Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

 

interrogaciónTodos hemos conocido en algún momento de nuestras vidas –colegio, universidad, trabajo— a alguien que pregunta pendejadas. Puede ser el chistoso que nunca faltó, falta ni faltará, y que trastrueca el principio del poeta de “sacrificar un mundo para pulir un verso” por el embeleco de tirarse lo que sea, con tal de engolosinarse en la bufonada.

Pero no es el único caso. Hay quienes formulan preguntas, incluso en auditorios populosos, y los demás se voltean a mirarlos con unas caras de “¿fue que no escuchó lo que se dijo?”. Así, porque muchas de nuestras preguntas torpes están radicadas en nuestra excelentísima formación para no saber escuchar, y por eso siempre estamos aclarando lo que está claro y buscándole explicaciones a lo que ya ha sido explicado.

Los alumnos, especialmente en ciertos niveles, se abstienen de cuestionar la materia a sus profesores. Muchos, por miedo a que este se indisponga, y otros, porque prefieren quedarse callados, pues se cree que la pregunta es un heraldo de la ignorancia, y eso no se admite en el tinglado de la competencia y en el circo de las apariencias.

Saber preguntar me parece una competencia básica, que debería enseñarse en los colegios en reemplazo de tanto conocimiento que hace inútil la desconexión y la falta de contexto. Es, claro, una parte de esa otra gran materia que se denomina “saber pensar”, base de un pensum de saberes que no involucra nuestra pedagogía nacional, y en cuya lista deberían estar también “saber manejar las emociones”, “entender el verdadero potencial del fracaso” y “dominar la voluntad”, enseñanzas elementales que evitarían desde deserciones escolares hasta suicidios, mencionando que de sobra, fomentarían mejores alumnos y más excelentes personas.

Escribí del tema en los albores del año 2013, el 18 de enero, más exactamente, con una columna que titulé: “Saber preguntar” (http://www.portafolio.co/opinion/carlos-gustavo-alvarez/preguntar-67646). Entonces no había profundizado en el trabajo del doctor Richard Paul, quien para infortunio de quienes lo admirábamos, murió el 30 de agosto de 2015. Paul es el promotor de la comunidad del pensamiento crítico (http://www.criticalthinking.org/), en la que afloran a través de muchas formas y mediante diversos elementos, sus 36 años de trabajo por cambiar esta educación de náufragos, que ciertamente nos ha impedido conciliar el desarrollo personal con el gusto por el conocimiento, eclipsándonos para cumplir un propósito solar de nuestras vidas: ser felices.

Paul escribió con Linda Elder, su esposa e incansable colaboradora, un pequeño manual titulado: “El arte de formular preguntas esenciales” (https://www.criticalthinking.org/resources/PDF/SP-AskingQuestions.pdf). Está basado en conceptos de pensamiento crítico y en principios socráticos, pues bien sabido es que el fundamento y el poder de la pregunta los plantó el sabio ateniense.

“La calidad de nuestras vidas la determina la calidad de nuestro pensamiento –aseguran Elder y Paul-. La calidad de nuestro pensamiento, a su vez, la determina la calidad de nuestras preguntas, ya que las preguntas son la maquinaria, la fuerza que impulsa el pensamiento”. La conferencia que vengo dictando al respecto ha despertado muchas inquietudes. Resulta sorprendente el cambio que se opera en quienes aprenden el valor de saber preguntar. Que, sin duda, es algo mucho más grande que poner palabras en medio de dos signos de interrogación.

 

cgalvarezg@gmail.com

 

 

Compartir post