego Rivera a través de Tina Modotti. Anteriormente, en 1922, había tenido ocasión de observarlo, durante la realización de su primer mural en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria.
En su periplo por Europa (1940), Kahlo y su obra fueron vistos como extrañas, diferentes, aunque André Breton no dudó en incluirla en el Surrealismo. A lo que Kahlo ripostaba recordando que su obra no era la elaboración de imágenes inconscientes sino el testimonio de un dolor real. Por otro lado, sus trajes inspirados en la diosa Coatlicue con los que asistió a inauguraciones y cócteles en París, sus accesorios de colores vivos, su sensual y exótica belleza no pasaron desapercibidas por los franceses, Coco Channel rindió tributo a su personalidad, a la irresistible sugestión de su imagen, y la revista Voghe la sacó en portada por aquel mes.
Europa dejó muchas cosas: exposiciones, codearse con la vanguardia artística parisiense, banquetes, regalos, amantes, compañeras furtivas, dinero. Pero esto se zanjaba, se oscurecía con la ausencia de Rivera (según ella su amante, su compañero, su confidente. Nunca su Diego, pues él no era más que de sí mismo), por aquellos días de retiro en Los Ángeles, tras una separación temporal.
Frida regresó a su casa Azul en el DF, donde continuaría el padecimiento y la desdicha. También sus aventuras, pequeñas venganzas, como el affaire con el exiliado León Trotsky, quien admiró su autenticidad y frescura, su vivaz inteligencia, pero sobretodo, su carácter. El director ruso Serguéi Eisenstein tendría una opinión similar. En esta temporada final, Rivera regresó al lado de Kahlo.
Es una imagen para la posteridad, de Diego sin Frida, y de Frida sin ella misma, como tanto lo anheló.
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