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Vivimos en una sociedad tan egoísta que solo importo YO, nadie más que YO y solamente YO. Lo que no tenemos en cuenta es que esa tendencia es autodestructiva y letal para el conjunto de la sociedad.
Hace una par de semanas nos vimos sorprendidos por una noticia: un colegio de Tunja se veía en la obligación de retirar de su manual de convivencia y su reglamento el artículo en donde mencionaba que el cabello para los hombres debía ser corto. ¿Quién más pudo obligarlos? Pues la Corte Constitucional, violando la autonomía de los centros educativos (ver nota).
Para la Corte, dándole la razón al mechudo estudiante, obligarlo a cortarse el pelo  era «un «mecanismo perverso de discriminación». ¿Perverso? ¿Es perverso decirle al muchacho que las normas están para cumplirlas y por ese motivo firmó una matrícula? Si no estaba de acuerdo, sencillo, pues se hubiera ido a un centro educativo donde sí permitieran el pelo largo tal y como lo hice en mis años mozos. Seguro a ese colegio donde lo dejen  usar mechas lo demanda porque quiere tener el pelo corto. Cosas de adolescentes líquidos en una sociedad líquida.
Para la Corte, que pontifica sobre temas de esta naturaleza pero que deja de lado las verdaderas realidades del país (cosas de los viajes, los cruceros, los relojes finos, el güisqui, las fiestas y los compromisos políticos), que los colegios y centros educativos en general tengan un reglamento es discriminación.
Y no es el único caso. Conocí la situación de un reconocido colegio del norte de Bogotá en donde un estudiante también quería tener el pelo largo, usar otra sudadera y llevar los tenis de otro color cuando el reglamento lo prohibía. Entonces llegó la demanda interpuesta por el papá del joven, un Juez de la República que, aprovechándose de su condición y en medio del famoso «ustedes no saben quién soy yo», obligó al colegio a permitirle que el «pobre» de su hijo hicera lo que quisiera. Lo triste de todo eso es que después el joven tuvo problemas académicos, de amigos, de rumba, de traguito, ajenos a tener o no largo el cabello, a la sudadera y a los tenis, y se vio en la obligación de pedirle ayuda al colegio reconociendo que su actitud de «mijo puede hacer lo que quiera que para eso está su papá y su mamá que lo defienden» no fue la mejor educación que le pudo dar a su retoño.
Ojo, el problema no es el cabello largo, es solamente un ejemplo. Son muchos los mechudos que son referentes académicos, científicos, culturales, deportivos, etc. Así como hay pelicortos y calvos que no son para nada recomendables. El asunto radica en creer y hacerle creer a nuestros hijos que no importa nadie ni nada, solamente uno.  Y eso sucede con aquel que viola las normas de transito, que abusa del otro, que lástima niños, que compra al agente de transito, que no paga el pasaje de Transmilenio, que evade impuestos, que decreta normas y regulaciones a dedo, que juega con la salud de todos, que se inventa leyes para su beneficio, que solo piensa en la ganancia personal. Todo eso es típico de una sociedad liquida, que como lo afirmaba el sociólogo Bauman, busca la erosión y destrucción de los sólidos, de aquello que realmente le sirve a la sociedad.
No podemos estar cambiando las normas a nuestro antojo porque YO quiero. Si fuera así, entonces el sindicado de lanzar a un vecino por el balcón porque le pidió el favor de bajarle el volumen al equipo de sonido después de tres días ininterrumpidos de rumba, puede demandar a los vecinos porque al pedirle que fuera moderado y respetuoso, tal y como lo dictamina el reglamento del conjunto y las básicas normas de convivencia y respeto por el otro, lo discriminó porque él quiere parrandear todos los días, beber todos los días, consumir droga todos los días, intentar abusar de la señora del aseo todos los días, amparado en la oscura y nefasta interpretación que tiene la Corte del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Otro ejemplo: YO demando a la organización para la cual trabajo porque me discrimina por ese horario de entrada. Es que tengo derecho a dormir más y qué.
El problema de creer que YO tengo muchos derechos y ningún deber es serio; que el mundo debe girar alrededor de mis necesidades y si para eso debo pasar por encima de todos, pues lo hago y qué. Soy YO.
No podemos caer en la anarquía bajo la equivocada interpretación de la libre personalidad y así transgredir al vecino, al amigo, al colegio, a la sociedad, a la vida. Y si lo padres de familia manejamos ese discurso y lo sembramos en nuestros hijos el asunto se complica.
Si les vendemos ese mensaje a las generaciones del futuro ni pensemos en un país en paz, tolerante, respetuoso y educado.
Una de las claves en la educación de los hijos es que aprendan a respetar al otro, a entender que todos tenemos libertades, derechos y deberes. Pero si los llenamos de malos mimos pues estamos generándoles un daño enorme.
Los padres de familia, que en la actualidad buscamos darle gusto a nuestros hijos en todo «porque queremos que tengan todo aquello que nosotros no tuvimos y que no sufran», debemos ser conscientes que si criamos cuervos seguramente nos sacarán los ojos.

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