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Teobaldo Noriega es poeta y crítico. Sus credenciales despiertan tanta admiración como su poesía. Es profesor emérito en el Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de Trent University,  profesor visitante en la Universitat de les Illes Balears, en España, y profesor adjunto en el Programa Graduado de Estudios Hispánicos del Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de la Universidad de Western Ontario. 

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Teo asegura que su poesía se alimenta de todo lo bueno y lo malo que le va entregando la vida; cada poema constituye, por lo mismo, una expresión de testimonio existencial. «Si tuviera que pensar en un significante clave como base de ese principio creador, en mi caso sería deseo: deseo de sobreponerme a la soledad y al temor de la muerte, deseo de comunicarme con el otro, deseo de rescatarme a través de la palabra y de la carne. Es así como veo mi experiencia».

Noriega es tímido al reconocer que ha dejado libros por la mitad, algo que le ha sucedido muy pocas veces. No recuerda títulos ni nombres, pero no duda ni un segundo en reconocer que Don Quijote de la Mancha sigue siendo una de sus fuentes de inspiración. ¿Cuál es el mayor reto que asume un crítico literario al analizar una obra? 

Según Teo, el reto es utilizar adecuadamente los mecanismos hermenéuticos que le permitan trascender en cada caso lo superficial o accidental de la materia de análisis, acercándose así a ese elusivo nivel de significación que el lenguaje por naturaleza enmascara en el entretejido estructural y semántico del texto. «Hablo, por supuesto, de aquellas obras donde la construcción verbal proyecta cierta imagen de realidad que se sostiene en virtud de los significantes que la contienen».
Teo habló sobre el rumbo de la literatura hispana desde su lugar de residencia en London, Canadá.

¿Existe un sucesor de Gabo en la literatura latinoamericana?
La obra de García Márquez constituye al mismo tiempo un punto de llegada -difícilmente superable-, y una ruptura en busca de otras direcciones. Su escritura es un equilibrado recorrido que va de la modernidad a la postmodernidad; éste, sin duda, es uno de sus mayores méritos. Pero el recorrido estético de la narrativa latinoamericana no se agota allí; es justamente el impacto de esa obra lo que permite a escritores posteriores desarrollar nuevos proyectos que señalan una distancia del macondismo o del realismo mágico, conscientemente asumida.

¿Y esta propuesta  tuvo eco?
Basta considerar, por ejemplo, las intenciones expresadas por jóvenes escritores que en su momento trataron de crear una renovada identidad literaria como miembros del grupo Crack en México, lanzando en 1996 un «manifiesto» firmado por Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Ignacio Padilla, Ricardo Chávez Castañeda, y Jorge Volpi. Proponían, entre otras cosas, alejarse del realismo mágico y volver a las complejidades estilísticas y estructurales de escritores como Borges y Cortázar.

¿Alguién más siguió estos lineamientos? 
Ese mismo año en Chile, escritores como Alberto Fuguet y Sergio Gómez  prologaban la antología McOndo con un «manifiesto» en el que igualmente aludían a la necesidad de vincular la experiencia literaria a un renovado marco de referencias culturales donde importaba más la identidad personal que el trajinado interrogante sobre la identidad latinoamericana. También ellos se alejaban del macondismo -el nombre McOndo es un claro acto de ironía-, reclamando sus señas de identidad en un mercado de nuevos signos dominado por una sensibilidad transnacional, globalizada.  Sigue siendo materia de discusión si tales manifiestos lograron desarrollar el programa que proponían, pero es innegable que contribuyeron a un reajuste de la mirada crítica frente al canon existente. Y eso es lo verdaderamente importante.

¿Pero se sigue leyendo a Gabo?
En el área hispanohablante, se sigue leyendo a García Márquez, pero se aprecian también los aportes de autores como Edmundo Paz Soldán, Roberto Bolaño, Horacio Castellanos, etcétera. En Brasil se mantiene vigente el aporte de Jorge Amado, Nélida Piñón, y -más recientemente- Pablo Coelho, pero también están Chico Mattoso y Carola Saavedra, entre otros.  Tanto de un lado como del otro, todos ellos representan una escritura continental en constante desarrollo;  en el especial caso de los más jóvenes, son el nuevo eslabón de la cadena. La literatura, como el arte en general,  es una serie de sucesiones.

