A comienzos de este mes fue noticia la supuesta toma del Palacio de Justicia por parte de unos manifestantes que exigían a la Corte Suprema la elección de fiscal. La oposición, indignada como siempre, empezó a trinar lo que calificaron como secuestro y compararon una protesta legítima y pequeña con el holocauto de 1985. Como era de esperarse, la contraparte empezó a responder los posts de la oposición diciendo que los principales victimarios del Palacio de Justicia no habían sido los guerrilleros, sino los oficiales del ejército, muchos de los cuales fueron condenados y siguen presos hoy. Hasta ahí todo parecía normal, un día cualquiera en las cloacas de las redes sociales.
Sin embargo, me sorprendió la cantidad de respuestas que se desprendieron de uno y otro bando porque, en términos generales, se ha construido un relato falso sobre lo que pasó. Un relato falso que complace a muchos ya que reproduce el statu quo y no genera la zozobra que implica la inversión de valores: es muy duro para el cerebro y el corazón tener que comprender que el ejército torturó y mató a civiles inocentes; en cambio, es mucho más fácil creer que los malos mataron a muchos y los buenos mataron a los malos, que las instituciones funcionan, que nuestro ejército defendió la democracia, en fin.
Y no es la primera vez que pasa. Los relatos de lo que antes podríamos llamar Verdad se van tergiversando de acuerdo a los algoritmos de Google y a las burbujas que creamos en internet; los discursos que consumimos ya no solo alteran nuestra percepción de la realidad sino que nos empodera para que reproduzcamos nuestras opiniones, porque, a diferencia de los tiempos que antecedieron a las redes sociales, ahora cada cual tiene el poder en su celular de transmitir contenidos y de monetizar su opinión. De tal manera que tenemos a millones de opinadores potencialmente virales en internet que construyen sus pseudoteorías con base en hechos falsos que no están dispuestos a discutir porque los consideran verdad.
Y no hablo sólo de posturas políticas porque la desinformación aplica a todos los ámbitos: si quiero creer que la tierra es plana, por ejemplo, encontraré toda la “evidencia” que necesito para sostener mi opinión así eso vaya en contra de las más elementales clases de Primaria. Y si alguien se atreve a refutarme es un enemigo o un ignorante o, en el mejor de los casos, un esbirro de alguna corporación que recibe un salario por oponerse a mi verdad.
Estamos asistiendo a la reescritura de la historia o, como lo diría Vattimo, al “fin de la Historia”. Siguiendo la tesis de este autor italiano, podemos afirmar que el pensamiento contemporáneo se basa en una ética débil que se alimenta no de relatos históricos sino de situaciones concretas y que puede variar en la medida en que las circunstancias cambian. Pero Vattimo era muy optimista y lo que él veía como una oportunidad de emancipación se ha convertido en un ruido terrible que ensucia cualquier discurso teórico o praxis profesional. Así las cosas, un influencer que no tiene ningún estudio en Medicina te puede dar consejos hoy sobre cómo debes alimentarte y mañana te explica cómo superar la depresión. Ese discurso llega a millones de personas igual de desinformadas que lo dan por cierto y van configurando un nuevo pensamiento sobre el que estructuran, a su vez, nuevos relatos que parten de información falsa.
Si la verdad se relativiza, las mentiras desaparecen. Los hechos ya no funcionan como el sustrato sobre el cual se cimentan las opiniones, sino que las mismas opiniones reconfiguran los hechos a su conveniencia. De esta manera puedo decir abiertamente que los nazis eran socialistas, que el dolor de garganta es producto de no decir lo que sentimos o que no debemos cepillarnos los dientes porque las cremas dentales nos envenenan. Y si genero controversia, mejor para mi “marca personal”; y si me obligan a retractarme, soy un outsider en contra del sistema que nos quiere ignorantes; y si me hago viral es porque la sabiduría popular me apoya. En conclusión, yo siempre tendré la razón. Lamentablemente.
Certera alerta. Pero es un proceso grupal. Hay fuerte presiones para creer lo q dice mi grupo d referencia, sin validarlo, y condenar los q piensan distinto.
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El cliente siempre tiene la razón. Hasta que deja de tenerla…
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En las cloacas de las redes sociales como usted muy acertadamente las llama. solo caben dos dichos coloquiales y de la sabiduría popular: «De todo se ve en la viña del señor» y «Que entre el diablo y escoja».
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perfectamente de acuerdo contigo yo que siempre he tenido históricamente la razon
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