Haciendo memoria de las muchas personas que he conocido en mi camino, recuerdo con curiosidad algunos encuentros particulares y esporádicos. Tal vez en su momento significaron algo para la otra persona o para mí; pero en algunos casos, aun después del tiempo, debo reconocer que no tengo claro cuál fue el mensaje o el propósito de tal o cual encuentro.
Era mi primera vez en la Basílica de Santa María de Guadalupe en ciudad de México. Había visitado México en varias oportunidades, pero nunca me había llamado la atención ir a visitar la Basílica. En septiembre del 2017 decidí ir un día entre semana, aprovechando que seguramente no habría muchos visitantes y de esta manera podría mirar en detalle el Conjunto Religioso de Tepeyac.
Entrando por la calzada principal se llega al Atrio de las Américas, al occidente está ubicada Nueva Basílica de Guadalupe; interesante edificio que se empezó a construir en 1974 porque debido a la inestabilidad, el antiguo templo era peligroso para los peregrinos. Llama la atención la forma circular de la basílica que simboliza la tienda donde se albergó el Arca de la Alianza durante su paso por el desierto. A pesar de ser el templo mariano más visitado del mundo, personalmente no guardaba ninguna expectativa religiosa particular; me interesaba conocer su historia de cerca y sentir el palpitar del pueblo mexicano que con devoción visita a su patrona. México es un país que quiero y admiro mucho, y este sitio es parte del diario vivir del pueblo mexicano, entonces, es por así decirlo, un compromiso moral visitar la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Entretenida en los detalles de la Basílica, debo reconocer que me fundí con el momento, despacio recorrí cada lugar, incluso, sin darme cuenta, también me fijaba en las personas que estaban allí, todo me resultó interesante: los arreglos florales, girar lentamente alrededor del altar y ver a los fieles fundidos en sus oraciones, unos tomándose fotos, otros sencillamente escuchando o mirando a su alrededor y tal como lo había previsto, no había mucha gente. No estaba vacío, pero había tanta gente como para poder observar detalladamente y en calma. En mi recorrido crucé la mirada con una joven pareja, no sé exactamente que me llevó a fijarme en ellos un par se segundos más, fue sólo eso, un cruce de miradas.
Seguí con mi recorrido en el Atrio de las Américas, visité la Basílica Antigua, inmediatamente me quedó claro porque fue necesario construir la nueva basílica, el deterioro estructural es notorio y el hundimiento desproporcionado hacen sentir al visitante, como si estuviera caminando sobre una pared. Además, la basílica es pequeña para albergar a la cantidad de peregrinos que vienen cada año.
Luego de visitar la Basílica Antigua me fui a visitar la Capilla del Cerrito, allí hay una parroquia que recuerda el milagro de las flores frescas y la primera de las apariciones de Santa María de Guadalupe. Además, es un mirador muy bonito de todo el conjunto religioso y por supuesto de parte de la ciudad de México. Los jardines y los alrededores son bonitos y bien cuidados.
Luego de estar algunos momentos en la parroquia del Cerrito, veo entrar a la joven pareja con la cual me había cruzado antes. Nada nuevo, ellos también vienen en plan de turismo y seguramente también van a recorrer todos los sitios del conjunto. En todo momento me interesa ser sólo un observador de los otros visitantes, quería tener bien claro, ¿Cómo la gente vivía y manifestaba su devoción?; así que decido ir al exterior de la parroquia y desde el mirador observar lo que acontecía. Me hago en un rincón, donde no pueda incomodar a nadie, donde pueda disfrutar de algo de sombra y sin afanes pasar el rato allí observando discretamente a los demás y disfrutando esa sensación de estar en un lugar que muchos sueñan con visitar un día en la vida.
Sumida en mis observaciones, pensamientos y sentimientos, veo salir a la joven pareja de la parroquia, vienen hacia mí, pienso que estaban entre 25 y 28 años. El joven le indicó a la joven que se quedara unos pasos atrás y El avanzó hasta mi y me preguntó: ¿Puedo pedirle un favor? Un poco sorprendida y desconfiada, le respondí: ¡Sí claro! ¿Dígame, en qué le puedo ayudar? Fueron unos segundos de conversación, pero con tiempo suficiente para analizar los detalles más evidentes: Por el hablado inmediatamente supe que era español, Para él, seguramente yo era una mexicana, pues la apariencia física no me delataba. Por el tono de su voz, lo sentí pasando por un momento difícil, pero en busca de ayuda. Eso me generó más confianza y me dispuse a escuchar su favor: y me dijo: ¿Usted me puede dar la mano por un momento? Le prometo que no es para nada malo, pero necesito que me dé su mano. Totalmente catapultada de mi asombro, en pocos segundos varias explicaciones llegaron a mi mente: este joven, que seguramente anda con su novia, le anda pidiendo la mano a una desconocida, mucho mayor que él, por ese detalle, seguramente no será con malas intenciones. ¿Pero en qué le puede ayudar mi mano…? Una petición de esta no la había tenido ni siquiera de mis pretendientes mas dispuestos. El notó mi sorpresa y desconfianza y de alguna manera la entendió, porque seguramente también era consciente que esas peticiones no se le hacen a todo el mundo y menos a una desconocida. Así que con humildad e insistencia me dijo: Por favor, sólo deme su mano, usted no se imagina lo que me puede ayudar. Ante una petición así, lo único que pude decir fue: bueno, no sé en qué le pueda ayudar mi mano, pero si la necesita, aquí la tiene. Apretó mi mano entre sus dos manos por un corto período de tiempo y luego con mucho respeto soltó mi mano y se dijo: ¡Señora usted no se imagina lo que me ha ayudado, muchas gracias!
Y se fueron juntos, yo quedé sorprendida y sin entender, aún el día de hoy no tengo claro que vio ese chico especial en mí. Luego bajé por la parte oriental y en todo el camino de los jardines escuchaba una canción que me llamaba: Bautízame Señor con Tu Espíritu… allí me quedó claro, que mis planes de ser una observadora neutral en la visita a la Basílica de Santa María de Guadalupe, no eran los planes de Dios y terminó siendo una experiencia maravillosa, misteriosa e inolvidable.
En todos mis viajes siempre vengo a casa con una historia que contar, mis hijos me dicen: mamá, ¿cómo es posible que te pasen cosas así? No lo sé, yo siempre trato de estar al margen y no llamar la atención, pero eso demuestra que todos somos uno y todos estamos relacionados… también si luego no nos volvemos a ver en esta existencia.
Muy agradables y simpáticos sus relatos. Experiencias muy extrañas y bien narradas.
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