¿Cómo ve la evolución de la literatura colombiana?
Colombia, considerada tradicionalmente un país de poetas, ha experimentado, en los últimos cincuenta años, una especial renovación en el cuento y la novela. La poesía sigue siendo importante, por supuesto, y junto a reconocidos nombres están otros cuyos aportes enriquecen el panorama. No existen escuelas, generaciones, o movimientos en el sentido tradicional -lo cual es muy saludable-, pero está claro que en el amplio espacio nacional y ultra-nacional (no olvidemos a los colombianos que escriben fuera del país) van surgiendo individualidades con un acento propio, de marcada madurez en el oficio. Como siempre, las antologías se quedan cortas en este sentido; es necesario poner al día los nombres que aparecen y los criterios aplicados.

¿Y la novela?
Tuve la ocasión de explorar cuidadosamente ese género cuando preparaba mi ensayo Novela colombiana contemporánea: incursiones en la postmodernidad (2001), cuyas conclusiones siguen siendo válidas. Lo mejor de nuestra ficción se da cuando la capacidad del escritor supera el celebrado agotamiento postmoderno y recupera para el relato su condición mitificadora.

¿Algún ejemplo en particular?
Un acertado ejemplo de esas constantes búsquedas de la ficción en nuestro país es la novela Las manchas del jaguar (1987, 2005) de Clinton Ramírez, relato polifónico en el cual la memoria reconstruye fragmentos de la vida de un pueblo, recuperándolo para la historia.  Cabe destacar igualmente el importante espacio que han ganado los estudios literarios en diferentes programas de postgrado que actualmente ofrecen algunas universidades del país; significa que se van sistematizando nuevos acercamientos. Ello redunda en una mejor evaluación del producto literario. Si algo sigue siendo preocupante en este panorama es la falta de lectores.  Hablando en términos estadísticos, en Colombia se escribe y se publica bastante, pero se lee muy poco. Y sin lectores el cuadro se deteriora.

¿Qué opina de fenómenos literarios como el libro «Sin tetas no hay paraíso»?
Este libro constituye un excelente ejemplo de cómo ciertas técnicas de mercadeo cultural fácilmente pueden convertir un producto light en objeto de éxito. Examinado en cuanto ejercicio de escritura, el relato no da mucho; pero la imagen de mundo que proyecta toca un punto sensible de la realidad colombiana: tráfico de drogas, machismo, sexo, violencia.  Ingredientes claves para un substancioso culebrón. Sin duda la previa experiencia de Gustavo Bolívar Moreno como guionista ha ayudado en el resultado.

¿Y las historias basadas en secuestros, como la de Ingrid Betancourt?  
Su relato-testimonio registra estratégicamente las inevitables huellas del trauma sufrido por el sujeto, y su empecinada búsqueda de supervivencia. Considerada estrictamente en su dimensión «literaria», esta obra confirma la capacidad del ser humano para rescatarse a través de la escritura, y la capacidad de la literatura para verbalizar adecuadamente determinada visión de mundo, por difícil que sea.

Finalmente, ¿la tendencia es ahora escribir novelas cortas o largas?  
No soy novelista, pero creo que en la extensión de una novela intervienen elementos externos e internos que de cierta manera determinan su número de páginas. Es posible pensar, por ejemplo, en la preocupación de un editor al considerar las características de la obra en cuanto inversión, y su potencial como objeto-de-venta, pero ésta es una imposición accidental que cada escritor trata de negociar como parte de la experiencia. Puede también ocurrir que la materia del relato intervenga en la extensión del proyecto.

¿Pero es mejor una novela corta o larga?
Más acertado es suponer que cada libro impone su propia extensión.  Comparada con una novela larga, una relativamente corta puede resultar -en principio- más atractiva por varias razones; entre ellas, su precio de venta y el tiempo que requiera su lectura. Pero otro punto de referencia importante es el nombre del autor/a, y el particular sub-género al que pertenezca la materia narrada (actualmente gozan de renovada popularidad, por ejemplo, las  aventuras góticas y las historias detectivescas).  Lo que sí es evidente es que el posible éxito o fracaso de una novela no está relacionado con el número de páginas que tenga.

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