(La presente entrada, que a su vez fue la entrada inaugural de la anterior versión de este blog, ha sido corregida y aumentada para reflejar recientes acontecimientos, los cuales, considero que han hecho que las reflexiones aquí presentadas recuperen su validez)
Las pruebas PISA del programa internacional de evaluación de estudiantes y que miden el desempeño de los estudiantes en matemáticas, lenguaje y ciencias revelan que a Colombia no le va particularmente bien. Aunque no es el último de Sur América, está lejos de Chile (El primero del continente) y cerca a Perú, el último de la lista. Como alguien que lleva educando a un grupo de niños desde primero de primaria, quisiera anotar un par de cosas al respecto.
1. Educar Para Evaluar NO SIRVE: Lo veo todos los días en el colegio donde laboro. Desde los niños de tercero y quinto, que tienen que presentar las pruebas SABER hasta los muchachos de grado once que tienen que presentar lo que antes se llamaba examen del ICFES; desde el comienzo del año la discusión en el consejo académico es ‘Como hacemos para subir los resultados?’ Tiene sentido, las instituciones con buenos resultados adquieren mas relevancia y en algunos casos, mas recursos.
El problema consiste en que cuando todo un proyecto académico está orientado a obtener resultados, logra todo lo contrario, se genera una ansiedad de evaluación en los estudiantes, que aprenden solo en función de los exámenes e inevitablemente fracasan. A eso, hay que sumarle que -En general- los sistemas de evaluación institucional también tienen la tarea de reducir los niveles de repitencia para evitar grupos muy grandes (Ver punto 2) lo que hacen bajando los estándares de aprobación hasta pisos inconcebibles que dejan a los estudiantes pésimamente preparados.
2. Cantidad: El aparato educativo Colombiano está peligrosamente obsesionado con la cantidad. Asume, de manera equivocada, que lo importante es la cobertura, definida como número de niños matriculados (Lo que ha llevado a que en algunos colegios se presenten casos de ‘Estudiantes fantasma’), lo que ha llevado a escenarios como cursos de primero de primaria con 40 niños y grupos aun mas grandes en bachillerato. Y a esto, hay que sumarle el perjuicio que ha resultado la media jornada (Otro intento de garantizar cobertura sin invertir en infraestructura) que inevitablemente también sacrifica la calidad en aras de la cantidad.
Cuando salen este tipo de noticias siempre se apunta el dedo acusador a los docentes, y si bien cargamos con un nivel de responsabilidad, también es cierto que esta responsabilidad es consecuencia de un aparato educativo con serias falencias estructurales, que trata a los docentes como simples operarios de una cadena y no los reconoce como generadores de conocimiento en educación, lo que conduce a una serie de vicios en los docentes los cuales veo día tras día; sin embargo, el mapa de las responsabilidades es aún mas complejo.
Como lo sugiere Richard Tamayo en su columna para Las Dos Orillas, es necesario entender el contexto de las pruebas. Si fueron administradas en 2012 a los estudiantes de décimo grado, quiere decir que estamos hablando de estudiantes que ingresaron al colegio en el año 2003, es decir, que durante dos tercios de su escolaridad estuvieron bajo las políticas educativas de la administración de Álvaro Uribe. Son los estudiantes de la doble jornada, de la promoción automática (Ambos temas protagonistas de una futura entrada), políticas las cuales apuntaban a garantizar altos números de niños matriculados y nada mas.
El análisis de Tamayo tiene mas aristas que es necesario mencionar. Una lectura de los resultados por ciudades revela la caída significativa en desempeño de Bogotá entre 2009 y 2012, una caída que es preocupante no solo por presentarse en la capital de Colombia sino que, también, debe ser interpretada dentro del contexto político. Resulta inevitable preguntarse que pasó con toda la inversión que hicieron las administraciones de Lucho Garzón (2004-2008) y Samuel Moreno (2008-2012) en educación; recordemos que ambas administraciones proclamaron a los cuatro vientos la prioridad que tenía la educación en sus agendas de gobierno, convertidas en cuantiosas inversiones en infraestructura, contrataciones de materiales como mobiliario escolar y refrigerios y contrataciones de personal docente. Sin embargo, si hacemos cuentas, también nos damos cuenta que los estudiantes bogotanos evaluados también han pasado buena parte de su escolaridad bajo estas dos alcaldías. Porqué no fue efectiva la inversión hecha en esas administraciones entonces? Acaso estuvo manchada del aparato de corrupción que fue la administración Moreno? Que pasó en la administración Garzón?
Volviendo a la respuesta estatal a nivel nacional, la respuesta resulta en un sentido, inquietante. Cuando ha sido cuestionada al respecto, la ministra María Fernanda Campo ha dicho, esencialmente, que los resultados eran esperados y que es en un sentido normal que a los estudiantes les haya ido como les fue y que antes de todo, hay que reconocer el coraje en haberse atrevido a presentarlas. ¿Que se puede esperar cuando la encargada de la cartera de educación dice que veían venir algo así? En este sentido, la naturaleza de largo aliento de las políticas que se están implantando en este momento le dan al gobierno cierto margen de maniobra y espera. El tiempo dirá la efectividad de lo que se está haciendo en este momento, o si en 2026 estaremos ante una situación similar.
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