Teobaldo Noriega en su Wayfarer: un poeta-caminante en busca de Ítaca
La poesía es eterna y universal, así lo confirma un escritor comprometido con la creación de versos como lo es Teobaldo Noriega, quien recientemente publicó su libro Wayfarer (Caminante) en Ottawa- Canadá, una serie de poemas selectos que nos hablan de una manera trascendental sobre el amor, la amistad, la nostalgia, el exilio, la patria, la muerte, la libertad e incluso del arte personificado en grandes maestros como Botero y Matisse.
Noriega nos presenta más de cien páginas repletas de poemas en español, traducidos al inglés, cuidadosamente divididas por seis capítulos que sintetizan momentos cruciales de su producción literaria llamados Candela viva, Duende de noche, Ars amandi, Polvo enamorado, Doliente piel de hombre, Las orillas del canto, y finalmente el epílogo con un solo poema titulado «Humedal Caribe». Semejante plato fuerte es antecedido por un increíble aperitivo, una bella estrofa de «Proverbios y Canciones» de Antonio Machado, que nos sitúa en el proceso creativo de Noriega como ese eterno caminante que hace camino al andar.
La introducción del libro está a cargo de Francisco Díaz de Castro, Doctor en filología hispánica, catedrático de literatura española en la Universidad de las Islas Baleares (España) quien prácticamente desnuda la obra de Noriega, haciéndonos descubrir el contexto de sus poemas, sus recursos lingüísticos, literarios, y todo el ingenio que esconde en su pluma este colombiano, reconocido crítico literario, Máster en Lenguas Romances y Doctor en Literaturas Hispánicas, de la Universidad de Alberta, Canadá.
La traducción de la obra la hace magistralmente Ana María Correa, graduada en literatura en la Universidad Oral Roberts y con un Máster en traducción de literatura en la Universidad East Anglia (Inglaterra), quien logra acoplarse al lenguaje metafórico del poeta gracias a su excelente preparación profesional y a sus vivencias en la ciudad de Santa Marta, una de las musas preferidas de Noriega. Asimismo encontramos la obra del pintor Ángel Almendrales como centinela de la producción literaria de su paisano y amigo. Ambos se funden en un solo diálogo de amor por la naturaleza que se traduce en el último poema, «Humedal Caribe».
De regreso de Mallorca, Teobaldo Noriega sacó unos minutos para hablar sobre Wayfarer, desde su hogar en London, Canadá.
¿Por qué escogió a Almendrales para ilustrar su selección poemas?
Mi visita a Santa Marta en el 2012 me permitió conocer mejor su pintura, de la cual tenía ya excelentes referencias. Ángel está dotado, además, de una noble personalidad; condición que lo hace más abordable y enriquece su labor artística. Cuando le sugerí la idea de ilustrar la portada de un libro mío con una pintura suya, la acogió con entusiasmo. Desde Canadá volvimos a hablar del proyecto, que finalmente se concretó en Wayfarer. Debo añadir que fue él mismo quien generosamente ofreció enviarme fotografía de ese cuadro (Los guardianes del hábitat) que en esos días estaba terminando. Mi poema «Humedal Caribe», epílogo del libro, es un homenaje de reconocimiento; es también una reflexión discursiva que salta de la posible armonía primigenia (el humedal) al culto registro histórico de valor universal (Aquiles y la Tortuga). La periferia se apodera del centro.
¿Qué similitudes existen entre su poesía y la obra del maestro Almendrales?
Sin hablar exactamente de semejanzas, encuentro en su pintura algo que me parece de valor incuestionable: una acertada exploración del espacio -físico o humano- que le sirve de objeto, y una atrevida explosión cromática que intenta dotar de permanencia lo fugaz de esa realidad. Es probable que de alguna manera en mi poesía también subsista esa dimensión; aceptando, por supuesto, la inevitable distancia que media entre la luz y el sonido.
¿Cuando escribe sus poemas, lo hace pensando en un público determinado, sea hispano o anglófono?
Siempre he escrito en castellano, lo cual supone que el posible lector/a habla esa lengua. Wayfarer, no obstante, empieza a demostrarme que una acertada traducción puede establecer el puente necesario; Ana María Correa ha hecho un estupendo trabajo. Es indudable que gran parte de mi poesía se entiende y se aprecia mejor desde una perspectiva cultural, pero está también otra humanamente más amplia. Esta última no habla una lengua en particular; las aguas tocan diferentes riberas.
