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En los últimos años, diferentes tipos de experiencias me  han llevado por caminos que me han conducido a plantearme muchas preguntas, a cuestionar aquellas verdades que fueron establecidas por el sistema en el que me eduqué, todo en búsqueda de una razón para vivir que vaya mucho más allá de simplemente comer, trabajar y poseer bienes materiales.

Las exigencias de la sociedad actual nos hacen vivir a un ritmo de vida en el que lo importante es qué haces y cuánto haces, o qué tienes y cuánto muestras. Los seres humanos hemos dejado de ser para convertirnos en hacer.

Hemos olvidado nuestra esencia y nuestra sabiduría natural para convertirnos en parte de un sistema consumista que vive enfocado en el corto plazo, en los resultados rápidos y fáciles, y en las relaciones superficiales y pasajeras. No sé a ciencia cierta si este es un proceso que todos vivimos y sentimos con la misma profundidad, si todos tratamos de encontrarle -a diario- alguna respuesta; o si, en cambio, el paso por la vida es solo una colección de rutinas. Pero cualquiera que sea el enfoque existencial que cada uno le de a su vida, hoy quiero expresar el mio con todo lo que creo importante, con todo lo que implica mi forma de interactuar con el medio y las personas que me rodean.

Al mirar el ritmo acelerado que lleva la vida de hoy,  me da la impresión de que todos tenemos dentro estas inquietudes, pero que el sistema social y cultural en el que nos desarrollamos nos hace establecer prioridades y normas de comportamiento que empujan este sentir humano a un abismo de gran profundidad. Mucha gente se ha acostumbrado a vivir infeliz y asume esta infelicidad como la forma normal de vivir. Sospechan que existe, en algún lugar, una forma diferente de actuar, pero como no tienen manera de confirmarlo, dejan sus aspiraciones en planos inferiores y allí pueden pasar toda la vida o, al menos, hasta que ocurra una crisis (separación, enfermedad, pérdida, etc.) que los haga cambiar de patrones y de prioridades. Y, por consiguiente, ampliar su perspectiva a una nueva manera de proceder.

 

Mientras no ocurra algo que nos haga despertar del profundo sueño que nos ocupa, viviremos preocupados por ser aceptados por terceros. Existen personas que toda la vida han cargado con máscaras ante la sociedad, antifaces que ocultan su verdadero sentir y que, muchas veces, los hacen olvidarse de su verdadera identidad.

Otros llenan su vida de resentimiento debido a malas experiencias y sólo piensan en regresar ‘mal por mal’. Así, el mundo se convierte en un campo de batalla en el que el ser humano es un lobo para todos sus semejantes y vive esquivo, inseguro, preparado para atacar. Se nos olvida que, con el perdón, el primero que gana es quien perdona, pues queda libre de las cadenas del resentimiento y el odio.

En algunas sociedades no está permitida la libre manifestación de emociones: alegría, miedo, amor, tristeza.  Muchos lo asumen como debilidad, pero no se trata de eso, sino de nuestra real condición humana.

En muchos casos nos atamos a reglas inflexibles que debemos desaprender para vivir en armonía con nosotros mismos y con la naturaleza.  Muchas creencias son cárceles mentales que nos mantienen prisioneros de prejuicios, complejos, resentimientos, odios y miedos. Lo más maravilloso que todos podemos vivir, es sentir nuestra propia humanidad sin temer que por ello se vayan a aprovechar de nosotros.

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