Ángel Becassino, estratega político, escribió esta frase sobre Uribe: “Sus matemáticas son las de un caballo más una yegua: tres equinos”. Y Ramanujan, el ícono indio de la intuición matemática, esta confesión: era Namagiri —la diosa protectora de su familia— quien le mostraba en sueños las ecuaciones de sus fórmulas. Tal vez las declaraciones sean vaporosas, pero su fondo es comprobable.
Política y matemáticas hacen un binomio extraño en nuestro país, pues la desconfianza y el escepticismo han marcado el pulso entre el quehacer del investigador y el comportamiento de un “hombre de acción política”. Además, nuestros líderes políticos se han interesado más por las traducciones del griego al castellano o en fumigar cultivos de hoja de coca que en las bondades de un saber objetivo y replicable. Si a un candidato a la Presidencia le llamaban la atención los cálculos matemáticos era justamente para no ser víctima de los enredos electorales que se convirtieron en paisaje: el general Rojas Pinilla en 1970, el triunfo del No en el Plebiscito por la Paz, los votos de la primera vuelta que le embolataron a Petro hace unos meses. Razones no les faltan a quienes dicen que en nuestro país las elecciones no se ganan en las urnas sino en la Registraduría, y haría falta una especie de VAR que vimos en el recién Mundial de Qatar para revisar las filigranas de los resultados que, me temo, dejarían insatisfechos a unos y a otros.
Replantear el juego político —no electoral, fíjense— en nuestro país pasa por una solución higiénica, inteligente, científica. El profesor Agustín Moreno Cañadas, quien dilucidó la fórmula matemática para acabar militarmente con las Farc (P = N {6 < 7 b}), asevera que el saber objetivo favorece un comportamiento racional y aumenta las posibilidades de conseguir las metas que se propone cualquier gobierno. El de Petro, por ejemplo. Y por eso plantea un algoritmo para articular los puntos que hagan posible su visión de la sociedad colombiana, e incluso, latinoamericana: desde el propio Uribe, pasando por los presientes Boric y AMLO, las disidencias de las Farc y los GAOR, los congresistas del Pacto Histórico y la Primera dama, hasta el segmento de la población rotulado como “los nadie”. Al darle cuerpo, digamos, a la suma de individuos, Petro tendría más chances de conducir el Estado como una posibilidad infinita de acciones. Modelar vínculos, tal como lo hizo en campaña.
Pero lo que llama la atención del modelo del profesor Moreno es que permite entender, e incluso predecir, cómo se comportan los virus que provocan el Covid 19, las organizaciones jerarquizadas como Amazon o influenciadores como Kim Kardashian. ¿Qué misión militar colombiana tuvo como estrategia el comportamiento de las hormigas fórmicas y amazónicas? ¿Acaso el legado de Duque fue un caldo de cultivo para la guerra? ¿No fue un investigador de Yale quien descubrió cómo operaba la célula terrorista de Al Qaeda encargada de los Ataques del 9/11? Sí, los algoritmos. Los virus y la información. Y es que el profesor Moreno, que fue el primero en dictar un seminario de criptografía en nuestro país, en la Universidad Nacional, hace quince años, insiste en que en Colombia, la seguridad se reducía a un secreto profesional.
Su revelación no es lo embarazoso, sin embargo. Y, claro, la seguridad nacional actual no es ni de lejos comparable con la época de los capos de la mafia. Lo que importa del modelo es la capacidad de codificar (y manipular, luego) acciones. Pero tiene límites, no en su articulación, sino en el objeto mismo de su análisis. ¿El ultimátum de Petro sobre el metro de Bogotá no es acaso un chantaje? Una amenaza, al estilo mafioso: aquí el que manda (o sea, el que pone la plata) soy yo. Hablamos del mismo presidente que mira para otro lado ante los antojos burocráticos de la primera dama: quién se iba a imaginar que el mejor negocio del mundo era ser vecino de los Petro Alcocer. La larga y difícil lucha por construir ciencia en nuestro país se hizo a pesar de un Estado pesado e ineficiente, que perdura todavía. Mucha sangre corrió por cuenta de caciques políticos que desestimaron las soluciones negociadas, y optaron por el saqueo de lo público. Pero al presidente Petro, ahora encapsulado en cientos de batallitas en Twitter, no lo frena la oposición sin maximales ni convocatoria. Sino su ego, tan mal consejero como su comité de aplausos, por ahora acéfalo por la renuncia de Gustavo Bolívar al Senado para dedicarse a algo más rentable como lo es la escritura de guiones de televisión. Y es peligroso. No solo los activistas, los amigos o los vecinos, deben rodear al presidente. Deben estar hombres y mujeres de buen juicio: los puntos de la ruptura por donde corre el algoritmo de la gobernabilidad.
Decía Hobbes que la elocuencia es poder porque tiene aspecto de prudencia. Lo que viene haciendo Petro, es sagaz e inteligente. Incluso, intuitivo, como Ramanujan. Pero tropieza con una vieja piedra del camino: su ego.
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