En «Señora muerte» de alguna manera usted acepta la muerte como algo irremediable, pero al mismo tiempo la reta. ¿Cree que existe esa dualidad en los seres humanos?
Creo que sí. Sometidos a la inevitabilidad de la muerte, la disyuntiva para el individuo es entregarse a una desastrosa agonía existencial, o revelarse mediante la burla como anticipo. Nunca podremos evitar del todo lo primero -lamentable legado del cristianismo-, pero nos queda la posibilidad de amonestarla con desenfreno. Ciertamente el tono poético utilizado puede resultar irreverente, pero paradójicamente es el adecuado para tocar un tema tan delicado. Es un reto; humorístico sí, pero muy serio en sus proyecciones escatológicas.
¿Cómo concibe el exilio desde su perspectiva poética?
La trashumancia conlleva consecuencias. Haber salido de Colombia hace ya tanto tiempo (1968) me ha obligado a llenar con palabras el vacío que nutre la nostalgia. Redención a medias, por supuesto, limitada a la fuerza de los signos, pero determinante en el caso de mi poesía. Recuerdo que escribí «Pregúntale a este cielo», por ejemplo, en 1980 ó 1981 mientras contemplaba el Mediterráneo en una cala de Mallorca (España), echando de menos nuestro Caribe. «Patria», escrito en Canadá casi treinta años después, responde al mismo sentimiento de nostalgia; referido en este caso a una dramática imagen de valor nacional. Sin duda, poemas como «Canción samaria» y «Doliente piel de hombre» se entienden mejor desde esta perspectiva. Como ciudadano-andariego convivo diariamente con esa sensación de estar suspendido en el espacio; conflictivo privilegio que me permite contemplar el mundo con una lente mayor. Como poeta, sin embargo, mi verdadero rescate lo encuentro en las palabras; significantes estimulados por un inevitable exilio interior. Ítaca siempre estará atrás, y he de seguir buscándola.
¿Qué lo inspiró a dedicarle un poema al célebre David Sánchez Juliao?
Fuimos muy buenos amigos. Nos conocimos en un encuentro sobre literatura colombiana en Alemania, posteriormente me visitó en España y Canadá, también nos vimos repetidas veces en Colombia. Nuestras conversaciones nos llevaban inevitablemente al mismo espacio: la vida y la literatura. Detrás de su inteligente humor se revelaba un dinámico y humano acercamiento crítico al gran texto cultural de nuestro Caribe. Su obra es un positivo testimonio de la tarea que asumió, algo que he intentado demostrar en algunos trabajos. Siempre lo echaremos de menos.
¿Miró, Botero, Matisse han inspirado de alguna manera su vida?
Admiro en ellos una capacidad creadora especial, transformada en movimientos cromáticos en los que intuyo una exploración existencial a la medida del ser humano y el universo: la explosión primigenia en un cuadro de Miró, el rito celebratorio en otro de Matisse, la plenitud carnal de un generoso Botero.
¿Qué parámetros tuvo en cuenta en el momento de seleccionar esta serie de poemas?
La intención era dar una muestra representativa que resultara interesante para el lector anglófono. Tratándose de una edición bilingüe, se imponía la necesidad de combinar mi deseo personal con el interés de la traductora al escoger los diferentes textos. Evidentemente nos habría gustado incluir otros poemas en la selección, pero estamos satisfechos con el resultado. Creo que la muestra recoge lo esencial de mi poética.
¿Tiene planeado presentar su libro en Colombia?
La presentación de Wayfarer está prevista para el 16 de agosto, durante el evento que prepara el Banco de la República en Santa Marta llamado «Caribe Literario».
¿Dónde se puede conseguir su libro?
Lo mejor es tal vez ponerse en contacto con el editor (www.lugarcomuneditorial.com).
Tengo entendido que en dos o tres semanas estará también disponible la versión electrónica del libro.
Finalmente, ¿Cuál es la condición número uno para ser un buen poeta?
Interesante pregunta de muy difícil respuesta; dudo mucho que alguien tenga la deseada clave. Podría sugerir, sin embargo, que para ser un poeta eficaz -conscientemente eludo la calificación de «buen poeta»- el escritor deberá transformarse en un resonador; captar adecuadamente su sonido interior, el sonido del otro, y por extensión el sonido del universo. Vale la pena repetirlo, el poema existe siempre en una múltiple situación dialógica: el impulso determinado y sostenido por la intuición del poeta; la relación que establece el discurso con la tradición/situación dentro de la cual se crea; y la que establece ese mismo discurso con su receptor o receptora, punto en el cual se hace concreta la experiencia poética.
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